La Iglesia no logra movilizar a los jóvenes de Canadá en las jornadas de la visita del Papa
Toronto ha acogido con simpatía y con el máximo apoyo institucional la celebración de la XVII Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que el Papa clausurará el domingo con una misa multitudinaria en una inmensa explanada al norte de la ciudad. Pero aquí acaba el entusiasmo canadiense hacia una cita ideada por Juan Pablo II a mitad de los años 80 para frenar la desbandada de jóvenes de la Iglesia católica, porque la juventud local ha desertado completamente del encuentro. Pese a las facilidades de asistencia, sólo 35.000 canadienses han acudido a las jornadas, una cifra que ni siquiera les coloca en el primer puesto por grupos nacionales. Por delante hay que contar los 50.000 estadounidenses que, pese a la grave crisis que lastra la Iglesia local, han cruzado la frontera, mientras españoles, italianos, franceses y polacos ocupan posiciones destacadas en la lista de asistentes.
El propio portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls, tuvo que reconocer el martes, en el avión que traía al Papa y a un grupo de 70 periodistas a Toronto, que en Canadá 'no existe una tradición de este tipo de encuentros, no es como en Europa'. Y, sin embargo, nadie olvida que no fue en Europa, sino en Filipinas, en 1995, donde la JMJ tocó un techo de asistencia, más de tres millones de jóvenes.
Un país joven, de aluvión, donde conviven decenas de cultos diferentes, y donde florece sobre todo una cultura pragmática, Canadá no parece un lugar propicio para ninguna exaltación religiosa. En Toronto, una metrópolis de 2,5 millones de habitantes, ordenada e inabarcable, réplica perfecta de cualquier gran ciudad de Estados Unidos, se respira un aire de tolerancia que linda casi con la indiferencia. La Iglesia católica se ha enfrentado aquí a escándalos de pederastia, aunque con dimensiones mucho menores que en EE UU.
Aun así, está prácticamente descartada cualquier mención del Papa al problema de los curas abusadores de menores que ha hundido la credibilidad y el buen nombre de la Iglesia de EE UU, además de amenazar su solvencia económica.
Escándalo sexual
Brian Hogan, un padre basiliano y profesor de la Universidad de Toronto, no ha tenido reparos en reconocer que el tema del escándalo sexual es demasiado complicado incluso para ser abordado en las catequesis que se celebran estos días en las diferentes parroquias de Toronto y en el Exhibition Center, el centro neurálgico de la JMJ, a orillas del lago Ontario. 'Por desgracia, la relación entre la Iglesia y los jóvenes no atraviesa un momento particularmente rosa y alegre en estos momentos', subraya.
La Iglesia canadiense espera, en cambio, que el Papa hable en Toronto del grave problema de la avaricia que se esconde detrás de escándalos como los protagonizados por Enron o WorldCom. Son fraudes contables que han dejado sin pensiones a miles de personas, cuyo futuro no puede ser más negro. Pero el futuro no parece inquietar a las decenas de miles de jóvenes que llenan las salas del Exhibition Center o deambulan por la gigantesca ciudad de Toronto, siempre en grupo, siempre con la bandera nacional a cuestas. 'De España han venido unos 7.500 jóvenes', dice Fernando Urdiola, coordinador nacional de Acción Católica. Y tienen su mérito, porque, explica, 'el viaje ha venido a costar 1.000 euros por persona'. Los grupos de Madrid, de Cataluña, de Andalucía, de Aragón, del País Vasco aportan una enorme diversidad de banderas a la Iglesia universal porque más que la española optan por exhibir las banderas de la propia comunidad. Un motivo de satisfacción más para el arzobispo de Toronto, cardenal Aloysius Ambrozic, que el martes inauguró la JMJ con una misa en la que alertó a los jóvenes de los excesos de una 'tolerancia políticamente correcta', según la cual todas las religiones son válidas.
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