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LA RELACIÓN CON EL ESTADO
Columna
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En Rebeldía

En la negociación previa al Abrazo de Vergara, Maroto le insistió a Espartero sobre la conveniencia de respetar los fueros, que los asumiera la Constitución, que si, después, acababan los vascos siendo tan desgraciados como los polacos, allá ellos. Esa actitud de cierto despecho no sería la más conveniente por parte de las autoridades y la sociedad española en general ante el pesado culebrón protagonizado por el nacionalismo vasco y su trágica consecuencia del terrorismo. De una forma coherente la Constitución de 1978 constitucionalizó los derechos históricos de los territorios forales. Los hizo suya, por lo que el Estado democrático que surgió de ella debe aplicar la ley, evitar el hartazgo y el despecho, y actuar como garante de la autonomía vasca, no de la secesión.

Esperemos que el Estado y Europa no dejen al 'lehendakari' Ibarretxe jugar a la balcanización

Todo esto viene a cuento porque el 12 de julio (mes dado a las rebeliones, Mola la quiso el 7, San Fermín, y Franco el 18) se ha planteado la ruptura del nacionalismo vasco en el Parlamento de Vitoria con el Estado. Una rebelión anunciada porque sólo el que no quería entender los discursos de Ibarretxe y Egibar en los plenos monográficos se puede dar ahora por sorprendido. Los que no querían verlo sólo saben pedir ahora a Ibarretxe que rectifique, no se les ocurre amenazarle con que le van a tener enfrente defendiendo la Constitución. Pedirle sólo a Ibarretxe que reflexiones cuando lo tenía reflexionado desde el Pacto de Lizarra.

La ruptura está planteada, y al Estado, que debiera tener al unísono el apoyo de todo el bloque constitucional, le toca aplicar la ley. Ni el Estado, ni Europa, pueden consentir la ruptura de un territorio y una administración so pena de que se presente un auténtico conflicto civil. Que se cree un clima de enfrentamiento desde unas instituciones en rebeldía, es decir fuera de su papel, en el vacío, que provoquen situaciones ya conocidas en el inicio del caos conflictivo de la extinta Yugoslavia. ¿A quién paga sus impuestos la ciudadanía?, ¿ qué hacen los grupos de empresarios?, ¿se dejan proteger los amenazados por una administración en rebeldía?

Es posible que todo se quede en una brabuconada, pero no queda ahí. Tiene serias consecuencias, da sentido al terrorismo, al nacionalismo más radical, anima al exilio a muchos y al abandono de iniciativas económicas. La apariencia del aquí no pasa nada, el mirar hacia otro lado, ha permitido el enquistamiento del terrorismo y ha animado la osadía de los políticos aventureros. Pasa, y mucho, entre los amenazados, que saben bien lo que pasa, entre los que discretamente se exilian, entre los que pensaban invertir en tan inestable lugar de Europa. A pesar de la condena moral, vacía e inocua, que el PNV hace a ETA, son sus postulados y su dinámica los que han ganado arrumbando a aquel PNV autonomista que rechazó la autodeterminación en las Cortes constituyentes del setenta y ocho, y que en la actualidad va a gestionar los frutos podridos de ETA aprestándose al independentismo.

La ciudadanía desconoce las consecuencias de esta aventura, y no es de extrañar cuando la gran mayoría de los políticos llaman a la tranquilidad y al no pasa nada. Pero la aventura al caos, sin respaldo interior suficiente, con el rechazo de toda Europa, supone la inestabilidad política, el aislamiento y el empobrecimiento. Por el contrario, la ciudadanía, seducida por la euforia y el orgullo nacionalista, la seguridad que otorga verse inmersa en esta gran marcha milenarista, segura ante el terrorismo al amparo del nacionalismo, seguirá otorgando su favor a la más de las inconscientes de las aventuras. La ciudadanía no va a ser consciente de lo que supone esta rebeldía porque tampoco lo fue en las elecciones del trece de mayo.

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El futuro es preocupante. Euskadi como nacionalidad se fractura más, se diluye, sólo es una nación para los nacionalistas. El resto de los vascos desaparecen, o son asimilados por un régimen que será, de todas todas, autoritario. ¿Necesitaba la sociedad vasca esta aventura?, o, ¿es, acaso, la estrategia pensada por los partidos nacionalistas para garantizarse el poder a perpetuidad? Siempre ha sido lo segundo. Una historia de horror aunque en sus actuales inicios nadie piense en su trágico final. Esperemos que el Estado y Europa no dejen a Ibarretxe jugar a la balcanización.

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