BELLEZA Y 'FITNESS' PARA LA ÉLITE
Los nutricionistas son los nuevos 'Rasputines' de la buena sociedad moscovita, que paga cifras exorbitantes por matricularse en los gimnasios de la capital. El descubrimiento del culto al cuerpo es un signo más de los profundos cambios que vive Rusia.
La élite rusa invierte generosamente en belleza y salud. Cuidar el cuerpo, someterlo a duras sesiones de entrenamiento, masajes, regímenes severos e incluso intervenciones quirúrgicas en aras del aspecto está de moda entre los moscovitas con dinero.
Aunque la tendencia se inició antes de la llegada al poder de Vladímir Putin, el estilo deportivo de un presidente que monta a caballo, esquía, nada y practica el yudo y el sambo ha contribuido a crear un nuevo modelo de los personajes públicos como gente 'en forma'. Los expertos en nutrición son los nuevos Rasputines de la buena sociedad rusa, que hoy sabe tanto sobre dietas de adelgazamiento basadas en análisis de sangre o estructura capilar como antes de intrigas políticas. En su última obra, Lecturas fuera de Programa, el popular autor policiaco Borís Akunin ha colocado entre los protagonistas a un especialista en cirugía estética que es visitado por ricas damas enganchadas a los estiramientos faciales de por vida. Según el diario Nezavísimaya Gazeta, el negocio de los gimnasios mueve por lo menos 200 millones de euros al año en Moscú y va camino de extenderse a sectores más populares, dada la progresiva saturación de la demanda de élite.
Un gimnasio de élite de Moscú cuesta 200 euros al mes, cuatro veces el sueldo de un maestro
'Los rusos iban en busca de una forma ideal de cuerpo y están descubriendo la salud', dice una entrenadora
Como si quisieran subrayar que están en una época de ruptura con el pasado, los responsables de los gimnasios abusan de los anglicismos, hablan de 'fitness', y no de 'gimnasia' o 'entrenamiento', e indican sus precios en la moneda estadounidense. 'Los fitness-clubs aparecen por todas partes como las setas tras la lluvia. Es nuestro gran momento', dice Yana Zhigálova, jefa de programas especiales de Planeta Fitness, uno de los gimnasios de élite de la capital. Su empresa tiene una red de nueve centros y ofrece tarjetas anuales de asociación, que salen aproximadamente por 200 euros al mes por cabeza, es decir, cuatro veces el sueldo de un maestro o de un médico ruso.
'Sólo los perezosos no hacen gimnasia', afirma Yana, que practicaba aeróbic en Camboya cuando era la esposa de un joven diplomático soviético destinado a aquel país oriental. Volvió en 1992 con un contenedor de arroz y la impresión acertada de que debían reorientar rápidamente sus carreras para ganarse la vida. Y entonces fue cuando los videos de Jane Fonda le abrieron nuevo camino. 'Alquilé una sala en un centro polideportivo y me puse a trabajar como entrenadora privada. Todo fue bien hasta que aquella sala se me quedó pequeña y me di cuenta de que los clientes ya no querían sólo un entrenador, sino servicios más amplios'.
La historia de Yana es la del nacimiento de los gimnasios privados en la Rusia postsoviética. El sistema de servicios deportivos heredado de la URSS se había ido deteriorando junto con las viejas instituciones estatales a las que estaba vinculado. A partir de la infraestructura que se privatizaba ávidamente, no tardaron en surgir nuevos establecimientos de corte occidental que respondían a las exigencias de las nuevas élites. Planeta Fitness atiende a políticos, periodistas, empresarios, ejecutivos y gente del mundo del espectáculo. Como los supermercados de Moscú, su sede central está abierta las 24 horas del día. Entre otros muchos productos, la desbordante oferta de los gimnasios incluye baile latino, thai chi, karate, diversos tipos de luchas orientales, diferentes menús de ejercicios abdominales, yoga y otras fórmulas de relajación, ballet y otras danzas, así como pilates, una modalidad de ejercicio muy solicitada.
