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Reportaje:

Los pobres del 22@

Más de 200 personas malviven en naves abandonadas del Poblenou de Barcelona bajo la amenaza de expulsión

Miquel Noguer

Son más de 200 personas, muchas de ellas niños, y viven entre toneladas de desechos, en el más absoluto abandono. No están en ninguna ciudad tercermundista, sino en el corazón de lo que está llamado a ser el barrio más moderno de Barcelona, el distrito 22@ de Poblenou. Desde hace ya más de un año, más de 50 familias viven en naves industriales de la zona, algunas con apenas cuatro paredes a falta de un lugar donde instalarse con sus caravanas y furgonetas. Son gitanos y payos, portugueses y españoles, y se consideran tan barceloneses como el que más.

En las últimas semanas, ha aparecido un nuevo problema en sus vidas. La piqueta está derribando naves a un ritmo vertiginoso y saben que en pocos meses, quizá días, su precario techo se vendrá abajo. 'Todos sabemos que esto ocurrirá, pero no queremos ni pensarlo', dice María, la matrona de una familia con siete hijos y muchos más nietos. Esta mujer sexagenaria vive con casi toda su familia en una nave industrial abandonada de la calle de Pere IV. Aunque los casi 100 ocupantes de esta nave han conseguido conectarse a la red de agua potable a base de ingenio, el lugar continúa siendo insalubre. Los escombros y las aguas negras afloran por todas partes. Las moscas y las ratas, también.

Muchas de estas familias tienen sus raíces en Ourense. Hablan una mezcla de portugués y gallego, que cultivan con sus visitas anuales a su tierra de origen. Con la llegada del buen tiempo algunos irán allí para trabajar en las ferias. A finales de verano probarán suerte en la vendimia de La Rioja o como temporeros en cualquier otra parte. Pero volverán a Barcelona, su tradicional centro de operaciones.

Sin embargo, los responsables del distrito de Sant Martí se niegan a reconocerlo y afirman que no hay ningún proyecto a largo plazo para estas personas porque no quieren permanecer en la ciudad. El gerente del distrito, Lorenzo Albardías, confirma que la política para esta zona de Poblenou es promover los derribos. 'Cerrar las naves sirve de poco, ya que las familias vuelven a instalarse en ellas', explica. Por ello, el distrito está agilizando los permisos para que los propietarios de las naves en desuso puedan derribarlas y acabar así con estos focos de miseria.

¿Y después, qué? Los responsables del distrito creen que las familias se marcharán, pero ellas no lo ven tan claro. 'Mientras queden lugares donde instalarnos, permaneceremos aquí. Este es el último lugar de Barcelona donde tenemos cabida', afirma Conchita, una de las mujeres de la nave de Pere IV. A largo plazo, los itinerantes, que es como el Ayuntamiento llama a estas familias, saben que tendrán que irse. Por ello reclaman un lugar donde vivir. 'Las viviendas de protección oficial no son para nosotros, ya que no tenemos un salario, y ni siquiera podemos solicitar una', afirma Manuel desde su destartalada caravana.

Hasta el momento, los derribos sólo han conseguido que las familias cambien de nave y, en el mejor de los casos, que se dispersen por Barcelona. Es el caso de Antonio Jiménez, un hombre de 34 años que desde hace tres meses vive con su familia en una furgoneta aparcada en una calle de Nou Barris. Sus dos hijos, de cinco y tres años respectivamente, hace muchos días que no van a clase. 'Estaban matriculados en Poblenou, no puedo llevarlos todos los días hasta allí', se disculpa Antonio.

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Ahora, este hombre recién salido de la prisión busca una oportunidad. 'He cumplido mi pena, estoy limpio y quiero trabajar para sacar adelante a mi familia'. Mientras no lo consigue, recibe una paga de 250 euros mensuales (41.600 pesetas), algo que no le llega ni para pagar un alquiler. 'De momento seguiré en la calle'.

Así pues, ¿cuál es la solución? Rina Decap, responsable de la organización Movimiento por el Cuarto Mundo, que trabaja con estas familias, considera que Barcelona debería tomar buena nota de Francia. 'Allí los municipios están obligados por ley a tener espacios para que las familias itinerantes como los gitanos puedan instalarse temporalmente con sus caravanas, con acceso a agua potable y electricidad', explica.

Aunque muchas de estas familias querrían tener un piso o una vivienda pública, tal como tuvieron los habitantes de los barrios de barracas de Barcelona, otros quieren mantener su estilo de vida. Las caravanas son la base de esta forma de vivir, ya que les permite trasladarse hacia otras zonas cuando se enteran de un trabajo o una fuente de ingresos. Mientras tanto, en Barcelona seguirán recogiendo chatarra y vendiendo La Farola. 'No nos queda otra cosa', aseguran.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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