La inutilidad de hacer 'bushing'
Una ya no se sorprende prácticamente por nada. Ejemplo: no me inmuté ante la foto de Pilar del Castillo vestida de pintor, en la sección Mi otro yo que ha publicado nuestra revista EPS el último domingo, y eso que más que un pintor parecía Cantinflas. Ejemplo: tampoco me escandaliza que el clero católico norteamericano haya decidido permitir que sus curas pederastas sigan ejerciendo sus labores pastorales; otra cosa sería si tuvieran pareja con consentimiento entre adultos, ahí ya habría que ponerles firmes.
Sin embargo, una se ve, a veces, enfrentada a hechos que me devuelven al asombro primigenio. Ejemplo: el Enemigo Público Número Uno de Occidente, Sadam Husein, y el Aliado Número Menos que Cero del Defensor de Occidente, José María Aznar, ¡tienen algo en común, además del mostacho! No es que el dictador iraquí haya sido visto, como nuestro líder carismático, cubierto de cintura para abajo con una toalla con estampado de estrellas marinas y lánguidamente apoyado en la cubierta de un yate, insinuando la apacible llanura de su trasero. No. Se trata de que ambos admiran a Winston Churchill, según he leído por ahí.
De cómo la cronista descubre similitudes entre el pensamiento aznariano y Sadam Husein, y de cómo trata de sobreponerse a ello pensando en la liposucción de Chenoa y los diseños del príncipe Carlos de Inglaterra
Menos mal que no hay contradicción humana, ni trastorno medioambiental, ni angustia vital que resistan una buena sesión de ejercicio físico, como he descubierto últimamente. Para que el azote muscular se dé bien, una debe dejar, cuando entra en el gimnasio, la realidad a sus espaldas.
Es por ello que, mientras me hallaba realizando posturitas de gym-tonic en la piscina cubierta, sector canal para lentos, también llamado Calle de la Selección Natural de la Especie, vacié mi cabeza de todo pensamiento turbador para concentrarme en lo único que me interesa mientras lucho para sobrevivir darwinianamente. Esto es, encontrar temas livianos para conversar sin agobios con mi entrenador físico. Porque en un gimnasio no te debes poner trascendental. Lo mejor es hacer bushing, ya saben a qué me refiero. Vacío mental.
De modo que, caminando hacia delante y hacia atrás, chapoteando entre un sordo crujido de lumbares, enumeré los posibles argumentos no perturbadores que atacaría en cuanto mi preparador compareciera. Uno, la liposucción de caderas a que piensa someterse Chenoa (sí, ella al quirófano y yo a la UCI, ya puestas); dos, el escritorio diseñado por lord Linley, sobrino de la reina Isabel, que parece ideal para escribir sólo en lenguas muertas (ha sido exhibido en Marbella, que viene a ser lo mismo); tres, el afán de Carlos de Inglaterra por diseñar también (debe de ser cosa de las monarquías inglesas: verse en el espejo y querer ponerse a dibujar es todo uno), aunque en su caso se trata de prendas informales. Aquí me detuve (no en la piscina, sino en mis pensamientos), porque decidí que este apartado podría dar mucho de sí, dado que en el gimnasio, otra cosa no, pero prendas informales, las que quieras. Yo misma, tal como me produzco cuando le doy a los ejercicios de secano (o fitness), parezco diseñada por Enrique VIII, como la Iglesia de Inglaterra y el divorcio rápido por eliminación de la adversaria.
Lo tenía todo en la punta de la lengua, y le aguardaba con ilusión aferrada a una especie de potro enhiesto que se ha empeñado en que debo domar con las tetas, cuando el otro, o sea, mi entrenador, entró en la sala con la camiseta especial For Your Eyes Only que se pone para atenderme. Joder, qué cara más larga.
-¿Te has enterado? -me preguntó, sombrío.
-No, ¿qué pasa? ¿No hemos ganado bastantes medallas en atletismo? -ya ven que sé ponerme a la altura.
-Charlton Heston tiene Alzheimer.
Vaya por Dios, a ver si me ha salido un entrenador facha. Ahora que estoy tan a gusto y acostumbrada a los pelos de la paredes de la ducha, voy a tener que cambiar de gimnasio, pensé. Pero no era eso. Todo lo contrario:
-¡Y le dejan seguir presidiendo la Asociación Nacional del Rifle! Ya no hay justicia, ni en esto ni en lo de los curas pederastas.
Me hundí, claro. Si no puede una no ponerse banal con su diseñador físico, ¿vale la pena dejarse las tetas en el potro?
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