'Ahora el mundo es más triste y gris que antes'
Aparece sonriente, sencillo, matizando siempre sus afirmaciones con un 'tal vez'. Anthony Caro es uno de los escultores que han marcado el devenir de la escultura en la segunda mitad del siglo XX, pero parece que se ha aplicado a su persona la misma disciplina que a sus esculturas: no hay pedestal. Es tal vez esto lo que le ha permitido, a sus 78 años, seguir sorprendiendo y sorprendiéndose a sí mismo con unos giros espectaculares en su obra que le lanzan desde la abstracción militante que le hizo famoso -una selección de 21 de estas piezas realizadas entre 1964 y 1988 podrá verse ahora en la sala de exposiciones de la Fundación Caixa de Cataluña, en La Pedrera- hasta un tipo de obras tan narrativas y orgánicas como su famoso conjunto El juicio final, que, tras presentarse en la Bienal de Venecia de 1999 y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao en 2000, inaugura ahora un nuevo espacio expositivo frente a la famosa casa de Gaudí.
'Sería terrible pensar que sólo hago un tipo de escultura, que un 'caro' tiene que ser así'
'No creo que una obra de arte exista hasta que tiene un público; es quien le da la vida'
Pregunta. ¿Considera que El juicio final es una instalación?
Respuesta. Sí, en gran medida. Aunque sea extraño. Estoy muy interesado en la idea de la instalación en la que entras y puedes pasear dentro de la obra. O con hacer una casa o una habitación que sean a la vez una escultura. ¿Por qué no?
P. Porque usted en sus escritos defendía que la escultura era algo no transitable.
R. Sí, he cambiado, espero. Antes decía que había que poner un límite a la escultura, que era algo que está fuera y que plantea problemas relacionados con los materiales y la forma. Pero después uno se plantea: ¿por qué tienes que estar fuera de una escultura? Cuestionas las antiguas hipótesis, y también tus propias creencias.
P. También ha replanteado su idea de que la escultura no tenía que tener significado ni tema y ahora en sus obras aparece de nuevo la narración. ¿Por qué?
R. Mire la época que vivimos. Creo que hace un tiempo nos sentíamos más libres, sentíamos que podíamos celebrar la vida, la luz, que estamos vivos, que hace sol. Ahora el mundo en el que vivimos no es así, es mucho más gris, más triste. Ya sé que es muy negativo esto que digo. Me sorprendí a mí mismo al hacer El juicio final, pero me salió así, tan negro como el mundo. No lo tenía previsto. Empezaron a salirme figuras y fue entonces cuando comencé con la pieza La guerra de Troya (1996). Ahora sigo trabajando en escultura abstracta y aún pienso que está bien, pero siempre quiero cuestionar dónde estoy. Y no creerme que soy un artista así o asá. Sería terrible pensar que sólo hago un tipo de escultura, o que una obra de Caro tiene que ser de una determinada forma. Quiero replantearme a mí mismo constantemente. Así que si algunas veces las cosas me llevan hacia la narrativa o la figura, lo acepto. Lo que quiero es que alguien viendo mi obra se pregunte: ¿qué joven artista ha hecho esto? Que haya sorpresa, que me sorprenda a mí mismo.
P. La obra El juicio final tiene como telón de fondo la guerra de los Balcanes y ahora seguimos viviendo una época belicista y dura. ¿Tiene la sensación de que no hay posibilidad de retorno?
R. Tanto como un punto de no retorno, no. Todo esto ya ha pasado antes y los seres humanos han sabido superar tiempos terribles. Pero me pregunto por qué estamos tan locos. Parece como si no fuéramos capaces de vivir con las cosas buenas, como si siempre tuviéramos que buscar el mal. La distribución de la exposición en dos partes es bastante fortuita, pero estos días pensaba que una, la que está en el espacio de Gaudí, es sobre la luz, y la otra, la nueva sala que acoge El juicio final, es sobre la oscuridad. Y ahora me temo que esta última es la más contemporánea. Pero yo siempre veo esperanza, creo que los seres humanos seremos capaces de salir de este atolladero. Eso espero.
