Los terroristas detectados por la CIA iban a clubes de 'strip-tease' y no ocultaban su identidad
El Congreso comienza a investigar hoy los errores de la CIA y el FBI previos al 11-S
Nawaf Alhazmi y Jalid Almihdhar se comportaban con una evidente falta de discreción para ser terroristas profesionales. Frecuentaban lugares públicos, usaban siempre sus nombres y apellidos y viajaban sin recato. Incluso entraban y salían del país seguros de que el Departamento de Estado no bloquearía sus visados. Al FBI no le habría costado localizarlos si la CIA hubiera alertado sobre su presencia en EE UU: su nombre y dirección figuraban en la guía telefónica de San Diego. El Congreso comienza hoy las sesiones de investigación sobre los errores de los servicios de inteligencia.
Las revelaciones del semanario Newsweek añaden aún más rubor a las sesiones de investigación en el Senado y la Cámara de Representantes, que comienzan hoy a puerta cerrada. El jueves, ya en sesión pública, comparece la agente del FBI que acusa a sus superiores de haber bloqueado la investigación de una de las personas vinculadas a los atentados del 11-S.
Varios miembros de las comisiones de espionaje encuentran incomprensible que la CIA no pusiera interés alguno en el seguimiento de dos personas a las que no sólo había identificado como hombres de Bin Laden: la Agencia Central de Inteligencia había descubierto también la vinculación de uno de ellos con uno de los autores del atentado contra un barco militar estadounidense en Yemen. Richard Shelby, republicano del comité de Espionaje del Senado, adelantó ayer que las sesiones pueden desvelar 'grandes errores'.
Nawaf Alhazmi y Jalid Almihdhar se movían en EE UU con un descaro y un comportamiento tan pintoresco que les hacía parecer personajes de una mala película de humor. 'Parecían Dos tontos muy tontos', dice Rick Garza, su profesor en la academia de aviación. Sólo se tomaban en serio su entrenamiento como pilotos, aunque carecían de aptitudes intelectuales y sólo retenían con torpeza los conceptos que aprendían. Con 25 y 26 años, explicaban a sus compañeros que eran amigos de Arabia Saudí determinados a mejorar su inglés y a convertirse en pilotos de aviones comerciales.
Su tiempo libre -el que les dejaba las clases de aviación y las cinco oraciones diarias en la mezquita del barrio- lo ocupaban jugando al fútbol en un parque y visitando con frecuencia el acuario de San Diego, tanto que se sacaron un pase anual para que les saliera más barato. Vivían en un apartamento con decoración espartana en el que dejaban tirados restos de comida rápida. Casi nunca usaban el teléfono; salían a llamar a cabinas públicas.
Su vida privada se ajustaba poco a esa definición: eran clientes habituales en varios clubes de strip-tease. Alhazmi era más abierto y desenfadado que Almihdhar. Hacía amigos con facilidad y buscaba relaciones serias con mujeres, tanto que puso un anuncio en un servicio de parejas por Internet en el que pedía 'una novia mexicana'. Almihdhar era más severo en sus creencias y llegó a regañar en público a un amigo porque le gustaba ver la 'televisión inmoral' de EE UU. El amigo replicó: '¿Si eres tan religioso, por qué te has afeitado el pelo de la cara?'. Almihdhar, que había tomado la decisión de afeitarse para no destacar en la soleada California, le respondió con tono misterioso: 'Algún día lo sabrás, hermano'.
Sus nombres verdaderos figuraban con atrevimiento en sus carnés de conducir, sus identificaciones de la Seguridad Social y sus tarjetas de crédito. También registraron a su nombre el coche que dejaron aparcado en el aeropuerto de Washington la mañana en que estrellaron un avión contra el Pentágono. Si la CIA hubiera advertido al FBI sobre su presencia en EE UU, sólo habría hecho falta consultar la guía telefónica de San Diego para saber dónde vivían: en el 6401 de la calle Mount Ada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.