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EL PAÍS MÁS CERRADO DEL MAGREB

Gaddafi paga una fortuna para salir de su aislamiento

El régimen libio acepta indemnizar con 3.000 millones de euros a las víctimas de Lockerbie

Juan Carlos Sanz

Acaba de cumplir 60 años. Desde los 27 ha sido 'líder' y 'guía' de la revolución libia. Instalado en el poder más absoluto, el coronel Muammar el Gaddafi va a desembolsar ahora una fortuna para limpiar su nombre de un oscuro pasado de conexiones con el terrorismo. Oficialmente, los dirigentes libios niegan cualquier implicación con la indemnización a las 270 víctimas del atentado aéreo de Lockerbie (Escocia, 1988).

Pero los abogados de las familias han recibido ya una oferta de compensación de 2.700 millones de dólares (cerca de 3.000 millones de euros), cifra equivalente a la cuarta parte de los ingresos anuales libios por exportación de petróleo.

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El 11-S dio una nueva oportunidad a Gaddafi para salir de más de dos décadas de aislamiento internacional. Entonces se apresuró a condenar los ataques. Y aunque Libia sigue figurando en la lista de países vinculados al terrorismo del Departamento de Estado, cuya última versión se publicó hace apenas 10 días, su buena disposición fue recompensada por EE UU con la inclusión de la guerrilla libia Grupo de Combate Islámico entre los más buscados de la red Al Qaeda. Los integristas armados representan la única oposición seria al régimen de Trípoli, que ya en 1994 reclamó a Interpol la detención de Osama Bin Laden.

El ministro de Exteriores de Libia, Abderramán Mohamed Shalgam, se ha limitado a desmentir la presencia del 'Estado libio' en el acuerdo de indemnización de las víctimas de Lockerbie, que atribuye a 'una ONG, apoyada por hombres de negocios y juristas libios'. En declaraciones a EL PAÍS, Shalgam, rechaza toda responsabilidad. '¿Qué han ofrecido los israelíes por las víctimas de un avión de Air Lybia que fue derribado en 1973 sobre el Sinaí? ¿Qué han ofrecido los norteamericanos a raíz del accidente en el que fue derribado un avión civil [iraní] por sus fuerzas militares en el Golfo? ¿Y qué ocurre cuando EE UU mata a civiles en Italia con uno de sus aviones militares? Ahora piden que Libia asuma su responsabilidad'.

Pero en la capital nadie quiere hablar del asunto. A pesar de que la presión no resulta asfixiante -en las calles de vetustos edificios coloniales italianos sólo patrullan agentes de tráfico- el recuerdo de la Mathaba, la temida policía política, que ha eliminado a disidentes dentro y fuera del país desde el triunfo de la revolución, en 1969, parece seguir vivo. 'Los comités están en todas partes', rezan los carteles de la Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista, el Estado de las masas a mitad de camino entre el comunismo y el capitalismo que ideó Gaddafi en su Libro Verde. Omnipresente -con turbante o descubierto, en mangas de camisa o túnica ceremonial-, sus extravagantes retratos presentes por todo Trípoli convierten al líder libio en el Gran Hermano de un país sin jefe de Estado, partidos, ni Constitución.

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El joven doctor Ramadán Breki, que dirige un comité popular de Relaciones Internacionales, no duda en admitir que el alcoholismo o la prostitución son problemas presentes en la sociedad libia, a pesar de que la ley coránica (sharía) es la única vigente. Pero este médico de los comités revolucionarios también se esfuerza en ensalzar las virtudes de la tercera vía de Gaddafi, un sistema que, según dice, ofrece suelo y créditos baratos para vivienda. 'La casa es de quien la habita', afirma otro de los lemas revolucionarios.

Las ingentes reservas de petróleo y gas convierten a los 5,7 millones de libios en unos privilegiados en el norte de África, donde son los únicos en importar mano de obra. Centenares de trabajadores subsaharianos se ofrecen al mejor postor en las cunetas de las afueras de Trípoli. Como improvisados estandartes de su oficio, cuelgan de un palo sus útiles de pintor o albañil para anunciarse. 'Los comités populares están empezando a discutir sobre el problema de la inmigración y la necesidad de organizar la entrada de extranjeros', explica Breki, quien, por lo demás, opina que 'las presiones del sector petrolero de EE UU acabarán forzando a George W. Bush a levantar todas las sanciones' a su país.

