_
_
_
_
_
NOTICIAS Y RODAJES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los ojos del buen proletario

Algún día, alguien (quizá un grupo de decorosas sesentonas agradecidas) tendrá que rendir tributo a los guapos hombres con que el cine italiano surgido de la Segunda Guerra Mundial nos alegró la vida. La lista es interminable y abarca todas las modalidades de belleza y encanto masculinos, que son muchos, gracias al cielo, y que van de la gracia tímida de Roberto Risi a la elegante prestancia de Massimo Giroti; de la simpática virilidad de Antonio Cifariello a la gentil caballerosidad de Gabrielle Ferzetti. Por no hablar de Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni, sobradamente conocidos para el público.

Aquel inmenso plantel de estupendos talentosos que se abrían paso en el cine a dentelladas (hambre en los platós y hambre en las plateas: hambruna de posguerra) tuvo en Raf Vallone al representante casi de plantilla del povero ma bello concienciado; bien en su faceta campesina o en su aspecto proletario. Bien tratando de redimir la maltrecha virtud de Silvana Mangano en Arroz amargo (en donde Vallone encarnaba al hombre honesto que toda madre querría para su hija y Gassman era el canalla, por supuesto), o bien contando cuatro verdades como cargador de muelle en Panorama desde el puente, la obra de Arthur Miller que Sidney Lumet llevó a la pantalla.Más adelante fue padre burgués (en Guendolina), y la verdad es que una nunca estuvo tan a favor del incesto; y también galán con frac para Sara Montiel en La violetera (ella sabía elegir a sus parejas por entonces). Y en Dos mujeres sus ojos, creo que grises, no desmerecían en absoluto los de la Loren, macerados en lágrimas. Y en La venganza, su cutis campesino peleaba ventajosamente con las espigas.

Una vez le vi personalmente. Estaba sentado, con su mujer Elena Varzi y unos amigos, en una terraza de la Castellana. Tenía esa sonrisa bondadosa que había sido su marca de fábrica, y por la que Coppola, seguramente, le contrató para incorporar al breve papa de la tercera parte de El padrino, dándole una frase memorable ('Cuando el alma sufre, el cuerpo pide ayuda', le dice a Al Pacino cuando le baja la glucosa). Su mirada, aquella noche en Madrid, era la de un tigre benévolo y algo cansado, y su voz era de terciopelo. Me quedé quieta en la silla, mirándole. Como una fan de los cincuenta, aquella época en que nos llamaban seguidoras o aficionadas.

Mucho más adelante, en un verano marbellí tan estúpido como cualquier otro, descubrí que su hija Eleonora enseñaba gimnasia en la piscina de un hotel. Así es la vida.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_