Grandes tardes de Joaquín Vidal
El miércoles se publica el libro que recoge las mejores crónicas taurinas del que fuera crítico de EL PAÍS durante 26 años
Triunfos y decepciones, indiferencia y gloria; emoción y jondura, aburrimiento y sueño; orejas peludas y público triunfalista; sol y moscas, lluvia y nieve; toros bravos (pocos) y toretes drogados de EPO o borrachos de coñá (muchos); torería (escasa) y taurinismo rampante; picadores criminales y subalternos cabales; Curro desgranando esencias y Curro perpetrando carnicerías entre almohadillazos...
Todo eso (y mucho más) vio, vivió y escribió Joaquín Vidal Vizcarro (Santander, 1935-Madrid, 10 de abril de 2002) durante los casi 26 años en que ejerció su magisterio como crítico taurino de EL PAÍS. Ahora, cinco meses después de la dolorosa noticia de su desaparición, sus lectores quizá tengan una razón para el consuelo. Ya está lista la recopilación de sus mejores crónicas. Se titula Crónicas taurinas, estará en las librerías el miércoles, la ha editado Aguilar a iniciativa de Alfredo Relaño, contiene un prólogo de Juan Luis Cebrián (La lección de Joaquín Vidal) y otro de su amigo Juan Antonio Arévalo (Un escritor en los toros), e incluye 153 piezas del escritor-periodista, divididas en 10 epígrafes. Ahí está lo mejor de Vidal, su arte y su estilo, 'tan personal y difícil de imitar como efectivo y poderoso en su expresión' (Cebrián): humor, inteligencia, concisión, integridad... Gran periodismo. O gran literatura.
Ambiente. El primer epígrafe reúne 10 crónicas casi taurinas, casi políticas, casi gastronómicas: un boceto de la sociedad española del último cuarto de siglo. La primera es una corrida de San Fermín, el 15 de julio de 1976. ¿Una corrida? '¿Estábamos o no estábamos en los toros? ¿Habíamos ido a los toros o a pedir amnistía?', se pregunta Vidal. La segunda es de la feria de Almería de 1979, y está consagrada a narrar las delicias de la merienda-cena. Tercera y cuarta dan cuenta de las penalidades sufridas por la afición en Valdemorillo, esa insólita feria que se celebra en febrero y que Vidal no se perdía: en la primera cayó un palmo de nieve: se suspendió; y la segunda... 'Como ver la televisión metido en la nevera, así son las corridas de Valdemorillo'. Otra se dedica al clamoroso triunfo del clarinero de La Maestranza. Y otra, Rayos, truenos y centellas, a una tormenta que cayó en Las Ventas el 4 de junio de 1988. Dos más narran el bullicio, los cánticos y la politización de las peñas pamplonesas.
Toros. '¡Apoteosis, Victorino! Ver a un señor bajito, más bien paleto, a hombros, que saluda con una montera, es todo un espectáculo'. Así arranca el segundo apartado, resumen de las crónicas dedicadas al toro. Combina maravillosas descripciones de láminas, trapío y bravura (sus lecturas del Cossío) con tragicómicos relatos de toros espanzurrados o borrachuzos. Son crónicas de títulos certeros (en la línea de su sección 'Las vacas enviudan a las cinco', de La Codorniz): El novillo que no quería aprender latín, Los toros del Conde de la Maza leen a Marcuse, Novillos para tenerlos en el cuarto de baño, Los sacaron del Barrio Chino, Las vacas pendonas, El cabestro rijoso ('Hay un cabestro rijoso en Las Ventas. Quizá sean dos'), A coces, Vuelve el toro del coñá, o Pedían el carné: 'Los toros de José Cebada Gago -menudos eran- pedían el carné. Saltaban embravecidos a la arena, y en cuanto se encontraban con un torero le mugían: 'La documentación'. Y el torero la tenía o no la tenía'.
Toreros. ¿Quién dijo que a Vidal no le gustaban los toros? Le gustaban, y mucho, siempre que hubiera un torero cabal toreando por derecho a un toro íntegro. La mejor prueba es esta sección, y la siguiente, que reúnen las crónicas dedicadas a los matadores que le impresionaron por su arte o su valor. En ella están algunos muy poco conocidos, y otros más. Raúl Sánchez, Curro, Macareno, Antoñete, Dámaso González, Manolo Vázquez, Pascual Gómez Jaén, otra vez Antoñete ('el maestro salió al encerado, cogió tiza, trazó rayas y explicó La Distancia (teorema)'; Rafael de Paula ('De todo cuanto hubo ayer en Las Ventas no quedó nada, salvo media verónica. Llevaba firma: Rafael de Paula'); Ortega Cano; El Niño de la Taurina, Antoñete (tris); el banderillero Joselito Calderón; Pepe Luis Vázquez, Morenito de Maracay, César Rincón (¡Impresionante!), José Tomás, El Juli, El Fandi, Esplá... Todos reciben aquí el mejor elogio: toreros.
