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Tribuna:LA SITUACIÓN POLÍTICA EN EUSKADI
Tribuna
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Soltando lastre

El PNV es, a juicio del autor, el principal beneficiario de la ilegalización de Batasuna, aunque la critique con dureza.

La probabilidad de que las decisiones produzcan solamente los efectos sociales perseguidos por sus autores es muy baja. Sucede más bien que, como Shakespeare advertía, 'somos los dueños de nuestras ideas, pero en absoluto de sus consecuencias'. Por ello, dejando de lado por el momento el controvertido efecto de la decisión de ilegalizar Batasuna con respecto a su fin directo y explícito (¿excitará o inhibirá el terrorismo?), merece la pena analizar las probables consecuencias políticas inintencionales de esa decisión.

Sirva como punto de partida el paralelismo que puede trazarse entre la actual situación y un momento ya histórico, el de la reacción social que se produjo después del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Aquella reacción hubiera llevado inevitablemente y en poco tiempo al ostracismo político de Herri Batasuna (el equivalente a la actual ilegalización), y sin embargo ese hecho no se produjo. Y no se produjo porque el nacionalismo democrático lo impidió decididamente. En parte porque no controlaba el proceso mismo, pero sobre todo porque percibió que en aquel momento sería un desastre para la causa del nacionalismo en su conjunto el desplome brusco del proyecto independentista que sostenía la izquierda abertzale. Pues no existía en aquel momento un proyecto soberanista alternativo al de los radicales, lo que implicaba que el éxito de Ermua hubiera dejado atrapado al nacionalismo en el autonomismo de Ajuria Enea.

La ilegalización va a permitir al PNV quedar como única opción factible del espacio nacionalista

Hoy las cosas han cambiado y varios signos lo muestran: el primero es la debilidad de Batasuna, patentizada en su escasa capacidad de convocatoria militante para organizar un Stalingrado particular (subrayada por Emilio Alfaro en estas páginas), así como en la peregrinación de Otegi en busca de solidaridad activa por sedes políticas diversas. El segundo, quizá más significativo, es la prontitud, eficacia e incluso contundencia con que el Gobierno vasco ha cumplido con su obligación institucional de aplicar las decisiones judiciales. Esta conducta no se debe en mi opinión, a un supuesto temor a ser substituido por otras fuerzas policiales en caso de ignorar aquellas obligaciones, sino a una decisión más meditada y de más hondo calado, fundada sobre todo en un dato diferencial con la época de Ermua: el PNV tiene ahora un proyecto soberanista propio y, además, se siente con confianza de poder imponerlo hegemónicamente dentro del nacionalismo.

Ese proyecto soberanista propio se comenzó a construir precisamente tras el fracaso de Ermua, para contar con una alternativa al desplome de los radicales contaminados por la violencia terrorista, desplome que se veía como inevitable. En ese sentido, la política del PNV de los últimos años ha consistido en intentar diseñar un escenario para la postviolencia que resulte favorable para la causa del nacionalismo. Y aunque el proyecto soberanista del PNV sea todavía confuso en sus vías procedimentales, es patente su nota esencial que, remedando la transición suarista, puede cifrarse en las palabras 'desde la legalidad a la legalidad sin ruptura traumática'. Hubo un paso en falso, cuando se ofreció a compartir su proyecto con los radicales a cambio de obtener el fin inmediato de ETA, oferta fracasada por la carencia total de autonomía de HB y porque media sociedad vasca se rebeló contra esa cohabitación. Pero de ese tropezón quien salió fortalecido fue el PNV y quien deslegitimada socialmente, HB. Y, para colmo, ha tenido lugar el 11-S, no lo olvidemos.

A partir de las últimas elecciones el PNV sabe que su proyecto es hegemónico en el nacionalismo, por la sencilla razón de que ha obtenido la carta de triunfo de cualquier proceso de transición política de un régimen a otro: haberse constituido en la segunda opción en las preferencias de las demás fuerzas políticas competidoras. El proyecto suarista en la transición española no venció por ser el preferido por la mayoría de fuerzas, que no lo era, sino porque llegó a convertirse en la segunda opción preferida para quienes tenían otro proyecto distinto como primera opción (comunistas, socialistas, y franquistas sociológicos). Ibarretxe sabe también que su proyecto es ya la segunda opción para muchísimos radicales de una HB tambaleante, para EA y para IU. Sólo le falta lograr que lo sea también para un partido del ámbito constitucional, el PSE, pero ésa es otra historia.

En esta situación ha irrumpido la ilegalización de Batasuna (tan justa como chapucera). Por descontado, el PNV criticará agriamente la decisión, en tanto en cuanto le pone en bandeja una poderosa arma dialéctica para deslegitimar el régimen actual. Pero con toda probabilidad no dará ningún paso serio hacia una acción común con Batasuna que no se plantee en sus propios términos, ni para apoyar una resistencia numantina que exceda de los límites del marco legal. Su posición será, más bien, la de 'vosotros solitos os lo habéis buscado por insistir en un proyecto rupturista contaminado de violencia', y a partir de ahí abrirá las puertas de la casa común a quienes den en prenda de entrada su rechazo a la violencia, dejando caer como lastre inútil a los perseverantes. Más que correr a consolar a los radicales clandestinizados (como alocadamente hace EA), probablemente acentuará los aspectos legalistas de su propio proyecto para desmarcarse del radical agonizante.

De lo cual se concluye que, si acertamos, el PNV saldrá fortalecido en su proyecto soberanista propio como consecuencia de la ilegalización, pues le permitirá desplazar definitivamente a sus competidores en el espacio nacionalista, y quedar como única opción factible en términos realistas. Con las palabras que empleaba recientemente Mayor Oreja, el PNV heredará los restos recuperables del naufragio inevitable de la violencia.

Y lo curioso es que este fortalecimiento es indudablemente positivo para el fin primario perseguido de erradicar el terrorismo, por mucho que sea políticamente indeseable para quienes desde posiciones antisoberanistas han decidido arrojar a Batasuna fuera del normal juego político. Curiosa ambivalencia, ciertamente. Pero es que, al fin y al cabo, Shakespeare conocía bastante bien la realidad humana.

José Mª Ruiz Soroa es abogado.

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