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Columna
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Las santas alianzas de George W. Bush

Andrés Ortega

George W. Bush -o su vicepresidente, Richard Cheney, que es quien lleva las riendas- se apoya para definir su política hacia Oriente Próximo en una curiosa alianza: la que han labrado en defensa de Israel la derecha cristiana más intransigente y el lobby proisraelí en EE UU. Esa derecha cristiana, que ha ido creciendo a lo largo de las últimas tres décadas, ganando un peso político crucial, ha sido uno de los puntos de apoyo de los republicanos. Un rabino ortodoxo y un ex dirigente de Coalición Cristiana (evangélica) han formado, según The New York Times, una organización llamada Stand for Israel (A favor de Israel).

En tales condiciones no sorprende que la vaporosa oferta de Bush para Oriente Próximo -que refleja las tensiones en el seno de la Administración e ignora la Conferencia de Paz que propugnaba Powell- sea tan próxima a las tesis de Sharon a la hora de pedir la retirada de Arafat y su entorno, aunque el resultado de las futuras elecciones palestinas no esté garantizado. Pues si las gana Hamás, la estrategia se volverá contra Washington, y si las gana Arafat, también. Es una estrategia diseñada tanto hacia la política interior en EE UU, pues esa alianza puede atraer a los republicanos el voto judío que solía tender por los demócratas -que temen perderlos por sus críticas a Sharon- y que eludió a Bush en noviembre de 2000; y hacia el exterior, pues el sucedáneo de plan -al que muchos se han agarrado como un clavo ardiendo, pues no hay otra cosa- puede permitirle a esta Administración tener las manos más libres para luchar contra Al Qaeda y para, llegado el momento, dedicarse a su obsesión: Irak.

La Administración republicana ha ido tejiendo una no menos extraña alianza con regímenes musulmanes. En el mismo discurso en el que Bush insinuaba como condición previa a la solución la salida de Arafat y exigía una 'Palestina democrática' (sin el actual presidente), en un párrafo menos publicitado se refería a la necesidad de que los países musulmanes recuperen su histórica 'moralidad, conocimiento y tolerancia', y fomenten la 'prosperidad, libertad y dignidad', pero pasaba por alto la democracia. Pues muchos de sus amigos no la practican, ni Bush les pide que lo hagan; Kuwait o Arabia Saudí, entre otros. Los necesita en su estrategia de perseguir a Al Qaeda en el Golfo, y de cara a Irak. Pero nadie olvida que Bin Laden es saudí y un producto saudí. Según relató en su día Christopher Hitchens en The Nation, horas después del ataque del 11-S el FBI ayudó al embajador saudí en Washington, el príncipe Bandar, a recoger a 24 miembros de la familia Bin Laden, para sacarlos del país sin interrogarles en cuanto fue posible. El 11-S aún guarda muchos misterios.

La alianza con una parte del mundo musulmán llega lejos y entronca con los valores y las posiciones que defiende la citada derecha cristiana. En diversos foros internacionales, en particular en los de Naciones Unidas, EE UU, con Bush, ha hecho piña con gobiernos musulmanes (incluidos Irán e Irak, y con otros, como El Vaticano) para frenar todo avance en materia de libertad sexual, derechos de las mujeres y los homosexuales y, desde luego, en materia de aborto, que los republicanos siempre han intentado frenar en la ONU o en otros ámbitos. Estados Unidos nunca ha ratificado el tratado que prohíbe la discriminación contra las mujeres, firmado en 1980 por el entonces presidente Carter. Powell lo sacó del cajón, para mandarlo al Senado, pero lo paró en seco el más conservador de la actual Administración, el ministro de Justicia John Ashcroft.

Algunos creyeron ver en el 11-S la trágica confirmación de un choque de culturas. Más bien lo que parece estar fraguándose es una alianza de movimientos de diversa especie que tienen mucho de fundamentalistas. También en Europa tenemos síntomas de ello.

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