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El asalto triunfal

La enérgica demostración de fuerza que acabó con el secuestro de 700 rehenes en manos de un comando de guerrilleros chechenos en el teatro Dubrovka de Moscú valió a Vladímir Putin las felicitaciones interesadas o crédulas de los Gobiernos del mundo entero, desde Bush y Sharon a Sadam Husein. Nadie o casi nadie pareció tener en cuenta las modalidades de la 'liberación' y el elevadísimo número de víctimas del misterioso gas letal empleado por el amo del Kremlin. ¿Puede, en efecto, calificarse de éxito una matanza en la que el arma tóxica empleada para salvar la vida de los rehenes se hacía a título experimental y sin medir sus consecuencias mortíferas? Con 115 víctimas oficialmente recensadas (un 20% de los espectadores atrapados en el teatro), 85 desaparecidos (¿cómo?, ¿por medio de qué milagro divino o humano podrían haberse volatizado?) y varios centenares ingresados en diferentes hospitales (muchos de ellos en estado grave y sin que las autoridades les procuren un tratamiento médico adecuado al negarse a revelar la naturaleza del gas), semejante carnicería, ¿no es una prueba más del perfecto desprecio de los sucesivos zares de Rusia a la vida de su propio pueblo? La ejecución fría, con un tiro en la sien, de los autores del secuestro -incluidas las mujeres viudas a causa de las llamadas operaciones de limpieza mientras yacían desvanecidas en la platea del teatro-, ¿corresponde a la de un país democrático o simplemente civilizado? En cualquier Estado de la Unión Europea semejantes acciones y la gasificación de espectadores inocentes habrían provocado una crisis mayor de Gobierno y la destitución fulminante de sus responsables. Nada de esto ha ocurrido en Rusia: según se comenta, Putin ha salido, al revés, fortalecido de la prueba. Bajo su férula, como bajo las de Yeltsin, Breznev, Stalin y los zares de antaño, la vida del pueblo no cuenta: eso ya se vio con la tragedia del Kursk y los atentados de 1999 en Moscú organizados con toda probabilidad por sus propios servicios secretos. El argumento empleado por el flamante socio estratégico de Bush -'no se puede poner a Rusia de rodillas'- es tan mendaz como cínico. Nadie trata de poner a Rusia de rodillas, sino de que dé fin a su política de exterminio y se siente a negociar con el presidente democráticamente elegido, Aslán Masjádov, como reclama el Congreso Mundial Checheno, reunido en Copenhague.

La manipulación informativa de Bush y sus asesores en torno a la nebulosa terrorista y sus conexiones con el dictador iraquí cuenta en Putin con un émulo aventajado: el pasado año, tras el comienzo de la guerra en Afganistán, los servicios de propaganda de Moscú, coreados sin reflexión por los medios de información de Occidente, hablaban no sólo de la presencia activa de chechenos en las filas de los talibanes, sino de que constituían su núcleo más duro e implacable. Durante semanas y semanas ,los supuestos chechenos de Al Qaeda se convirtieron en un amenazador espantajo. No obstante, para cualquier conocedor de la situación reinante en la pequeña república norcaucásica, tal patraña no merecía el menor crédito. ¿Por qué irían a combatir los independentistas chechenos a miles de kilómetros de su país si tenían a los rusos metidos en casa, en la trama de una guerra despiadada compuesta de asesinatos, violaciones, torturas, fosas comunes y todas las formas imaginables de extorsión y pillaje? Esta certeza se vio corroborada muy pronto por los hechos. Concluida la campaña con la caída del régimen oscurantista del mulá Omar, los cacareados voluntarios chechenos se esfumaron: ningún prisionero, ningún cadáver, apoyaron la fabulación de los servicios rusos. Pero el que fue en su día brillante oficial de los mismos alcanzó su objetivo: la guerra contra el terrorismo de Bush en Afganistán era idéntica a la suya en el Cáucaso. Ahora, tras el 'feliz' desenlace de la crisis de los rehenes, el lenguaje de Putin y el de Bush se confunden: 'Mientras no sea vencido, nadie se podrá sentir seguro en ninguna parte del mundo'. El hábito de mentir sabiendo que se miente es común a ambos. A él se añade, en el caso del ruso, una bien asentada tradición de despotismo, falta de escrúpulos y una obsesión casi paranoica de secretismo y opacidad.

