Un sueño
He tenido un sueño. Soñé que bajaba por la calle Amaniel solo y angustiado, con mi cartera colgada a la espalda y de pantalón corto, rumbo al Instituto Cardenal Cisneros para examinarme de Reválida de Cuarto; soñé que el día anterior me había levantado escuchando un programa de radio llamado Conozca a sus vecinos donde la gente contaba los sinsabores y alegrías de la vida pequeña; soñé que en el colegio teníamos clase obligada de religión y que celebrábamos la sabatina al salir de clase al término de la semana, antes de volver a casa; soñé que lo único que movía nuestros corazones y nuestras ilusiones era el fútbol: la Liga, la Copa, los Campeonatos de Europa o los Mundiales y la Goleada que comprábamos a la puerta del metro al caer la tarde del domingo para conocer los resultados de la jornada; soñé que España era derrotada una vez más por el odio extranjero en el festival de Eurovisión; soñé que en la Estación del Norte pululaban gentes de aspecto muy modesto con maletones atados con cuerdas camino de un trabajo en el extranjero que aquí no encontraban; soñé que una nutrida fila de jueces y fiscales acudía a ponerse a las órdenes de Su Excelencia; soñé que los obreros se dedicaban a hacer huelgas para empañar de cara al exterior el nombre de la Patria, animados por sucios conspiradores; soñé que el Opus Dei lideraba el camino de nuestra salvación situando a sus benéficos y discretos representantes en los puestos clave de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial; soñé que estos poderes bailaban el minué todos juntos en un mismo salón de plenos, todos para uno y uno para todos; soñé, meteóricamente, que a la muerte de Franco le sucedía sin transición una época de corrupción de la que nos sacaba con denuedo una gente noble, limpia, arrojada y echada adelante que se llamaban a sí mismos 'los populares'; soñé que gentes torcidas, resentidas y de color rojo eran los torticeros responsables de toda contrariedad o discrepancia con la doctrina oficial de la verdad española y de todo lo negativo que nos seguía sucediendo... Y llegado a este punto me desperté con la frente perlada de sudor y el cuerpo descompuesto.
Era un soleado día del siglo XXI, sólo tenía tortícolis de resultas de la tensión nocturna, el agua salió caliente de la ducha, llegué a tiempo con los niños al autobús del colegio laico, me fui a hacer mi hora diaria de caminata por el parque, compré un periódico que no se encabezaba con el ¡Arriba España!, me fui serenando y empecé a mirar alrededor.
No. Los policías no iban de gris. En las calles se veía a la gente vestida muy a su aire, sin uniforme de funcionario del Movimiento y bigotillo trazado con tiralíneas. Se veían también seres humanos de distintas razas y procedencias (que, encima, eran pobres) haciendo cola delante de las comisarías o huyendo de acercarse a ellas, pero ninguno era español y menos aún emigrante. Todavía existían unos tipos llamados socialistas que cambiaron España y fuimos con ellos a Europa, aunque ahora sólo se les podía localizar en casa porque los habían jubilado a cuenta de una colección de corruptos materiales y morales que vinieron a sumarse a los clásicos, a los de toda la vida. Y la Cultura... eso sí que era otra cosa de verse. Había pasado de ser una pelandusca despreciable a la niña bonita de todo el establishment. No había persona, entidad o institución que no la cortejara. La Cultura por aquí, la Cultura por allá... una juerga de lo más moderna y confortable. Poco a poco me fui tranquilizando. Estábamos en un país libre y aconfesional, pertenecíamos a Europa, pagué mi desayuno en euros. ¿Por qué diablos me había metido en aquel sueño, de dónde venían esas imágenes inquietantes?
Me había despertado en el mejor de los mundos posibles, es decir, en el Primer Mundo. Me había despertado, además, en un país que iba bien. 'España va bien', se oía susurrar a la leve brisa de la mañana. He tenido un mal sueño -me dije- y eso es todo por ahora.
Por ahora.
Babelia
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