_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Obediencia debida

Me abstuve de pasar el 18 de julio por el Ministerio del Medio Ambiente para comprobar en su fachada si el Ayuntamiento de Madrid había cumplido con la obligación de mantener el decoro de la estatua ecuestre de Franco. Supongo, sin embargo, que nuestro alcalde no habrá depuesto su entusiasmo o su conformidad en ese cumplimiento de un deber que seguramente tendrá por histórico y un poco sentimental. Digo sentimental por la razón, quizá anecdótica, de que gran cantidad de jóvenes correligionarios suyos veían, cada 18 de julio, salir a papá de casa, vestido de etiqueta o uniforme, para celebrar con el dictador la fecha de la sublevación contra la ley. Y por los muchos amigos y compañeros que tuvo en UCD, primero, y ahora en el PP, que festejaron en La Granja al Caudillo en compañía de algunas folclóricas, a las que Manzano lleva de protagonistas a sus eventos castizos. Pero su respeto a la estatua debe provenir, sin duda, de un acto de coherencia: si su partido se ha negado a condenar en el Parlamento la matanza que justifica que muchos ciudadanos demócratas no queramos ver en la calle un monumento a su autor, la estatua es lo de menos, y por qué va a ser él quien la retire. Es tan disciplinado y tan considerado con los suyos que tampoco ha recordado que la soberanía del territorio en el que se aposentan Franco y su caballo es compartida con el Gobierno, y que si bien es obligación suya limpiar las pintadas, y no sé si alimentar al caballo y poner flores al dictador, parece que la propiedad de esa provocación a la reconciliación nacional la gestiona Jaume Matas, miembro de un Ejecutivo al que las estatuas de Franco no sólo no le molestan, sino que tal vez le parezcan necesarias.

En cualquier caso, no es el momento más oportuno para pedirle al alcalde que cambie la escultura de Franco cuando el cambiado ha resultado él y no de los mejores modos. Más bien parece el momento adecuado para recordar a su favor que así como el engendro de violetera de la esquina de Alcalá no fue cosa suya, aunque conocidos sus gustos lo pareciera, tampoco la estatua del dictador fue iniciativa de Manzano, aunque se le atribuya toda estatua ecuestre de tanto poner caballos de bronce en la calle para adornar Madrid a su manera, que es una de las peores maneras de adorno que conoce Madrid. Ahora, cuando en Ferrol han caído de súbito en la cuenta de a qué paisano honraban y lo horrorosa que era su estatua ecuestre, y la han mandado en consecuencia a un recinto menos público, nuestro buen alcalde ha rehusado seguir ese ejemplo con una mención a sus antecesores: si ni Tierno, ni Barranco, ni Sahagún, más antifranquistas que él, por supuesto, asumieron esa responsabilidad, por qué ha de ser él, y ahora, quien le niegue al Caudillo su homenaje.

No sólo evidencia, y en este caso con justicia, la inhibición de los que estuvieron antes en la alcaldía, en la línea de lo que en cualquier materia y casi en toda instancia hace el PP, sino que de alguna manera viene a enjuiciarse él, que es ya, también, el pasado de sí mismo, un pasado al que ahora parece pedir cuentas lo que queda de Alvárez del Manzano. Esa resistencia a hacer lo que no hicieron los anteriores, y que le impide ahora retirar la estatura, bien podría haberle servido para ahorrarse algunas iniciativas lamentables, pero como tampoco ha hecho lo que los otros hicieron es de suponer que su política se ha caracterizado por no hacer nada, hacer todo lo contrario o hacer lo inimaginable. Lo cierto es que si bien sus antecesores no fueron especialmente celosos en el retiro de la estatua ecuestre, tampoco mostraron la devoción que, dentro de lo inimaginable, siente Manzano por los caballos de bronce en general, de modo que es otro acto de coherencia su renuncia a descabalgar a Franco. Y si la primera parte de su respuesta a la pregunta de por qué no retiraba la escultura consistió en advertirnos de que no va a hacer lo que otros no hicieron, la segunda podía haber sido que el que venga atrás arree, dejando para Ruiz-Gallardón cualquier gesto de progre.

Pero no habrá querido meter tan pronto a su sucesor en semejante compromiso, y la verdad es que tanto de este como de otros candidatos hay compromisos que nos urgen más, así que reconozcamos la fidelidad del alcalde a su partido y quizá a muchos de sus votantes: no hace nunca nada que entre en contradicción con el PP y tiene demostrada, en esto como en todo, la obediencia debida.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_