_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Terror en Moscú

El uso masivo del terror contra civiles inocentes, para dirimir o airear los conflictos más dispares o agravios supuestos o reales, que tuvo su expresión más espectacular en las Torres Gemelas de Nueva York, se va convirtiendo en patrón alarmante en un mundo informativamente global e instantáneo. Sin apagar los ecos del megaatentado de Bali y sus réplicas menores en Filipinas, es ahora Rusia, a través de una toma masiva de rehenes, la que se enfrenta de nuevo con el fantasma de Chechenia, la guerra semiolvidada que Vladímir Putin prometiera liquidar en unas semanas hace casi tres años. Cualquier desenlace es posible en el teatro convertido en cárcel, pese al aparente compromiso del líder ruso para salvaguardar la integridad de los más de 600 secuestrados en Moscú por los terroristas. Una joven es la primera víctima mortal, en circunstancias confusas, del golpe de mano, condenado anoche en los términos más enérgicos por el Consejo de Seguridad de la ONU, que exige la liberación incondicional de los rehenes.

Más información
"¡Han minado el local y han atado dinamita a las butacas!"

El asalto -ideado en el exterior, según Putin- es el golpe más audaz y elaborado de los rebeldes chechenos hasta la fecha. Que casi cincuenta personas con impedimenta militar y explosivos suficientes para minar un gran recinto hayan sido capaces de atravesar Moscú y converger en un teatro a cuatro kilómetros del Kremlin habla a las claras de los agujeros de los servicios de seguridad rusos. De la declaración de intenciones de los asaltantes, morir por su fe islámica y la independencia, no cabe dudar. Ningún fanático llega a esa situación sin estar dispuesto a perecer en ella, y la exigencia de retirada inmediata del Ejército ruso a cambio de las vidas de los rehenes es una petición tan ritual como de impensable cumplimiento. El objetivo principal del comando ya ha sido conseguido: poner la causa chechena y la guerra bajo el foco mundial, presumiblemente por mucho más tiempo que cuando derribaron en agosto un superhelicóptero militar ruso cerca de Grozni, en el que murieron un centenar largo de ocupantes.

La desesperada acción muestra la frustración por un conflicto irresuelto, con centenares de miles de víctimas, al que Putin no ha puesto fin ni por las armas ni por la diplomacia. Cada mes caen decenas de militares rusos y de rebeldes chechenos, pero sobre todo de civiles inocentes sometidos a todo tipo de atrocidades por las tropas de un Estado nominalmente democrático. Así atizado, el odio crece y sus repercusiones se extienden por el Cáucaso, una zona del mundo que ha registrado innumerables guerras desde la época de los zares. En la retaguardia, la entusiasta aceptación inicial por los ciudadanos rusos de la política de tierra quemada ha ido transformándose y la mediatizada opinión pública y destacados dirigentes comienzan a exigir una solución política. En los últimos tiempos, el presidente ruso ha puesto sordina a los efectos más perversos de la lucha en el Cáucaso mediante el expediente oportunista de apuntarse, aplicándola a Chechenia, a la cruzada global de Bush tras el 11-S.

La crisis supone para Putin un innegable revés, además del mayor desafío en su carrera. Y no sólo porque su ascenso imparable, de oscuro ex espía del KGB a heredero de Yeltsin, está indisolublemente ligado a su política en la república independentista. El presidente ruso ha esgrimido sistemáticamente el carácter desalmado de los chechenos, genéricamente identificados como bandidos o terroristas, a los que ya en 1999 responsabilizara de una serie de brutales atentados en Moscú de los que nunca se probó su autoría. Ahora, con alrededor de 600 vidas pendientes de un hilo, deberá sopesar los riesgos de dejarse llevar por soluciones finales, a tono con ese credo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_