P. ¿Ha sido difícil la relación con el espacio de Gaudí a la hora de presentar las piezas?
R. Siempre me ha fascinado el trabajo de Gaudí. De hecho, a principios de los ochenta creo que visité todos sus edificios. Me parece un arquitecto extraordinario y cuando me ofrecieron hacer la exposición aquí lo tomé como un reto. No es nada fácil, porque el espacio domina mucho. Los techos, las ventanas, las columnas... Estaba acostumbrado a hacer exposiciones de estos trabajos iniciales, que son muy lineales, en espacios neutrales. Pero es un edificio tan extraordinario y sorprendente que me encantó el desafío. Intentamos mantener el fuerte carácter de Gaudí, pero al mismo tiempo haciendo encajar mi trabajo.
P. Ha expuesto a menudo en España y en breve se instalará una obra suya en Alcobendas (Madrid), Streakaer flat (2002). ¿Le interesa el arte público?
R. Sí, van a poner allí esta escultura mía, pero no está pensada para el lugar. No me gusta hacer escultura pública de encargo. Lo he hecho, pero, por ejemplo, en el proyecto del puente del Milenio, en Londres, que realicé en colaboración con el arquitecto Norman Foster y los ingenieros de la firma Arup, tuvimos que pasar por 32 comités. Fue horrible. Al final pasas tres años hablando de algo y acabas sin poder hacer lo que quieres. Me gusta la idea de que los niños jueguen en mis esculturas y me gusta la idea de que la escultura se utilice y forme parte de la vida de la gente, pero para hacerlo en estos momentos hay que ser capaz de convencer a un comité, y no me interesa. Quiero hacer lo que me gusta hacer y no tener que justificarme o explicarlo todo porque, de todas formas, al final, lo más problable es que tengas que cumplir el sueño de otro. Los arquitectos son magníficos, porque hacen esto y además consiguen hacer lo que quieren. A mí no me va bien, yo prefiero hacer lo que me gusta con la esperanza de que alguien querrá tenerlo en su casa.
P. En una de sus conferencias dijo: 'Es imposible que un artista serio y compromtido pinte en la mesa de la cocina'. ¿Por qué?
R. No quería decir esto literalmente. La idea es que no se puede hacer arte un ratito aquí y otro ratito allí. Hay que entregarse al arte, tiene que convertirse en tu vida y eso significa 24 horas al día. Hay que comer arte, dormir con el arte y soñar con el arte. El arte es un duro maestro, muy exigente, pero también es algo maravilloso y gratificante.
P. Ha sido también muy crítico con el movimiento conceptual. ¿Qué opina ahora?
R. No digo que no tenga ningún valor en sí mismo, pero yo formé parte de un momento, hace veinte o treinta años, y pienso que ahora ya no hablo el mismo idioma que se habla hoy. ¿Qué hubiera pensado Degas, que murió en 1917, del cubismo? Picasso seguro que pensaba que Pollock estaba loco... Yo no puedo decir qué caminos tenemos que seguir, pero está claro que no podemos volver atrás. Aunque seguro que perdemos algo. De todas formas, creo que las artes visuales tienen que ver con algo físico. Una escultura no es una idea. Una cosa no es arte porque yo, que soy artista, lo digo. No hay que pasarse de la raya y por eso soy un poco crítico con la gente que están demasiado orientados hacia sí mismos, demasiado pendientes de la teoría.
P. ¿Qué papel tiene el público?
R. No creo que una obra de arte exista hasta que tiene una audiencia. El público es parte de la obra y es el que da esta otra dimensión al arte, es quien le da la vida. Mirar una obra de arte también es algo exigente, como lo es escuchar música. Cuando no exige, cuando es fácil, es porque es arte o música mala. Si no requiere nada del que mira, no sirve.
P. Ahora se están construyendo cada vez más museos y el público responde de forma masiva. ¿Cree que esto favorece al arte?
R. Ahora hay tantísimos museos que casi hay más museos que arte para llenarlos. Supongo que es porque la gente va donde dicen las guías turísticas, se les dice que tienen que ir a la Torre Eiffel y también al museo tal. Son como obligaciones. Cuando estuve en Viena fui a ver la catedral y mientras esperábamos para entrar vi, al otro lado de una reja, a los feligreses que habían ido a rezar. Pensé que en los museos también tendría que haber un sitio para la gente que realmente va a mirar el arte. Pero, por otra parte, uno piensa que en estas colas puede haber algún joven que así empezará a enamorarse del arte. De verdad, no lo sé. Tal vez el arte se ha convertido en la nueva religión.
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