El Ejército sin uniforme
Militares marroquíes de paisano tratan de impedir que nadie se acerque a isla Perejil
Ni los militares ni los policías de Marruecos se han distinguido nunca por su transparencia, pero el modo en el que están intentando blindar el islote Perejil a la mirada de los curiosos o de los informadores es cuando menos curiosa. En las antiguas guerras o tensiones semibélicas, no vestir el uniforme era, aparte de una deshonra, motivo de juicio sumarísimo. La actitud de los militares ha variado mucho en pocas décadas. Así, en el conflicto de Afganistán los integrantes de las fuerzas especiales estadounidenses o británicas parecían y vestían casi como los lugareños. Isla Perejil no merece ni el calificativo de escaramuza, pero el Ejército marroquí ha dejado sus uniformes en el cuartel. Hasta la llegada material de las tropas marroquíes al islote se hizo así. Los soldados echaron pie en islote vestidos de civil y a bordo de una patera con artes de pesca y todo.
Los soldados llegaron al islote vestidos de civil y a bordo de una patera con sus artes y todo
El pasado sábado nada hacía pensar que Bel Younech estaba lleno de soldados, pero estaban allí. Alrededor de la mezquita construida en Punta Leona, junto a los nuevos barracones encajonados en ruinas de la época del protectorado español al socaire del viento de Poniente y a tiro de piedra del islote, pululaban decenas de hombres que parecían fieles pero que en realidad estaban allí por compromiso con el Estado Marroquí más que con Alá. No había ni rastro del cándido teniente que se dejaba engatusar con un poco de charla el día anterior. Cuando se acercaba un extraño, curiosamente el único que ni hablaba ni registraba bolsas o mochilas en busca de cámaras de fotos era el que estaba de uniforme. Tras registrar también los automóviles que se acercaban, mandaban a todos los visitantes con viento fresco y veladas amenazas.
Bloqueado el acceso desde Bel Younech, otra manera de intentar llegar a un punto desde donde se vea Isla Perejil es coger la carretera que lleva hasta Rabat y abandonarla por uno de los desvíos que conducen hasta la playa situada al este de la cala que protege al islote. La llegada a la playa es igual de plácida en apariencia. La presencia uniformada en la tarde del sábado era un único todoterreno Nissan del Ejército con dos soldados vestidos de verde oliva en su interior y que, además, iba en dirección contraria. Sin embargo, es más que probable que hubiera militares en bañador sobre la arena. Ante cualquier pregunta, los lugareños no es que aseguren no entender ni palabra de castellano o francés, es que se quedan mudos, con un velo de miedo en sus miradas. Normalmente ese temor proviene de un hombre de mirada aguileña y pulcramente vestido que indefectiblemente aparece cerca del lugar donde cualquier extranjero intente entablar una conversación.
La última manera de intentar posar los ojos sobre el islote es monte arriba. Tras abandonar la carretera de Tánger -esta vez en dirección a Ceuta- y dejarse el tubo de escape en un indescriptible camino se llega a dos pequeños poblados sin nombre cuyas casas son todo lo contrario que la carretera por la que se llega a ellas. Grandes caserones recién pintados con portones de hierro y ostentosas decoraciones exteriores. En Ceuta se asegura que estos poblados sin nombre viven, y a todo tren, del tráfico de hachís. Por eso no les interesa arreglar las carreteras. Según fuentes policiales ceutíes, los traficantes almacenan la droga en una cueva que, en forma de llaga, se abre en la cara Sur de Isla Perejil.
Pero estos días, para llegar a ver la llaga del islote hay que subir a un alto y pedregoso risco. Cerca de la cima hay un hombre esperando. Parece civil, pero es un soldado que ya tiene la descripción de todos los que han intentado acercarse al islote en las últimas horas. En el más peculiar de los controles, el soldado revisa documentación, mochila y bolsillos y amenaza directamente con la prisión.
En la carretera de vuelta a Ceuta también hay soldados que no quieren parecer soldados. Una de las patrullas viaja en un Renault 11 destartalado. Sus dos integrantes llevan gorras de béisbol y cara de haberse bebido un vaso de vinagre. Esta patrulla detiene a los automóviles sospechosos apoyada por un todoterreno granate. Registran incluso las botas en busca de carretes, cintas de vídeo o tarjetas digitales para almacenar imágenes. Sus amenazas de detención suenan reales.
Esta presencia de fuerzas camufladas ha supuesto un palo para los traficantes de drogas y personas. En la frontera de Ceuta, un policía descubrió sobre las 21.00 del sábado a una mujer escondida en el maletero de un Citroën BX. Le hizo salir y le pegó un guantazo. El celoso aduanero marroquí tampoco llevaba uniforme.
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