La boda de Borja
Llevo años aspirando a entender en qué se distinguen las noticias de primera página de las de última. Supongamos que usted es ministro y que se le casa un hijo. Imaginemos que a usted, solo o en compañía de otros, se le ocurre celebrar la boda en las dependencias del ministerio, utilizando a funcionarios públicos a sueldo del Estado para servir el banquete. Dada la época del año (agosto), muchos de estos funcionarios se encuentran de vacaciones, pero usted les ordena venir de su pueblo para servir el cóctel de marisco. Hágame, por favor, el esfuerzo de suponer que todo esto es real, y que un buen día, al caer la tarde, la sede de su ministerio se llena de señoras con pamela y caballeros de esmoquin.
El almirante jefe de la Zona Marítima del Cantábrico, que es un pez gordísimo, casi un ministro, ha utilizado las instalaciones de la Capitanía General para casar a su hijo, que no sabemos si se llama Borja, aunque se lo merecería
Supongamos ahora que la noticia llega a los periódicos. ¿Qué cree usted que harían con ella? ¿La relegarían a un suelto de 15 líneas en las páginas de Sociedad o la darían en primera, a cuatro columnas, acompañada de un comentario editorial incisivo? Sobra la pregunta. La sede de un ministerio es un espacio público, por Dios. Y los sueldos de sus funcionarios salen de nuestros bolsillos: no se les puede utilizar para cosas que no son. La noticia, en consecuencia, es una bomba que obligaría al presidente del Gobierno a abandonar su lugar de descanso y tomar las riendas de la realidad. A estas horas, además de cesado, el padre del novio se encontraría a disposición judicial.
Pues este disparate, que parece salido de la cabeza de un demente, acaba de ocurrir. O sea, que el almirante jefe de la Zona Marítima del Cantábrico, que es un pez gordísimo, casi un ministro, ha utilizado las instalaciones de la Capitanía General para casar a su hijo, que no sabemos si se llama Borja, aunque se lo merecería. Más aún: los marineros de la Armada elegidos para servir el banquete, y que en ese momento se encontraban de permiso, fueron reclamados por la patria y no tuvieron más remedio que regresar corriendo de sus pueblos para jugarse la vida en la heroica misión de dar de comer a los familiares y amigos de su almirante. Hasta el fotógrafo resultó ser un funcionario, sin duda experto en este tipo de escaramuzas de alto riesgo.
No sabemos quién pagó los langostinos. Arriba España.
O sea, que justo en un momento en el que aquí se privatiza todo, incluidas la educación y la sanidad, convertimos la boda del hijo de un general en un servicio público. ¿Quién lo entiende? De momento, da la impresión de que lo entiende Defensa, a quien le ha parecido 'algo normal'. A ver si inventan un ministerio, o al menos una dirección general, que nos defienda de Defensa, porque no pasa un mes sin que cometan algún desatino. Todavía se pudre en el calabozo un subteniente que pretendió dormir en una residencia militar con su pareja de hecho. Ahí está el pobre, a pan y agua, mientras los almirantes bailan con señoras llenas de escotes y de velos en las salas de guardia.
Comprenderán ustedes que después de leer la noticia de la boda (que ni siquiera han dado todos los periódicos) uno llevara varios días conteniendo la respiración, a la espera de que en este país ocurriera algo. Pues no ha pasado nada porque el grado de confusión entre lo público y lo privado, o entre la realidad y la ficción, es de tal calibre que incluso a usted y a mí, como consumidores habituales de noticias, nos parece normal que los generales se aprovechen de las instalaciones públicas para redondear el sueldo. 'Cosas de los militares', nos decimos, como cuando mamá decía: 'Cosas del abuelo'.
Cabe preguntarse quién vigilaba ese día el Cantábrico, ocupados como estaban todos en que no se cortara la mayonesa. Pues una subcontrata, o sea, Prosegur, que creo que es también la que vigila las puertas de la Academia Militar de Zaragoza. Los americanos se han defendido de los horrores llevados a cabo en Afganistán aduciendo que el general loco pertenecía a una subcontrata. Y AENA se ha desentendido del caos aeroportuario con la excusa de que las empresas subcontratadas no funcionan. La subcontrata quita muchos dolores de cabeza, porque cuando viene la gente con reclamaciones la envías al maestro armero. En cambio, para las cosas importantes, como la boda de un hijo, hay que acudir al propio personal, aunque esté de vacaciones. ¿Era de primera página o no?
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