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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Rehabilitar a Gaddafi?

Muammar el Gaddafi ha cambiado. El coronel libio, campeón en otra época de casi todas las causas dinamiteras del planeta, intenta desde hace tiempo ganar la respetabilidad internacional con una sucesion de gestos encomiables, pero incompletos. El último ha sido ofrecer diez millones de dólares (2.700 millones en total) a cada una de las víctimas de la voladura de un avión de Pan Am sobre Lockerbie, en 1988, por el que ya fue condenado a cadena perpetua uno de los dos agentes de seguridad libios entregados por Gaddafi a la justicia escocesa.

Trípoli ha vinculado su compensación a las víctimas -que oficialmente niega, lo mismo que su responsabilidad en el atentado- a un preciso calendario. Un desembolso del 40% de la cantidad total cuando la ONU derogue definitivamente las sanciones que suspendió en 1999. Otro 40%, cuando EE UU haga lo propio con las suyas, impuestas antes de Lockerbie. El resto, cuando Libia sea definitivamente eliminada de la lista de Estados perversos que elabora el Departamento de Estado. Condición ésta que parece próxima, por cuanto el último informe señala el abandono casi total de las veleidades terroristas que distinguieron al régimen del coronel libio, aunque alerte sobre supuestos intentos para dotarse de armas de destrucción masiva. Gaddafi condenó rotundamente los atentados del 11-S y ha ofrecido a EE UU información sobre la red de Al Qaeda. Antes había mediado en negociaciones con la guerrilla islámica filipina.

El coronel no está solo en su intento de limpiar su currículum. Le apoya el influyente lobby petrolífero estadounidense, que ve impotente -por la vigencia de las sanciones de Washington sobre transacciones financieras, comerciales y viajes- cómo se le escapan los contratos de explotación del mar de crudo libio.

Hay que felicitarse por el nuevo rumbo de Gaddafi y alentar un eventual carpetazo a las sanciones, que trasladaría a regímenes similares la idea de que pueden hacerse honorablemente las paces con la comunidad internacional. Pero el dictador libio no ha satisfecho todavía alguna de las exigencias fijadas por la ONU hace diez años para la supresión del castigo, sobre todo el reconocimiento de su culpabilidad en la ignominia de Pan Am. Y aunque no parece lejana una fórmula de compromiso -ayer mismo proseguían en Londres conversaciones diplomáticas para avanzar en este terreno-, conviene esperar antes de extender a Trípoli patente de buena conducta.

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