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Columna
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Ese agujero negro

¿Es un puro caos la actual estrategia del PNV o responde a algún propósito que juega con el caos porque lo sabe rentable? Desde su triunfo electoral en las elecciones del 13 de mayo, el PNV ha jugado a convertirse en vanguardia del abertzalismo tomado en su conjunto. Apoyándose en su fuerza electoral y en su poder institucional, y tras haber comprobado la rentabilidad del discurso soberanista y su capacidad de atracción como partido mayor en época de crisis o de acoso, el PNV ha revalorizado su estilo Lizarra para incrementar y consolidar su poder.

Este es seguramente su objetivo, recomponer el campo nacionalista para un escenario posterior al terror, de modo que, siendo él la fuerza mayor, si no la mayoritaria, pueda seguir gobernando con holgura en todas las instituciones políticas y civiles de Euskadi. Si además consigue en la operación dejar debilitada a su oposición no nacionalista, la única en el futuro deseado, mejor que mejor.

Para lograr su propósito de absorción de la izquierda 'abertzale' ha de asumir su discurso

Es evidente que para lograr su propósito de absorción o reconducción de la llamada izquierda abertzale ha de asumir el discurso y los objetivos de ésta, lo haga con convicción o simplemente como parodia de la que desprenderse una vez alcanzada su finalidad. Pero la difusión de la parodia puede transformarla en convicción, como de hecho está ocurriendo, y la configuración de un escenario posterrorista que exige incorporar al mundo del terror y sus postulados puede acabar enquistando a éste. No obstante, asumida la lección de Lizarra, el PNV ha sabido tamizar su estrategia con un discurso y una actuación antiterrorista más convincentes que en la etapa anterior, junto a un complemento autonomista de la verborrea soberanista, lo que le permite guardar ciertas apariencias, incidir en la oposición no nacionalista mitigándola, y cubrirse la retirada en caso necesario. Esto ha sido así hasta la aprobación de la Ley de Partidos. Lo que pueda ocurrir a partir de ahora es imprevisible, pero parece que su primera reacción ha sido la de radicalizar su actitud soberanista.

Vemos, por lo tanto, con claridad la acción gravitatoria del PNV, con esas actuaciones inconcebibles en un partido de Gobierno, hacia el mundo nacionalista radical. ¿Y la oposición no nacionalista? Si antes del 13 de Mayo su estrategia se basó en una actuación conjunta con la ambición de constituirse en alternativa y acceder al Gobierno de Vitoria, lo ocurrido después, sobre todo a partir de la dimisión de Nicolás Redondo, es de sobra conocido. La actuación conjunta ya no existe y ambos partidos, sobre todo el PP, se nos presentan algo desdibujados en su perfil actual.

¿Esta división es otro efecto del agujero negro nacionalista con su fuerza gravitatoria capaz de separar y atraer también a quienes se le oponen? No faltó esa interpretación a raíz del último congreso de los socialistas vascos y de sus resultados, pero pueda ser que las cosas no sean tan simples. Lo que sí parece evidente es que la locura del maelström nacionalista sólo provoca reacciones de estupor, incluso de temor, en todo caso reacciones defensivas en los dos partidos de la oposición. La única iniciativa importante hasta ahora ha sido la Ley de Partidos, cuya efectividad está todavía por verse y que, por necesaria que sea, es insuficiente para llegar al Gobierno.

Resulta prematuro hacer previsiones ante la nueva situación abierta por esa ley, pero se puede conjeturar que la pretensión de crear un pacto o frente democrático entre fuerzas nacionalistas y no nacionalistas no va a tener futuro alguno. Lo que sí puede tenerlo es la huida del agujero negro, con su ruidosa descomposición soberanista, y la usurpación de la bandera autonomista a un nacionalismo que ahora mismo no está por la labor. Si es independentista, arrinconémosle en su campo; ya no caben sus peligrosas ambigüedades. Y es preciso evitar también el error previo al 13 de Mayo. No se puede pretender ser 'la alternativa' sin articular una alternativa. Ese fue, creo, el motivo principal de la derrota de entonces: que no se supo atraer ni suscitar la confianza de una ciudadanía que sigue siendo mayoritariamente autonomista. Ni se supo ni se pudo, en una campaña demasiado optimista que lo confiaba todo al posterior reparto del poder; y quizá sea cada partido el que haya de elaborarla, si bien el futuro estará más cerca de quien lo consiga.

No basta con la ingeniería política -y la Ley de Partidos puede ser en cierto sentido una medida de este tipo- ni tampoco con confiar en el hastío de los ciudadanos, menos aún en su resistencia. A ese hastío hay que darle un contenido, mucho más en un país que se ha acomodado, quizá por razones de supervivencia, al hastío y al terror, y que sólo se movilizará por una ilusión que le ofrezca una perspectiva de futuro habitable, y no por un cambio lleno de incertidumbres o por una operación cuyo contenido desconoce.

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