Deber moral
Escribo esta carta presa de indignación, pero movida por el deber moral que creo que tenemos los que apostamos por los servicios públicos -sanidad, educación, etcétera- de denunciar hechos concretos que ponen de manifiesto el deterioro progresivo de la sanidad pública.
Mi padre, una persona de 88 años, con sordera total, demencia senil, insuficiencia renal, insuficiencia respiratoria y graves problemas de movilidad, necesita ser visto por un urólogo.
Como en el municipio de Collado Villalba, con 4.000 habitantes, no existe tal especialidad -como tampoco existe la mayoría de ellas- lo mandan en una ambulancia hasta el ambulatorio de la calle de Quintana, en Madrid -a 40 kilómetros-, previa petición de cita que nos conceden para el 6 de junio a las 11.25 de la mañana.
Finalizada la consulta, hacia las 11.45, se solicita una ambulancia para el regreso, ambulancia que llega hacia las 16.30, lo que supone la llegada al domicilio a las cinco de la tarde.
Es decir, tienen a una persona en las condiciones físicas y psíquicas señaladas al principio, con las molestias inherentes al propio traslado y, por supuesto, sin comer, esperando ¡cuatro horas y media!.
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