_
_
_
_
_

"Los odiaremos el resto de nuestra vida"

Los padres de la niña asesinada piden a las autoridades que utilicen todos los mecanismos legales para acabar con ETA

Cuando el guardia Cipriano llegó, la madre de Silvia seguía apoyada en el quicio de la puerta, sin poder moverse, llorando y quejándose: '¡Ay mi reina, ay mi reina!'. Cipriano, que también tiene dos hijos, empezó a quitar los escombros que sepultaban a la niña mientras Toñi, la madre de Silvia, le suplicaba, fuera de sí: 'No la toques, Cipri, no la toques, ¡ay mi reina!'. Hacía sólo un minuto que Silvia, la hija del guardia José, su única hija, rubia y delgada, alta para sus seis años, estaba allí mismo, bailando, disfrutando de la música y de su primo Borja, que jugaba en la otra habitación. Por eso, si el guardia Cipriano no seguía rebuscando entre el humo y los escombros, si no llegaba a descubrir nunca el cuerpo roto de la niña... quizás entonces... quizás todo se hubiera quedado en un mal sueño.

Más información
Interior cree que ETA dispone de 80 terroristas
El Congreso abrirá en agosto para acelerar la ilegalización de Batasuna
La ilegalización divide a los partidos del Ejecutivo vasco
ETA hizo un estudio sobre el peso del turismo en la economía española
Arenas insta al PNV a que decida entre apoyar la ilegalización de Batasuna o "proteger a ETA"
La Gran Playa de Santa Pola, desalojada por segunda vez ante un nuevo aviso de bomba

Pero no. Cipriano sacó a la niña y corrió con ella pidiendo auxilio, confundiéndose sus gritos y sus lágrimas con la sangre de ella. El guardia que refiere esto lo vio todo. Es un hombre fuerte, curtido en el norte, acostumbrado a bregar allí y aquí con gente de la peor calaña, pero todavía hoy, cuatro días después de la tragedia, no puede más y se echa a llorar, recordando la noche que ETA mató a Silvia y a Cecilio Gallego, el hombre de 57 años que esperaba el autobús cerca de la casa cuartel de Santa Pola.

Cuenta el guardia que todos en el cuartel están destrozados, que todos son conscientes de que a Silvia la mató ETA y nadie más, pero que a lo mejor ya va siendo hora de que los guardias civiles vayan dejando de ser la cenicienta de toda esta historia. 'Que hace 30 años que nos vienen matando, ¿sabe usted?', dice secándose las lágrimas, 'y ni siquiera podemos contarle a la gente nuestro dolor. Que nos hemos tenido que refugiar en este bar porque como me vean hablando con un periodista lo mismo me meten un puro. ¿Usted ve normal que tengamos que mandar por delante a nuestras mujeres para que reivindiquen lo que es justo?'. Las mujeres de los guardias han declarado esta semana que la seguridad de la casa cuartel de Santa Pola dejaba mucho que desear, que ellas mismas lo habían denunciado días antes y que nadie les hizo caso.

Ayer todavía se derramaron lágrimas. Una excavadora terminó de demoler una parte de la casa cuartel, justo el edificio donde vivía Silvia. Sus padres, José y Toñi, abandonaron la ciudad nada más darle tierra a su hija. 'Mientras lloramos la muerte de nuestra pequeña', dicen en una carta que escribieron junto a un retrato de su hija, 'esos malnacidos siguen paseándose impunemente por nuestras calles. Deseamos con todas nuestras fuerzas que se pudran en la cárcel; queremos hacer saber a esos miserables que los odiamos con todas nuestras fuerzas, que les guardaremos rencor el resto de nuestra vida'.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_