'El terrorismo debe ser vencido, y lo será'. ¡Cuántas veces no habremos oído esta sentencia altisonante en boca de los supuestos defensores del orden! Pero, ¿a qué terrorismo se refieren? El término es camaleónico y mutante: encierra múltiples sentidos y se aplica a realidades distintas y a menudo opuestas. El terror impuesto con tanques, helicópteros, misiles y excavadoras puede revestirse de oropeles democráticos, mas el de quienes se oponen a él con las armas del pobre o el débil (atentados suicidas, acciones sangrientas) no admite excusa ni paliativo algunos. Arrasar los pueblos chechenos y asesinar impunemente a los detenidos en esos siniestros puntos de filtración a los que inútilmente intenté acceder en junio de 1996 no inquieta demasiado a los estrategas del nuevo orden mundial: todo se reduce a una lucha entre malvados y buenos, entre demócratas y asesinos fanáticos. Es el lenguaje primario que escuchamos primero en la guerra de Argelia y luego en la de Vietnam. No obstante, su empleo generalizado a partir del 11-S lleva a su extremo una perversión del vocablo en virtud de la cual el agresor se convierte en víctima y viceversa. ¿Quién es este 'enemigo fuerte y poderoso, inhumano y cruel' del que nos habla Putin? La geografía y la historia responden a ello. Basta con mirar un mapa de la gigantesca Federación Rusa y de una pequeña república secesionista del tamaño de la provincia de Cáceres para ver quién es el fuerte y poderoso; y un somero repaso a las distintas guerras de conquista del Cáucaso y rebeliones chechenas a lo largo de los siglos XIX y XX hasta la penúltima invasión ordenada por Yelstin en una documentada borrachera de vodka despeja toda sombra de duda acerca de dónde se sitúan la inhumanidad y la crueldad.

Cierto es que los chechenos no supieron aprovechar los acuerdos de septiembre de 1996, que admitían de hecho la independencia de su país: la behetría, lucha de clanes, industria del rapto por mafias organizadas, minaron la autoridad de Aslán Masjádov y propiciaron la funesta aventura del comandante Basáyev en Daguestán. La acción conjunta del dinero saudí destinado a los grupos islamistas opuestos a la tradición religiosa del Cáucaso y la de las maniobras desestabilizadoras de los servicios especiales rusos -el papel desempeñado por el magnate Berezovski en la conexión wahabí no se ha aclarado aún- hicieron imposible el proyecto independentista de los

moderados. Tras los poco misteriosos atentados de Moscú que catapultaron a Putin a la jefatura del Estado, sus proclamas guerreras y anuncios de victoria son desmentidos regularmente por los hechos. Rusia se envisca de nuevo en Chechenia, 11.500 reclutas y voluntarios han perdido la vida según la Asociación de Madres de Soldados y los horrores de las ejecuciones sumarias, torturas, mutilaciones y cuerpos amontonados en fosas comunes descritos por Natalie Nougayrède en Le Monde del 24-4-2002 y del 2-10-2002 aportan una abrumadora evidencia para un deseable juicio por genocidio al Ejército ruso en Chechenia.

Ignorar dicha realidad pugnaz, aplaudir la firmeza de un presidente capaz de gasear como Sadam Husein a su propio pueblo e invocar la lucha contra el terrorismo internacional sin examinar las causas que lo alimentan ni procurar un remedio a éstas, contribuyen tan sólo a perpetuar la barbarie magistralmente descrita por Tolstói en su novela Hadjí Murat.

En un destartalado mercadillo callejero de Grozni alguien me pasó a hurtadillas un póster impreso en Turquía con las palabras 'vida, fe, guerra santa' que cuelga como un recuerdo en una pared de mi casa. El pueblo checheno no se ha doblegado nunca ante la fuerza bruta ni probablemente se doblará a menos de que sea borrado de la faz de la tierra por las nuevas armas de destrucción masiva con que le amenaza el último zar.

Sólo una vigorosa movilización de la opinión pública y una vuelta en los países europeos a los valores de ilustración, generosidad y experiencia que Manuel Azaña pedía a la clase política pueden detener el refuerzo de la maquinaria represiva de Putin tras su vergonzosa manipulación de los hechos, tanto en Chechenia como en el asalto triunfal al Teatro de la Muerte en Moscú.

Juan Goytisolo es escritor.

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