Tardes de grandeza. Una cosa es torear como mandan los cánones y otra cortar orejas, triunfar. El triunfo jamás engañó a Vidal, como se ve en estas páginas, llenas de toreo bueno, pero no necesariamente de salidas a hombros. Son las tardes históricas, las crónicas de la pasión. Dos o tres de El Viti; tres o cuatro de Curro ('Curro paró el tiempo'); dos de Victorino Martín; una de Ortega Cano; la sinfonía de Rafael de Paula el 29 de septiembre del 87 en Madrid (Nunca el toreo fue tan bello); una sorpresa de Fernando Cámara; la famosa tarde Rincón con el colorao de Moura; ese día que Un tal Vázquez alcanza la gloria, la lección de Domingo Valderrama ante los miuras en Bilbao; la apoteosis de Joselito en el 96, cuando se encerró con seis toros en Las Ventas; la torería de Antoñete el día de su despedida, y la cumbre del toreo de Esplá en la Feria de Otoño del 99. La grandeza, gozada.
Tardes para el olvido. Pero quizá es verdad una cosa: el maestro se crecía con el castigo. Cuanto peor era el espectáculo, más ácida se volvía su pluma, más divertida su visión, más exacta su prosa. Aquí se mezclan relatos de petardos y aburrimientos (Hay que ir a los toros con despertador), conflictos de orden público (casi todos, de Curro), tardes derechacistas (El derechazo como instrumento de tortura, Los derechazos dan tos), encierros de cabras y gatos, tundas de muletazos a toritos moribundos (Diga 33, El caso del toro asesinadito) y hasta una crónica de música clásica, Lo bueno fue cuando llegó Zaratustra, en la que Vidal narra la interpretación de un fragmento de la pieza de Strauss a cargo de la banda de Pamplona. Aunque no inspiró nada a los toreros: 'La próxima vez debería probar con la obertura de Los nibelungos, a ver si cuela'.
El timo. Vidal en estado puro. Notario del bochorno en la plaza, testigo de cargo en el juicio nunca celebrado de estafa al espectador, defensor del respetable ante el fraude. 'Los taurinos están dando cada tarde el timo de la estampita. Y el público, satisfecho'. El estado de la cuestión lo resume bien un título de 1983 en la Feria de San Sebastián de los Reyes: El milagro español: la corrida de toros sin toros. Aquí aparecen diversas variantes salidas de su fértil fábrica de sinónimos: toros inválidos, toros borregos, toros gatos, toritos malitos, vacos, toros afeitados (La sombra del barbero era paralelepípeda), toros atontolinados, toros cojicachas, el toro borracho ('Salieron a la arena dos toros borrachos perdidos. Tuvieron que cojerla de anís, o no se explica su actitud'); toros escachifollados, toros basura, y, en fin, 'toros a los que les da por morirse'.
El arte de Marialva. O las 'mal llamadas corridas de rejones'. Una breve muestra para que se vea que de esto Vidal también sabía. Lo suyo. Por eso dejó escrito: 'Después de Hermoso de Mendoza, naide'.
La acorazada de picar. Once denuncias, entre cientos, de la sangrienta actitud de la moderna y atroz máquina de triturar toros enteros: los picadores. Todo un subgénero, dado su afán por defender la pureza de la fiesta
La autoridad. Presidentes cómplices, corruptos, cegarrutos, orejeros, risibles. Otro subgénero de lujo, lleno de metáforas para evitar el trullo (los policías suelen ser comisarios), aunque a veces no podía contenerse. 'El palco de la plaza de Valencia da risa. Parece que están allí sentados Pompoff y Teddy. Unos días Pompoff, otros Teddy, naturalmente'.
El público. Final con sus personajes favoritos (el aficionado Don Mariano, la suramericana Gladys) y sus odiados isidros, madrileños, sevillanos, o de donde fueren. 'Ver una oreja y que les vean a ellos es para los isidros el nirvana. Pues muy bien: a disfrutarlo con salud'.
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