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Reportaje:

La noche trágica de Itamar

Los colonos del asentamiento atacado el martes tienen miedo, pero aseguran que no abandonarán

'Itamar no se rendirá', afirma convencido Eldad, de 30 años, experto en informática, dirigente del movimiento colono del norte de la Cisjordania, mientras reconstruye el ataque perpetrado la noche anterior por un suicida palestino que costó la vida de tres estudiantes de un seminario rabínico del enclave. La agresión, reivindicada por las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, amenaza con poner en pie de guerra a los 226 asentamientos enquistados en los territorios de Palestina.

'Una silueta con un fusil en la mano apareció en medio de la oscuridad. Eran poco más de las once de la noche, los estudiantes de la yeshiva estaban en los alrededores del campo de baloncesto; algunos jugaban a la pelota, otros tranquilamente charlaban sentados en el suelo. El hombre empezó a disparar. No pronunció ni una sola palabra. Era muy claro que venía a matar', afirma Eldad, al pie de la cancha ensangrentada.

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Un primer estudiante, Gilad, de 14 años, cayó sobre el asfalto en el mismo lugar donde segundos antes había estado sentado, cuando trataba de ponerse en pie e iniciar una loca carrera hacia el interior del asentamiento. El resto de los compañeros le habían dejado atrás, mientras corrían entre los barracones de la yeshiva, sin darse cuenta de que otros dos colegas, Abraham y Netanel, de 17 años, habían sido también alcanzados por las balas. La noche trágica de Itamar finalizó minutos más tarde, cuando uno de los responsables de la seguridad acudió con el fusil al lugar del tiroteo, para acercarse hasta el activista palestino y dispararle una y otra vez a bocajarro, tras haberle apuntado a la altura de la cabeza. Mantuvo apretado el gatillo, hasta asegurarse de que estaba muerto. Sólo entonces dejó de disparar.

'La sombra cayó al suelo sin expirar ni un solo lamento, en medio de un charco de sangre. Era joven. Tenía una edad indefinida entre 25 o 30 años. Quizás iba vestido con un uniforme. Era demasiado oscuro para asegurarlo con certeza', afirma Nitzam Yemeni, convertido ayer en un héroe popular en el asentamiento. Itamar, a medio centenar de kilómetros al noreste de Tel Aviv, en el corazón de los territorios autónomos de Cisjordania, a sólo un tiro de piedra del campo de refugiados de Balata en Nablús, es desde hace 15 años un foco de la resistencia religiosa judía. Un grupo compacto de 80 familias, provenientes en su mayoría de EE UU y Yemen, pero también de Israel, desafían desde hace un año y medio los peligros de la Intifada, a pesar del ataque sufrido meses atrás en el que murió un colono brasileño.

Itamar, avanzadilla de los sectores radicales del rabino Kahane, está protegido por una endeble verja de alambre y espino y por un minúsculo contingente del Ejército israelí, una parte del cual fue retirado inexplicablemente días atrás. Pero nada de ello parece afectar a la fe y la moral de este grupo de colonos ultrarreligiosos que, atrincherados detrás de la Biblia, se niegan a abandonar el lugar, a pesar de los consejos de los más realistas, que aconsejan cerrar los enclaves difíciles de proteger.

'No abandonaremos Itamar. Claro que tenemos miedo. Pero ésta es nuestra casa. Ésta es nuestra tierra', insistían ayer los vecinos, antes de enterrar a sus víctimas. Las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, vinculadas al partido gubernamental palestino Al Fatah, reclamaron el atentado y anunciaron más ataques contra los colonos.

La abuela de uno de los estudiantes talmúdicos asesinados el martes, durante el entierro.
La abuela de uno de los estudiantes talmúdicos asesinados el martes, durante el entierro.REUTERS

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