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50º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

Martín Patino abre en 'Octavia' las zonas más cerradas de la historia de Salamanca

Se acaba el concurso sin un filme favorito indiscutible para ganar esta noche la Concha de Oro

Acabó ayer el concurso con la esquemática película alemana, filmada en Estados Unidos con presupuesto mínimo, Pigs will fly, dirigida por Eoin Moore. Fue amablemente aplaudida. En cambio hubo frialdad ante Octavia, una especie de película testamentaria -él ha dicho aquí que va a ser la última que hace- de Basilio Martín Patino, en la que el cineasta salmantino abre las estancias más cerradas y oscuras de la historia, o intrahistoria, reciente de su ciudad y remueve sus atmósferas turbias y viciadas en un filme bello, doloroso, inteligente, lleno de esquinas y complejidades.

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No es Octavia una de esas películas que se presume que van a agolpar a grandes colas en las aceras. No va por ahí, ni lo busca. Pero es una obra de fuste, que tiene pinta de convertirse irremediablemente en una de esas raras películas que seguirán viéndose dentro de cincuenta años, porque se escapa de ellas el sello o indicio de permanencia que desprende siempre el tacto de la sabiduría al ser atrapado por una pantalla. Es cine fuera de norma, hecho de espaldas a las leyes del consumo, libre y arriesgado, que busca y mueve y conmueve a la inteligencia.

Comienza Octavia -y es posible que lo haga a conciencia o con sutil premeditación- dejando hilachas dispersas flotando sin engarce recíproco dentro de los ojos, como si Patino jugase, con el empuje de un sagaz cálculo metódico, a desorientar al espectador para después, hacia la mitad de la película, orientarlo o reorientarlo mediante una sacudida de alta precisión -el golpe entre ojo y ojo del fortísimo instante en que esa su Octavia juega a ser en las calles de su mortal Salamanca una desesperanzada lady Godiva- en el trazo del itinerario del relato.

Pero es esta tardanza en ofrecer al espectador la sensación de que pisa por fin tierra firme, y de que domina las claves del suceso, o de la saga, el único punto discutible de la estrategia narrativa de Octavia. Porque una hora de flotación ante una pantalla premeditadamente imprecisa y cargada, e incluso sobrecargada, de ideas y de sugerencias, es una prueba de fuerza demasiado severa para el aguante de un espectador pasivo y frágil, ese que no acepta la dificultad que le ofrece el cine en su elevación mas alta, el cine considerado como forma de conocimiento, del que Octavia en un caso egregio.

Se entiende por ello la resistencia que un sector del público ofreció ayer aquí a este bello filme, que entusiasmó a otro sector con la singularidad de su indagación dentro de zonas resbaladizas, turbias y oscuras de la Salamanca del siglo pasado. La visión de Patino de la vida y la historia -o la intrahistoria, en la terminología de Unamuno- de la portentosa ciudad a través de jirones del tejido de una saga de su peor, su más rancia burguesía seudoaristócrata, es una conquista de gran envergadura dentro del cine moderno. De ahí que, mientras se adentra la mirada en la conmovedora zona de desenlace, se intuya que Octavia es cine destinado a quedar, una apasionante captura del tacto dorado de las viejas piedras, un ámbito de belleza absoluta bajo el que se mueve un subsuelo turbador, en el que Patino se abre paso, en un fascinante buceo introspectivo dentro de un escenario inicialmente oscuro y ahora ya iluminado.

Y, tras este gran filme, el concurso queda visto para la sentencia de esta noche en el Kursaal. No hay una obra claramente, rotundamente favorita. Hay cuatro o cinco que suenan en un impreciso rumor. Son la iraní Canción de invierno, la rusa El amante, la española Los lunes al sol, la argentina Lugares comunes, la china Juntos y la danesa Corazones abiertos. Y nada menos que seis películas juegan a ser la mejor en los pronósticos de vísperas, lo que da una pista segura sobre la muy alta calidad en que se ha movido esta edición del festival donostiarra, una de las más solventes que se recuerdan.

El director Basilio Martín Patino, en San Sebastián.
El director Basilio Martín Patino, en San Sebastián.JESÚS URIARTE
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