El miedo a entender y a decidir
El conocimiento de la medicina debería permitir aclarar, según el autor, algunas posiciones irreductibles que la anatemitizan
Se percibe una progresiva indolencia para ejercer un mínimo raciocinio que permita la toma de posiciones coherentes. Si a ello se suma una información sesgada y una jerga científica de difícil comprensión, se entiende que el público profano capte simplemente lo más periodístico o impactante, enjuiciando muy peyorativamente el trabajo científico, que es el que podría hacer progresar a la medicina.
El siglo pasado se caracterizó por el nacimiento de una medicina científica. La repercusión social de esta medicina, fue el concepto de sanidad, que surge en los albores del siglo XIX, y que es el reflejo de las nuevas corrientes que hicieron tambalear las estructuras políticas de Europa, teniendo su origen en el Enciclopedismo y la Revolución Francesa. El disfrutar de una atención sanitaria es un derecho incuestionable que sólo alcanza a los ciudadanos de países desarrollados.
Si se viera reducida a la vida vegetativa, ¿no aceptaría una terapéutica reparadora?
El debate actual no está ya en la proyección social de la medicina, sino en el tipo de medicina que deseamos. En términos filosóficos, ya no se trata de discutir entre idealismo o materialismo, sino sobre el tema candente de la biofilosofía y su correspondiente bioética.
El nacimiento, en 1978, del primer bebé probeta y el anuncio de la lectura del genoma humano el 26 de junio del 2000, constituyen dos hitos importantes en la historia de la medicina contemporánea. El primero abrió las puertas a una serie de investigaciones de inmediata aplicación clínica que no sólo permitieron el tratamiento de esterilidades antes incurables, sino que acercaron el conocimiento científico a los orígenes de la vida. La consecución del mapa del genoma humano ha sido catalogado como uno de los descubrimientos más importantes de la biología. Sus posibilidades son inconmensurables y van desde la prevención de enfermedades hereditarias, nuevas técnicas diagnósticas, nuevos fármacos, nuevas posibilidades en el tratamiento de diversas enfermedades y muchas opciones más difíciles de prever. Sin embargo, la secuenciación del genoma humano no representa la panacea. Es el comienzo de un largo camino cuyas aplicaciones en la clínica diaria pueden requerir años de trabajo, hasta que no se descifren cuáles son las funciones que regulan los genes.
En febrero de 1997 nació la oveja Dolly, mediante técnica de clonación. Este hecho desató las más insensatas elucubraciones y resucitaron viejas teorías eugenésicas cuando el Parlamento británico aprobó en diciembre de 2000 una ley que permite clonar con finalidad terapéutica embriones humanos, y extraer de ellos las células madre generadas durante los 14 primeros días, plazo considerado como 'pre-embrionario', puesto que no se han constituido los esbozos neurales que el embrión adquiere en etapas más avanzadas.
La palabra clonación y la aceptación por un país comunitario de las nuevas técnicas eran estímulos más que suficientes para encender el polvorín de las pasiones y de la intransigencia.
Existen numerosos ejemplos en la historia de la humanidad en los que la normativa religiosa responde a nociones empíricas de salud. La prohibición de comer carne de cerdo, obedece a la facilidad con la que se trasmitía la triquinosis a través del consumo de la carne porcina. La prohibición bíblica de relaciones sexuales en el puerperio constituía una norma sanitaria profiláctica que evitaba la infección de la recién parida. También existen actos 'médicos' directamente vinculados a normativas religiosas; la brutal ablación del clítoris, o el cierre parcial de la vulva, son exponentes muy conocidos y desgraciadamente extendidos.
Sin embargo, en un país democrático, con pluralismo religioso, como es el nuestro, no podría darse ninguno de los últimos supuestos, puesto que nuestra legislación prohíbe cualquier tipo de mutilación o agresión que no responda a fines terapéuticos y siempre con el consentimiento del enfermo.
También en una sociedad plural como la nuestra nadie puede obligar a consumir proteínas animales a un vegetariano o a transfundirse a un testigo de Jehová y no por ello tenemos que prohibir a todos el consumo de carne animal y abolir las transfusiones.
Nadie está obligado a aceptar un tipo determinado de prestación sanitaria si ésta entra en colisión con sus creencias. Ya sé que se objetará que el debate es mucho más profundo y que hace referencia a la condición humana, y sus derechos inviolables, defendidos en nuestra Constitución. Cierto, pero quizás el conocimiento exacto del verdadero sentido de esta nueva medicina permitiera aclarar algunas irreductibles posiciones que sistemáticamente anatematizan todo cuanto venga de aquélla.