Londres parece ser ahora el punto de encuentro entre Washington y Trípoli, según confirmó el Foreign Office a comienzos de año. Richard Burns, responsable de Asuntos de Oriente Próximo en el Departamento de Estado, tiene como interlocutor a Musa Kusa, mano derecha de Gaddafi y supuesto jefe de la Mathaba, para negociar en secreto el monto de las indemnizaciones (10 millones de dólares por víctima mortal) y la forma en que Libia asumirá su responsabilidad (previsiblemente, este mismo mes de junio), sobre la colocación de la bomba que produjo la caída del vuelo 103 de la Pan Am sobre la localidad escocesa de Lockerbie. La oferta de pago de compensaciones está ligada al levantamiento definitivo de las sanciones de la ONU (40% de la indemnización); de las de EE UU (otro 40%), y a la salida de Libia de la lista del Departamento de Estado de países que patrocinan el terrorismo (20% restante).

Tras ser rechazada la apelación de Abdelbasit Megrahi, el agente de los servicios secrestos libios condenado a cadena perpetua por jueces escoceses en Holanda, las indemnizaciones son el único capítulo pendiente para cerrar el caso Lockerbie. El otro procesado, Al Amín Fihmah, fue hallado inocente en el juicio celebrado en Camp Zeist (Holanda). Para Libia, la transferencia de las sumas es el menor de los problemas: el régimen de Gaddafi tiene bloqueados miles de millones de dólares en cuentas en EE UU. Francia ya se ocupó, por su parte, de dar por cerrado el dossier del atentado contra uno de sus aviones comerciales que causó 170 muertos en el Sáhara en 1989 y en el que todas las pistas llevaban a Trípoli.

Antes de quedar limpio de toda culpa, el Estado de masas de la Jamahiriya ha vuelto la vista hacia África a la voz de mando de su líder. Gaddafi intenta labrarse a los 60 años una imagen de mediador en conflictos y de nuevo padre de la unidad africana, a pesar de que en el pasado financió y protagonizó (como en Chad) guerras africanas. Pero también mantiene buenas relaciones con sus principales clientes, los países del sur de Europa y del Magreb, para los que acaba de organizar el Foro Euromediterráneo 5+5, celebrado la semana pasada en Trípoli y en el que ha participado España.

El pragmatismo parece ser ahora la principal divisa del antaño visionario líder de la revolución libia. Así, el faraónico proyecto del Gran Río Artificial (evaluado en unos 22.000 millones de euros), que pretendía crear en los ochenta un vergel en la estepa, ha acabado transformándose, sobre todo en la capital del país, en un eficiente sistema de traída de aguas para consumo humano desde los pozos subterráneos del desierto del sur hasta el sediento norte mediterráneo. La rentabilidad de la obra está probada, según dicen los técnicos. 'Por un costo de un dinar libio (0,75 euros) se pueden desalinizar 0,79 metros cúbicos de agua del mar, mientras que gracias al Gran Río Artificial se pueden llevar a la costa 14,7 metros cúbicos', aseguraba un joven ingeniero libio ante un grupo de periodistas extranjeros, que le preguntaron si los cálculos eran actuales o de hace 20 años, y si incluían la amortización de los 3.500 kilómetros de tuberías previstos. 'Miren, éstos son los datos para la presentación del proyecto y no hay otros', replicó el ingeniero con el mismo sentido de la improvisación con el que Gaddafi da la impresión de haber dirigido el país desde hace 33 años.

Puede que alguno de sus hijos -como Saif al Islam, cada vez más presente en la vida pública y responsable de la poderosa Fundación Gaddafi- llegue a heredar su poder al frente de una burocracia de comités populares. Los libios circulan satisfechos con el depósito de sus coches coreanos repleto de gasolina subvencionada, pero parecen infinitamente aburridos en su largo aislamiento del mundo.

El líder libio, coronel Muammar el Gaddafi.
El líder libio, coronel Muammar el Gaddafi.REUTERS

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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