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El último debate

La situación en el País Vasco acapara buena parte de las intervenciones

Francesc Valls

El último debate no ha sido el mejor de Jordi Pujol. Un contundente Pasqual Maragall se enfrentó ayer en la sesión de orientación sobre política general del Gobierno a un Jordi Pujol que se despide en el peor escenario posible: sin poder hacer el traspaso de poderes a Artur Mas -que en estas sesiones ha quedado irremediablemente relegado al papel de mudo compañero de escaño- y con una federación -CiU- atada al Partido Popular si quiere completar la legislatura y propiciar así que el conseller en cap pueda mostrar sus capacidades de gestor.

Demasiadas hipotecas para un presidente que lleva 22 años en el poder, que está acostumbrado -le ha dado un resultado excelente- a trabajar para sí mismo, pero a quien a estas alturas le resulta difícil sacar más conejos de su brillante chistera.

El presidente catalán juzga 'chapucero' el discurso pronunciado por Maragall

Por eso, ayer, un Maragall inspirado por su discurso federalista de las Españas y un Josep Lluís Carod Rovira, que jugó con habilidad sus herramientas soberanistas, evidenciaron el desgaste de Pujol. El presidente había estado más que brillante anteayer, en la sesión inaugural del debate de política general, cuando al dar lectura a su discurso se movió con comodidad en el terreno que más le gusta: el de las ideas; entre los que sueñan una patria y las citas noucentistes de Eugeni d'Ors y Josep Pijoan.

Si anteayer Pujol, único orador, realizó su brillante despedida, ayer fue harina de otro costal: el protagonismo fue para un Maragall que llevó el debate al terreno de su visión de España. Como en otras ocasiones, el líder de la oposición socialista colocó la prioridad de Cataluña en la reforma de la Constitución y emplazó a Pujol a definirse sobre la propuesta soberanista del lehendakari, Juan José Ibarretxe. Los nombres de España y de Euskadi planearon como pocas veces lo habían hecho en 22 años por el hemiciclo. Y en ese terreno todos los partidos, excepto el del Gobierno, sacaron ostensiblemente su artillería. Los populares, con un Alberto Fernández Díaz liberado de pensar en su futuro en la Cámara -encabezará la lista del PP en el Ayuntamiento de Barcelona-, reprocharon a CiU no haber votado a favor de la ilegalización de Batasuna. Carod puso 'el coraje de Ibarretxe' como ejemplo de lo que debe hacer un Gobierno nacionalista si pretende seguir llevando con dignidad ese nombre. Y Maragall, declarándose contrario a la propuesta del lehendakari, quiso saber qué pensaba el presidente de la Generalitat sobre cómo solucionar el problema vasco, ese que a juicio del líder socialista envenena los sueños del catalanismo.

Pujol rehuyó pronunciarse sobre el proyecto de Ibarretxe y puso todo su énfasis en expresar la subordinación de los socialistas catalanes al PSOE, incluso su deseo de instalarse en la Generalitat con la finalidad utilitarista de llegar a La Moncloa. 'Usted dice una cosa aquí y otra cuando tiene a José Montilla [primer secretario del PSC, ayer presente en la tribuna de invitados del Parlament] a su lado', afirmó el presidente catalán. Era la respuesta a la acusación de Maragall: 'Ustedes ya no pueden dar lecciones de catalanismo a nadie después de haber pactado con la derecha española [por la alianza con el PP]'.

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El discurso del líder socialista, que Pujol consideró 'chapucero' y 'de perdigonada', tuvo la indudable habilidad de sacar de sus casillas a un presidente de la Generalitat que oyó -como no es muy habitual en la Cámara- recitar una lista en la que aparecían conocidos demonios familiares: 'Demasiados negocios a la sombra de la Administración, demasiado clientelismo y favoritismo, y una persistente voluntad de controlar la sociedad civil'.

Pujol vio como por la tarde se reproducían las acusaciones, esta vez más concretas, de la mano de Esquerra Republicana. Josep Lluís Carod dijo que los consejos de administración de las concesionarias de autopistas son un 'Inem de lujo' para ex altos cargos de la Generalitat. El presidente del Gobierno catalán, visiblemente irritado, emplazó a Carod a dar nombres de esos parados de lujo. Para sorpresa de Pujol, Carod recogió el guante y le proporcionó, de forma discreta pero contundente, los datos facilitados por su compañero de escaño Josep Huguet. Habló de dos ex consejeros de Economía y Finanzas, un ex titular de Medio Ambiente y un ex secretario general de Presidencia. En los bancos del Gobierno, Pujol, Mas y los consejeros de Política Territorial, Felip Puig, e Industria, Antoni Subirà, se revolvieron en sus escaños.

La otra estocada de Esquerra Republicana estaba por llegar. Era la reforma del Estatuto, un tema tabú para CiU, pues en el pacto suscrito con el PP que dio la investidura como presidente a Pujol figura la explícita renuncia a esta reivindicación. Era un gesto que Esquerra pretendía, una especie de letra a 90 días, pues la reforma lanzada por los republicanos debe realizarse en la próxima legislatura. Esquerra ya está acostumbrada a los impagos, pues en 1980 apoyó la investidura de Pujol a cambio de reformar el Estatuto. Veintidós años después aún esperan que CiU se decida. Pujol quiso hacer mella en ERC enfatizando su falta de experiencia de gobierno. Todo ello movió a un irónico Carod, que vio rechazadas sus propuestas, a sugerirle a Pujol: '¡Allánenos el camino a los que gobernaremos!'.

El líder de ERC, al igual que Maragall, apuesta decididamente por un futuro más políticamente prometedor para su formación. Aunque quien más prisa tiene por llegar a ese futuro es el líder de la oposición socialista. Maragall, por todo ello, solicitó la disolución de la Cámara y la convocatoria anticipada de elecciones. El líder socialista recriminó a Pujol que no tenga prisa por dejar el poder y que financie todas las obras públicas por el sistema alemán, es decir, con pago en el futuro, en esa incierta próxima legislatura en la que tantos aspiran a gobernar.

Rafael Ribó, de Iniciativa per Catalunya Verds, se sumó a esa prisa y respaldó la petición socialista de elecciones anticipadas. El ecosocialista, junto con el popular Alberto Fernández y el propio Pujol, participó en su último debate de política general. Para Maragall y Carod se abre un futuro con interrogantes.

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