El principio de indeterminación
Vivimos en un país cuántico. Y no hace falta demostrarlo. El principio de indeterminación que descubrió en su día Heisenberg como aurora de lo cuántico, no quiere decir que no sepamos lo que queremos -aunque también- ni que sea otra forma de autodeterminarse -que podría-, sino que no se puede saber al mismo tiempo dónde estamos y qué velocidad llevamos. Si Heisenberg levantara la cabeza le daría un beso de tornillo al lehendakari por su plan. Y no sería para menos. Cuando todo parecía indicar que por fin había un papel que recogía claramente las intenciones del PNV y su Gobierno, resulta que no. Porque donde se habló de un país asociado ya no hay país asociado, donde se abría una vía hacia la independencia no se estaba hablando de independencia, donde se escribió más claro que el agua que si se acometía el plan era porque encajaba en la legislación europea, no hubo tal. ¿Lo ven? Si se sabe la velocidad del proceso no se puede saber la posición de la partícula, digo del país. Basta que san Ibarretxe diga con su cara de no haber roto nunca un plato que no habrá consulta mientras haya un escenario de violencia para que venga el Antielectrón y diga, confundiendo la velocidad con el tocino, que eso no importa, porque violencia ha habido siempre y no por eso ha dejado de haber reacciones químicas.
Hay otro principio de la mecánica cuántica, el que sostiene que el ojo del observador modifica el experimento. Y no hay que ser un pitagorín para darse cuenta de que el Gobierno vasco encarga encuestas sólo para modificar el objetivo, es decir, el estado de opinión. Así, resulta de lo más pintoresco que puedan concluir que hay un 83% de ciudadanos que apoyan el plan de Ibarretxe cuando el 40% de los encuestados dice, en otra parte del sondeo, que no cree que el plan de Ibarretxe acerque la paz ni favorezca a la economía. ¿Por qué lo apoyarían, pues? En los países que no son cuánticos habrían mandado a los impulsores y fabricantes de la encuesta no a freír sino a contar espárragos, pues para eso era una estadística. Pero no acaba ahí la cosa. Por si fueran pocos los esfuerzos cuánticos de quienes conducen ese experimento llamado Euskadi, ahí están ciertos físicos particulares, o sea de partículas, dispuestos a echarles una mano. Me refiero a los expertos en desintegración atómica de Elkarri.
Como Jonan Fernández se parece a Ibarretxe como se parecen entre sí dos positrones a la hora de poner cara de buenos, no tiene nada de extraño que se echen un cable. O dos. Pese a haber fracasado en su ensayo de lograr medio folio de paz, el atómico Jonan quiere seguir su viaje a toda costa. Pero el deseo de saberse en movimiento le ha hecho perder de vista el objetivo, como bien preveía la mecánica cuántica, lo que explicaría que haya dicho que se debe 'identificar un camino para alcanzar la paz juntos'. Claro que, a nada que se empeñe en apurar la identificación, se quedará sin velocidad porque su proyecto tiene tanto pedigrí cuántico que la mitad de los viajeros se verán fuera del proceso. ¿Cómo admitirían la condición de Jonan de que hay que respetar el ámbito vasco de decisión, si están convencidos de que ya hacen uso de él cada vez que van a las urnas? El propio Jonan está poniendo lo necesario para que su proyecto fracase antes de empezar. Pero qué importa, mientras le quede la velocidad podrá justificar la obligación cuántica de seguir pedaleando.
¿Cuántico? Si será cuántico el país en que vivimos que no se sabe si es o no es. De ahí que tenga su lógica que el PNV se planteara aquel congreso bajo el lema Ser para Decidir. Bueno, y que andando el tiempo y por razones meramente cuánticas, le haya dado la vuelta a la consigna a fin de propugnar el Decidir para Ser aunque sea mediante una consulta que no tenga validez legal. Así, quieren emborracharnos de prisa o velocidad para que vayamos hacia ninguna parte. Son las paradojas cuánticas. Por eso se entiende que Einstein, aquel furibundo enemigo de lo cuántico, exclamara aquello de 'Dios no juega a los dados'. Se nota que no conocía a Arzalluz.
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