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Columna
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Burocracia y radicalización

Empezaba su andadura el Parlamento vasco en su primera sede provisional de la Diputación Foral de Vizcaya cuando su Comisión Permanente comenzó a tratar el tema del personal a contratar. En esas se estaba, con mucha ilusión y demasiada ingenuidad, cuando Emilio Guevara, recabando prudencia a los presentes, dijo una frase que acabo de recordar: 'La burocracia es una hidra que lo devora todo'. Creímos entender el sentido de la frase, máxime viniendo del responsable político de la institución con más medios y recursos en aquel momento, la Diputación de Alava, por lo que se limitaron las plazas a convocar y ahí quedó la cosa.

Pero, intentándome explicar por qué este país está tan enajenado es cuando he recordado la frase de Guevara. Intentándome explicar por qué unos políticos normales, salidos en su mayoría de la Universidad de Deusto, son capaces de conducirnos a la inestabilidad política, a un futuro muy inseguro, animados de un impulso idealista digno de admiración si no nos condujera al barranco, y les veo que quieren cargarse absolutamente todo, y les veo jugar a los Balcanes... Intentándome explicar todo esto, he llegado a la conclusión de que no es ajeno a tanta radicalización política el país de funcionarios que hemos construido en estos veinte últimos años. Que cuando Guevara advertía que 'la burocracia es una hidra que lo devora todo' y un mes después su partido no le hacía caso, posiblemente en ese momento no nos estaba diciendo que la burocracia es capaz de devorar el sistema que le da de comer y crear su propio sistema ajeno a la sociedad. Pero ahora, más de 20 añod después, sí le vemos ese sentido. Es muy probable que Guevara cogiera la frase prestada de algún alemán de los años treinta.

Nadie podía pensar que, dándoselo todo, esos modosos chicos de Deusto iban a acabar de independentistas
Tenemos un país de funcionarios y una clase burocrático-política que quiere eternizarse en el poder

En veinte años, con el concurso y las facilidades de todos, no sólo del PSE, se pasó de un país sin funcionarios a otro cargado de ellos. Un funcionariado integrado en una Administración potente y mistificado con la clase política dominante, que, precisamente, es nacionalista; una ideología muy atraída históricamente por la función pública. Pero, además, no sólo se ha construido un país de funcionarios, sino que junto a éstos ha emergido una clase económica, burocrático-política, que ha cambiado el panorama social. Se ha erigido sobre la Administración política una clase dominante que sustituye a la anterior.

No es cosa de ir buscando por ahí quién tuvo la culpa. Hacer la autonomía sólo para que el nacionalismo constituyera una clase dominante no es muy heroico, pero tampoco es para buscar culpables. No era de esperar que los chicos de Deusto acabaran haciéndose independentistas (la independencia era para gente más desesperada, como yo). Nadie podía esperar que un nacionalismo de una minoría oprimida por el nacionalismo franquista iba a acabar oprimiendo de una manera muy parecida (aunque desde hace años ya teníamos el ejemplo de cómo se la gastaban los judíos con los palestinos). No es cuestión de acusar en estos momentos a UCD de haber echado una mano, o al PSOE de echar dos, o lamentar que al PP le haya faltado firmeza como Gobierno hasta hace bien poco, de modo que el PNV no tuviera que esforzarse en abrirse paso hasta alcanzar lo que tiene, porque todas las puertas se le abrieron con excesiva facilidad.

No es cosa de echar la culpa a nadie; nadie podía pensar que dándoselo todo a modosos chicos de Deusto iban a acabar de independentistas y no como los de Euskadiko Ezkerra, a los que no se le dio nada y acabaron defendiendo la Constitución que rechazaron en su día. ¿Quién iba a esperar este resultado?

Pero una vez dado, que nadie venga a decirnos que se puede echar la moviola atrás. Que el PSE puede reconducir al PNV y que, por el contrario, el PP le encrespa más. Son saetas envenenadas entre socialistas y el PP para seguir sin entender por qué el PNV no va a dar ni un paso atrás, que haga lo que haga el PSE en su último congreso no le queda más política que la anterior al congreso, incluso más radical. Lo que se puede pedir es que se reconozca de una vez que el PNV pide en serio algo muy parecido a la independencia, que tenemos un país de funcionarios, entre los que son mayoritarios los de ELA y LAB, y, como consecuencia de toda esa estructura, una clase burocrático-política que reivindica junto al funcionariado un banco vasco, una autarquía energética, una telefonía vasca, un montón de empresas públicas, y, por supuesto, la independencia como el estatus para garantizarse el poder.

Y al final resulta que la independencia no es el arrebato sentimental en una puesta de sol en Ereñozar, o la vereda al heroísmo que empieza en el Ernio y acaba en Lauxeta: es la postura de cientos de jefes de negociados unida a de los nuevos burgueses nacidos al socaire de esa Administración. Poco heroico, pero inamovible salvo con una revolución. Que nadie eche la moviola atrás porque el pasado es irrecuperable. Simplemente, hay que buscar la libertad, la seguridad, la tranquilidad, y la democracia con los que las desean en Euskadi, y eso sería una revolución democrática.

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