Los gimnasios de élite tienen guardaespaldas a la entrada. Su presencia, más o menos discreta, es parte de las medidas destinadas a asegurar que los clientes se relajen y dejen fuera sus preocupaciones de seguridad. Aun así, hay algunos que se entrenan en compañía de sus propios guardaespaldas, señala la responsable de un gimnasio. 'Jamás vi un gimnasio donde hubiera que pasar por un detector de metales', afirma una ejecutiva norteamericana que paga 200 euros al mes por entrenarse en un buen gimnasio. A su entrada, junto a los guardaespaldas, los gimnasios suelen tener un bar, a menudo surtido con suculentos platos en franca contradicción con los objetivos de la mayoría de los clientes.
En la sede de World Class hay un bar con llamativas tartas de frambuesas y moras, donde se venden zumos de frutas, ampollas de magnesio y vitaminas. Este gimnasio, que fue el pionero en Moscú en 1993 y que todavía se considera el más prestigioso, fue fundado por la campeona de esgrima Olga Slutsker y es parte de una red de cuatro. Son locales con precios diferentes, que se orientan hacia el poder adquisitivo y la estructura social de su emplazamiento. El club más selecto se alza en las afueras de Moscú, en las cercanías del pueblo de Zhúkovka, donde están las dachas gubernamentales. Un carné individual de socio en ese club cuesta 4.000 euros al año. Fuentes del club, que no desean ser identificadas, señalan que Ludmila Pútina, la esposa del presidente, y sus hijas Masha y Katia, entrenaban en Zhúkovka hasta que, por razones de seguridad, decidieron seguir en su casa. 'Se les envía un entrenador de gimnasia que les da sesiones de danza combinada, un poco de todo: baile irlandés, latino, jazz, pop', señala la fuente, según la cual las tres mujeres son 'muy modernas y tienen gran facilidad para bailar'. En su sede central, detrás del Ministerio del Interior, World Class tiene precios más moderados, entre 1.500 y 2.000 euros anuales por un carné anual de socio.
Irina Kutiná, la directora de gimnasia, admite que la proporción de usuarios extranjeros ha disminuido entre sus clientes. 'Los occidentales están acostumbrados a una política de precios más económicos. Aquí se puede pagar menos e ir a un establecimiento soviético, pero no es una alternativa', señala Kutiná, que es maestra de esgrima y también doctora en Ciencias Médicas. 'Algunos clientes rusos nos piden que subamos los precios para que el club mantenga el carácter exclusivo y venga menos gente', afirma. Los gimnasios de élite disponen de servicios complementarios como peluquería, masaje corporal y facial, hidromasaje, linfodrenaje, fitoterapia, solario, baños de algas y de barro y programas de rejuvenecimiento a base de luz o láser. Los precios varían. En Planeta Fitness un masaje de media hora cuesta el equivalente a 30 euros; una limpieza de cutis, entre 120 a 150 euros, según el tipo de cosméticos que se utilicen, y un servicio de cortar, teñir y marcar, 150 euros. Son cantidades exorbitantes para un ruso medio, pero en una ciudad que acapara la mayor parte de los recursos financieros del país hay quien puede pagarlas. En la industria de la belleza, San Petersburgo, la segunda ciudad de Rusia, está a años luz respecto a Moscú.
'Los rusos iban en busca de una forma ideal de cuerpo, y lo que están descubriendo es la salud, que no puede identificarse ni con la forma ideal ni con la simple ausencia de enfermedad', dice Kutiná. 'Salud es tener capacidad de trabajo, ser resistente a la tensión, ser organizado y tener tiempo para todo', sentencia. Para cuidar la imagen de los ricos, Moscú tiene hoy peluquerías como Dolores, a la que acude Tatiana, la hija de Borís Yeltsin, y en alguna ocasión Ludmila Pútina, señala una experta en cotilleo político. Cliente regular de Dolores es el líder de la Unión de Fuerzas de Derechas, Borís Nemtsov, que sigue el consejo de sus asesores y mantiene a raya los rizos que le dan una apariencia demasiado juvenil. Nemtsov ha dejado de fumar y entrena en un gimnasio.
'Fue una experiencia que valió la pena, aunque no me la puedo permitir de un modo sistemático', dice una funcionaria del Kremlin, recordando una visita a Dolores, donde dejó más de 150 euros, prácticamente la mitad de su sueldo mensual. Un ex militar, satisfecho de realizar su verdadera vocación de estilista, le cambió totalmente la imagen. La funcionaria está pensando ya en repetir la experiencia.
