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Columna
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Un ladrón robado

Comenzó a moverse el escaparate. El desfile de las películas en concurso -que la organización tiene la elegancia de no saturar y hacerlo indigerible, como está ocurriendo en el Festival de Venecia- comenzó anoche con el filme inaugural El buen ladrón, una producción de varios países europeos escrita y realizada por el irlandés Neil Jordan, el célebre director de Mona Lisa y Juego de lágrimas, entre una decena larga de películas de fuerte distinción, a veces duras e incluso muy duras, y siempre ambiciosas y complejas. En El buen ladrón Jordan sigue siendo fiel a sí mismo, pero baja algo el listón de las dificultades y se deja arrastrar por el abrumador, y ciertamente merecido, protagonismo natural, no forzado y probablemente no buscado, del gran actor estadounidense Nick Nolte, que absorbe, casi devora, la autoría de la película y la convierte en un estupendo recital de sí mismo. Y Nolte asume a ese buen ladrón que interpreta con tanto empuje que se lo roba a Neil Jordan.

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El juego del robo en realidad ya lo había iniciado el propio Neil Jordan al tomar prestado, sin pedirle permiso a su autor, el difunto Jean-Pierre Melville, el núcleo de la trama de su Bob le Flambeur, un poco conocido thriller de aquel gran cineasta francés, cuya obra es una cumbre del género negro europeo. Pero el préstamo forzado de Melville a Jordan se limita al esquema argumental y a unos cuantos rasgos muy singulares de la personalidad de ese buen ladrón llamado Bob. Jordan no hace lo que llama un remake del filme de Melville, sino que tira de un par de hilos de su madeja sin intentar apoderarse de su sustancia. Es más, al viejo ladrón austero y lacónico de Melville, Jordan opone un ladrón barroco y locuaz, que no para de largar y de gesticular. Eso sí, con el apabullante derroche de energía interpretativa que acostumbra a darnos Nick Nolte cuando se encuentra en vena y se le nota que le gusta lo que está haciendo en la pantalla. Y éste es el caso.

La película discurre sobre diálogos torrenciales muy ingeniosos, en los que Nick Nolte saca a relucir una colección de réplicas brillantes y divertidas, que son la auténtica sal del individuo amargo y a la deriva que interpreta. Un tipo bien esbozado por el director irlandés y mejor que bien acabado y redondeado por el actor estadounidense, que proclama sin guardarse las espaldas el cansancio y el rechazo que le provoca el juego de Hollywood e intenta llenar la etapa de plenitud de su talento en el cine independiente de su país y en las prolongaciones europeas de éste, como la que ha dado lugar a El buen ladrón.

Proporciona vivacidad y riqueza al recital de Nick Nolte el excelente reparto del filme, que le permite jugar con todas las cartas de su exuberante baraja profesional. Porque le dan la réplica -además de divos como Ralph Fiennes y de directores metidos a actores, como Emir Kusturica- un conjunto de rostros muy bien trabado y con momentos de gran brillo en una docena de intérpretes franceses, británicos y estadounidenses, que llevan en volandas a la joven y guapísima actriz georgiana Nutsa Kukianidze, que busca en El buen ladrón una pista de despegue, y parece haberla encontrado. En su idilio con Nick Nolte, esta casi aficionada logra mantener -pese a la evidencia de escasez de sus tretas y recursos de oficio- un auténtico tú a tú con el actor, sin tambalearse ni hacer de simple muleta para el lucimiento de su arrollador colega.

El buen ladrón es, como poco, un arranque digno y bastante prometedor para un concurso que desde su comienzo se entrevé dominado por películas de pequeña producción, de las llamadas -a mi juicio con cierta temeridad, pues este término lo mismo equivale a una promesa de talento que a una promesa de desastre- de autor. El festival donostiarra se ha abierto laboriosamente un camino en los últimos años en su busca de un lugar propio, que ya ha conseguido. Este lugar se encuentra dentro de un triángulo cuyos vértices son el cine español, el europeo, que no ha sido quemado en la hoguera de celuloide del Festival de Venecia, y el hispanoamericano. Ha guardado equilibrio entre tres puntos de origen, y la programación de este año parece mantener ese rasgo equilibrado. Luego, el día a día confirmará o echará abajo esta presunción de identidad.

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