Nos ahoga la historia
Un grupo de siete historiadores catalanes han visitado al presidente Pujol y al alcalde Clos para hacerles saber que el antiguo mercado del Born no debe ser dedicado a biblioteca pública, sino íntegramente a conservar los restos de los edificios que Felipe V derribó en 1715 para construir una fortaleza militar que dominara la ciudad y que más tarde, en la Exposición Universal de 1888, pasó a ser la zona del mercado y del parque de la Ciutadella.
Los historiadores han realizado esta visita como grupo de presión, con previo aviso a la prensa, ya que es obvio que los argumentos expuestos a las autoridades no son nuevos, sino una variante más de los que se han ido utilizando a lo largo de los últimos meses. Causa extrañeza que sólo dos de estos historiadores sean especialistas en la época moderna, a la que pertenecen los restos. Los otros cinco, todos ellos profesores de historia contemporánea, supongo que han ido en su condición de notables de la Cataluña oficial para que así se visualice mejor la presión pretendida.
No debe olvidarse que, ante tan envenenado tema, las administraciones implicadas se han mostrado muy cautas y decidieron, sensatamente, pedir informes técnicos para saber si es posible que los restos históricos coexistan con la proyectada biblioteca. Al parecer, los técnicos ven perfectamente factible tal solución, pero nuestros historiadores - y otros especialistas en materias afines- no se rinden y quieren tener la última palabra. A la salida, según la prensa, eran optimistas. Uno de ellos, al día siguiente de la visita, manifestó que sus argumentos eran 'irrebatibles'. Celebro mucho tanta confianza en sí mismos, pero otros ciudadanos, entre los que me cuento, sin ser especialistas en el tema, tenemos serias dudas acerca de que sea una buena solución dedicar todo aquel espacio a conservar las ruinas y ubicar la biblioteca en otra parte de la ciudad o del entorno metropolitano.
Las dudas vienen, en primer lugar, porque de forma manifiesta el asunto está teñido claramente de ideología. Frederic Pau Verrié, vicepresidente de la Junta de Museos de Cataluña, que preside -extrañamente, porque a primera vista parece incompatible- el mismo Jordi Pujol, ha dicho que debe valorarse el carácter 'simbólico y patriótico' de los restos, que reflejan una ideología que sigue imponiendo sus tesis. García-Espuche, uno de los historiadores que visitaron a Clos y Pujol, también ha dicho con una imprecisión notable: 'Los Borbones lo taparon 300 años, nosotros no podemos hacer lo mismo'. Lo que sorprende es que estos historiadores no hayan propuesto desde el año 1970, en que el Born dejó de ser el mercado central, que se desenterraran los restos que se sabía perfectamente que allí existían, todos ellos reflejados en planos depositados en archivos oficiales. Dar la culpa a otros -en este caso a los 'Borbones'- es el recurso más fácil cuando no se quieren reconocer las culpas propias. En definitiva, no parecen caber dudas de que uno de los móviles de los partidarios de esta tesis es convertir la zona en santuario del nostálgico y melancólico victimismo nacionalista, en foco de propaganda ideológica permanente de un sector de nuestra sociedad. Una vez más, con la patria, y no con la razón, hemos topado.
Porque la razón, quizá, nos puede conducir hacia otras soluciones. Probablemente la mejor es la que intentan nuestras autoridades: dedicar la mayor parte del edifico a biblioteca y centro cultural dejando a la vista, como testimonio de la historia, la parte de la Barcelona medieval más significativa. Al fin y al cabo, no estamos ante restos de casas antiguas, sino ante los restos de sus cimientos: las paredes y los techos de las casas fueron, precisamente, derribados. Y a pocos metros tenemos el barrio de la Ribera en un estado de conservación -con paredes, techos y puertas- más que notable y con derribos realizados en los últimos años -no atribuibles, por cierto, a los Borbones- que son necesarios para que las personas que allí habitan lo hagan en condiciones higiénicas aceptables. Destruir los restos del pasado no siempre es malo: a veces, incluso, a eso le llamamos progreso.
Debe reconocerse que los partidarios de reservar el Born únicamente para guardar estos restos tienen razón en un aspecto: la biblioteca puede trasladarse a otro edificio, quizá incluso en mejores condiciones para realizar su función. Ello es cierto. Pero también es cierto que supone prolongar por muchos años su puesta en funcionamiento, cuando ya ahora el retraso es más que notable. Además, los presupuestos públicos son, como sabemos, limitados. ¿Quién debe hacerse cargo de la rehabilitación del Born, con museo de la nostalgia incluido? Supongo que el Ayuntamiento; pero ¿están las finanzas municipales para estos gastos cuando tiene dificultades para atender lo ya proyectado? ¿Es una prioridad cultural el museo histórico del Born cuando está a medio hacer el Museo Nacional de Arte de Cataluña, que debía estar terminado en 1991? Ya tenemos el Museo de Historia de la Ciudad y el Museo de Historia de Cataluña, ¿debe iniciarse otro museo de historia cuando nuestro patrimonio artístico está dividido, mal ubicado y destartalado? Quizá, para algunos, las mudas piedras son más patria que el arte: los artistas siempre han sido peligrosos discrepantes; la patria, en cambio, siempre es unidad. Por último, ¿a la gente le interesará pasear por unos restos que escasamente alcanzan el medio metro de altura, situados en el extraño entorno de la cáscara metálica de Fontserè? ¿Alguien ha pensado en serio qué se va hacer con todo ello? ¿No acabará convertido en un barrio catalán medieval de cartón piedra para turistas horteras?
Dos conceptos de cultura se enfrentan en este tema. El que mira al pasado, preocupado por buscar -y fabricar- raíces colectivas, y el que mira al futuro, el de los libros y el saber. Creo que fue Unamuno quien dijo: 'Catalanes, ¡os ahoga la estética!'. Probablemente, ahora diría: 'Catalanes, ¡os ahoga la historia!'. La historia de siempre, por supuesto.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB
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