El deseo de llevar una vida sana es generalizado en la Administración Presidencial, señala. Sin embargo, quienes llegaron a la política desde los negocios tienen más medios que los que no se movieron de ella, afirma. 'Los primeros no escatiman tiempo ni dinero y se pueden permitir cuidados de lujo de forma regular. Los segundos, sólo placeres aislados'.
La Administración Presidencial, que funciona como una gran empresa con sus propios negocios, ofrece a sus empleados la red de residencias de lujo de las afueras de Moscú que heredó del sistema comunista. En la residencia Bor, por ejemplo, hay una magnífica piscina, que es gratuita para quien trabaja en el Kremlin, y todo tipo de servicios para embellecer el cuerpo a precios especiales para ellos.
En peluquerías, Persona supone un concepto más democrático que Dolores. La primera red de salones de estilo occidental accesible a la clase media fue fundada en su forma actual por el polifacético Ígor Stoyánov en 1996. Hoy tiene nueve salones y otros muchos en proyecto. Un servicio profesional de corte, lavado y marcado puede obtenerse a partir de 10 euros en cualquiera de los salones de la compañía, incluido el último, inaugurado, junto con un bar, en uno de los históricos rascacielos de la época estalinista. 'Preferimos denominarnos Laboratorio de Imagen', precisa Konstantín Yevstignéyev, que es médico y ejerce como segundo en esta empresa, que asesora a los empleados de seis cadenas de televisión y restaurantes de moda. Stoyánov propugna la naturalidad y critica a algunas damas de la política rusa que, en lugar de peinados, llevan 'corazas' y 'fortificaciones' en la cabeza. Con este estilo han roto la vicepresidenta del Banco Central, Tatiana Paramónova, y la vicejefa del Gobierno, Valentina Matviyenko. Los medios de comunicación rusos especulan sobre los métodos empleados por estas damas para lograr verse más esbeltas y jóvenes. 'A la hora de adelgazar, las mujeres rusas son más consecuentes, más disciplinadas y más pacientes que las occidentales', señala una entrenadora. Entre los hombres, los cambios más espectaculares afectan al ministro de Prensa, Mijaíl Lesin, a quien Putin elogió por perder 20 kilos, y a Andréi Makárov, un famoso abogado que ha adelgazado más de 70 kilos.
La renovación de imagen de la élite rusa ha pasado por varias etapas. Un largo camino media entre la llegada de los odontólogos que renovaron dentaduras y los cirujanos que estiran la piel y eliminan berrugas o bolsas debajo de los ojos. Pero los rusos acomodados prefieren presentarse como sujetos activos y disciplinados de un deporte o un régimen que como objetos pasivos de una cirugía para privilegiados.
Mañana, Chechenos en Moscú
Mañana, Chechenos en Moscú
El final de la glotonería
'La época de la glotonería se está acabando en Rusia', dice el doctor Anatoli Vólkov, experto en nutricción, de 47 años, que se ha convertido en el gurú de los moscovitas ricos preocupados por su figura. El doctor Vólkov fuma y tiene aspecto de intelectual bohemio de los años setenta. En época soviética trabajó en las urgencias de un hospital de la capital y hoy recibe a clientes de todo el mundo en su clínica privada, especializada en restablecer el equilibrio de los organismos desorientados en sus hábitos de nutrición. Su método se basa en los análisis de sangre. 'Al desintegrarse la URSS, la gente comía sin mesura, porque había sufrido muchas privaciones. Los que tenían dinero se sentían obligados a ingerir alimentos caros, pero esta época se acaba y estamos entrando en una fase más racional', señala el médico. Hasta la madrugada, Vólkov atiende las llamadas de los pacientes desde su casa, que comparte con su familia y con reptiles, pájaros, ranas, monos y plantas de todo el mundo. La lista de los personajes que pasan por ser pacientes suyos incluyen al oligarca del petróleo Mijaíl Jodorkovski, al político conservador Borís Nemtsov, a Anatoli Chubáis, presidente de la compañía estatal de electricidad de Rusia, o al ministro de Prensa, Mijaíl Lesin. Vólkov cree que en la actitud rusa hacia la comida se están produciendo grandes cambios. 'Es normal que la gente se hinche a comer después de una guerra, y el sistema soviético fue peor que una guerra. Estamos superando la glotonería', exclama. De la comida rusa recomienda las sopas. A él lo que le gusta es la carne. Cordero, si es posible.
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