En este mismo diario, el 17 de agosto de 2000 se publicó un breve diccionario que permitiera hacer más comprensible la terminología científica, y en la misma página, un texto de Marcelo Palacios resumía las ventajas de las nuevas técnicas, que nada tienen que ver con la clonación humana reproductiva, o intento de creación de seres humanos idénticos, rechazada abiertamente en la declaración de la Unesco sobre el genoma humano, la Convención del Consejo de Europa sobre derechos humanos y biomedicina, nuestro propio Código Penal, la declaración de la Sociedad Internacional de Bioética
La nuevas técnicas que -no lo olvidemos- están en fase de investigación, nada tienen que ver con la clonación, que es el objetivo de la investigación, pero no el mecanismo ni las técnicas empleadas para conseguirlo. Si la finalidad que se pretende es la creación de una copia genética idéntica de un ser humano, la terminología que se adaptaría a tal proceder sería la de clonación reproductiva. Posibilidad que ninguna legislación autoriza y, que yo sepa, ningún científico de prestigio pretende, aparte de que las dificultades y riesgos que entrañaría la hacen inadmisible.
Cuando se intenta crear células madre no se va en busca de una copia del potencial tejido receptor, sino la de crear un tejido que sea genéticamente compatible con aquél. Para evitar confusiones que obstaculizan la labor del legislador se ha propuesto el término de trasplante nuclear (Vogelstein y colaboradores, Science, 15-2-00), técnica que permite la consecución de las células madre, base de una nueva medicina regenerativa.
Las células madre son pluripotentes, es decir, pueden generar tejidos e incluso órganos. Ya se ha conseguido obtener precursores hemáticos, cardiomiocitos y tejido neural. Si las células madre se obtienen de embriones sometidos a la técnica de trasplante nuclear, se evita el rechazo, puesto que se han empleado células del propio paciente. No está lejos la creación de bancos de células madre embrionarias que permitirán su rápida aplicación clínica. Sin embargo, no debe fomentarse la idea de que esta extraordinaria medicina reparativa es cosa de pocos días. Pero es tan evidente que esta biotecnología es el futuro de la medicina, que el Parlamento Europeo aprobó dedicar una parte importante de los 16.270 millones de euros del programa de investigación para el periodo 2002-2006, para financiar programas de desarrollo de las células madre en estados que no prohíban este tipo de prestaciones.
Los científicos españoles van a quedarse sin esta ayuda porque existe un vacío legal que obstaculiza el desarrollo de las investigaciones. Como dice María Casado, 'establezcamos mecanismos de control, pero dejémonos de una vez de prohibirlo todo por si acaso'.
En un reciente artículo, Ana Veiga (EL PAÍS, 30-4-02) se preguntaba cuál era el fin de la Comisión de Reproducción Asistida , cuya constitución está prevista en la Ley 35/1988 y cuya misión es asesorar a la Administración. La comisión, según la misma fuente, emitió un informe en el que se aconsejaba la utilización de los embriones sobrantes de las técnicas de reproducción asistida (embriones que llevan más de cinco años criopreservados sin proyecto parental y sin opción a ser donados a otras parejas) para la investigación antes que resignarse a la inútil opción de la destrucción... y en España se hallan en esta situación unos 30.000 embriones. También el Observatorio de Bioética y Derecho del Parque Científico de Barcelona apoya la investigación científica con embriones sobrantes, así como varias asociaciones que representan a enfermos de Parkinson, Alzheimer, esclerosis múltiple y diabetes, que se han constituido en un lobby de presión para convencer a los legisladores de la necesidad de permitir la experimentación con células madre procedentes de embriones sobrantes.
Es fácil ser acomodaticios y limitarnos a dejar 'que la naturaleza siga su curso' y no complicarnos en temas que quieren presentarse como elucubrativos. Las cosas no son así, y la nueva genética nos permite encauzar, diagnosticar, y probablemente tratar, procesos que antes ni tan siquiera conocíamos. A medida que dominamos nuestro destino y ahora nuestro origen, el temor a decidir puede asaltarnos, pero una posición individual no puede aplicarse a la colectividad de la sociedad, que de forma sosegada e inteligente asimila los más espectaculares avances de la ciencia que en poco tiempo entran ya en el terreno de lo cotidiano. Respeto las opiniones personales que por diversas razones estén en contra de cualquier tipo de investigación de las citadas, pero les pregunto si son científicos, si permanecerían inmutables ante el extraordinario fenómeno de ver latir en el laboratorio un cardiomiocito, como si estuviéramos observando un corazón adulto y aquél 'inyectado' a un enfermo afecto de un infarto miocárdico, repararía el defecto orgánico devolviendo el corazón a la normalidad; y si se trata de un ciudadano cualquiera que frunce el ceño ante estos peligrosos avances, le dirigiría una muy simple pregunta: si usted, o cualquier persona muy querida, estuviera reducida a una vida vegetativa, ¿no aceptaría una terapéutica reparadora que le devolviera su condición humana?
Santiago Dexeus. Cátedra de Investigación en Obstetricia y Ginecología. Instituto Universitario Dexeus. Universidad Autónoma de Barcelona
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