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Columna
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'Maurofobia'

'Aznar tiene un cuadro de ideas simple pero tenaz', escribió en este diario, hace poco, Eduardo Haro Tecglen. Más bien cuadro de dogmas, diría yo. Uno de ellos, según el mismo, es el de que 'los rojos' son responsables de todos los males españoles, los de hoy y los de ayer. Otro -que Haro no trae a colación- que 'los moros' españoles no eran... españoles.

Al presidente -como a tantos de los suyos- le encantan la Reconquista, Fernando e Isabel y la caída de Granada en 1492. Puesto que los musulmanes no eran auténticos españoles (como tampoco, por supuesto, los judíos), había que deshacerse de ellos como fuera.

En enero de 1996 hubo un mitin del PP en Granada, pocos días después de la tradicional fiesta de la llamada Toma. Allí dijo Aznar, textualmente: 'El alcalde de Granada, Gabriel Díaz Berbel, hizo lo que tenía que hacer el 2 de enero. Celebrar la Toma de la ciudad por los Reyes Católicos: una fiesta que simboliza la unidad de España, a pesar de lo que diga un grupúsculo de intelectuales necios que firman manifiestos absurdos en contra de la celebración'.

Acabar con aquella ralea, con aquellos 'usurpadores', fue una magnífica epopeya nacional. Y llevada a cabo la misma -una friolera de ocho siglos-, España pudo emprender a continuación el 'descubrimiento' y la colonización de un Nuevo Mundo. ¿Cómo no ver en todo ello el designio del Dios católico?

El problema era que, consumadas expulsiones, extirpaciones y conversiones, mucha sangre contaminada todavía circulaba por las venas españolas, transmitiéndose, como una ponzoña, de generación en generación. Ante la imposibilidad de erradicarla definitivamente, sólo cabía el ocultamiento, la amnesia y la profesión enérgica, cuando precisaba, de la pureza. Lope lo expresó insuperablemente por boca del protagonista de Peribáñez y el comendador de Ocaña: 'Yo soy un hombre, aunque de villana casta, / limpia de sangre y jamás de mora o de hebrea manchada'.

Sangre limpia, occidental, nunca mancillada por la otra, la impura, la oriental. ¿Qué nombre dar a una enfermedad que consiste en vivir durante cientos de años con tal obsesión? Desde luego, Hitler no inventó nada. 'Su problema racial y su odio a los judíos', dijo Simon Wiesenthal en 1990, 'se tomaron directamente de la Iglesia Católica Española'.

Muerto Franco hace casi tres décadas, la derecha española parece empeñada en seguir negando o no queriendo admitir que aquí, se quiera o no, Oriente y Occidente se confundieron inextricablemente. Si no se concibe España sin la Alhambra, la Giralda, la zaragozana Aljafería, la Mezquita de Córdoba o las grandes obras literarias, filosóficas, científicas, astronómicas y otras compuestas o traducidas en al-Ándalus, tampoco sería igual el idioma sin la presencia de las más de 4.000 palabras árabes que figuran en el diccionario de la Real Academia, buena cantidad de ellas de uso diario. A mí me parece evidente que, en vez de sucumbir a la obscenidad y torpeza de la maurofobia, España debe asumir plenamente su pasado multirracial y potenciar, por todos los medios, su relación con el mundo árabe, empezando con el Magreb.

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