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VISTO / OÍDO
Columna
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El torturador

Las torturas de los franceses en Argelia eran muy duras, muy continuas y muy políticas. Se publicaron libros en Francia denunciándolas: era uno de esos países, como Estados Unidos, donde una parte de los ciudadanos, quizá la mayoría y la más expresiva, criticaban duramente la política colonial, aunque la hicieran los socialistas. En Estados Unidos aún sobrevive una parte de esa vigilancia intelectual. En España empezaba a desperezarse después de los duros años de la transición de Franco a la derecha legalizada, y todavía hay saltos y gritos y acciones, y la huelga del día 20 tiene ese carácter político: la derecha es gubernamental y empresarial, y va aplastando a unas clases sociales que vuelven a la izquierda; y que por este camino aberrante de Aznar, capaz de calificar desde el Gobierno de 'perversión moral' a los obispos y curas que lo discuten (para mí lo han sido siempre, aparte de algunos que pagan con su desgracia haberse dejado arrastrar a una profesión medieval), y capaz de no dialogar con los sindicatos vulnerados, y de mezclar la palabra terrorismo con todo lo que es él; digo, después de haberme enloquecido con las oraciones (sintácticas) subordinadas; quiero decir, que en España ese desperezo de la izquierda social no está encontrando la solidaridad crítica de quienes piensan y escriben y enseñan; han creído seriamente que el PP volverá a ganar las elecciones dentro de dos años, y que por lo tanto el pesebre se va a mantener. Qué curioso, tenían menos miedo a Franco que a este funcionarillo. Y es que entonces tenían esperanzas. Rara rosquilla: eran ellos quienes inspiraban la esperanza en el futuro, y quienes la recibían; pero a medida que vieron cómo era, en realidad, la democracia de fin de siglo pensaron, como puso el Dante a la puerta de su infierno, 'Lasciate ogni speranza'. Tengo la esperanza de que se equivoquen.

A todo esto, y entre los circunloquios del cerebrillo que escribe entre tanta adversidad, lo que yo quería decir es que Francia torturaba en Argelia, y uno de los torturadores era Le Pen, y su nombre y su foto aparecieron en aquellas denuncias: ahora se descubre como una noticia, pero los más ancianos del lugar sabíamos que era así. No creo que nadie diga que en las guerras no se tortura, ni los míos ni ellos, pero Le Pen llegó a distinguirse entre los torturadores, lo cual no es fácil. Ha dejado de serlo, pero puede volver. La tortura crea hábito.

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