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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bush, Putin y los otros

Bush cerró ayer su segundo viaje a Europa como presidente con la firma, en una base cercana a Roma, de un acuerdo entre Rusia y la OTAN. El compromiso suscrito por Putin supone la virtual entrada en la Alianza de su antiguo archienemigo. A través de un Consejo Conjunto (19+1), Moscú participará en las decisiones aliadas, aunque sin derecho a veto. No es una mera compensación por la próxima ampliación formal de la OTAN a otros países del antiguo Pacto de Varsovia o a los bálticos. La Rusia de Putin ha cobrado nueva importancia tras el 11-S como fuente alternativa de energía y como pieza clave en la lucha global contra el terrorismo, una de las prioridades de la Declaración de Roma. El acuerdo con la OTAN y la asociación estratégica firmada por Putin y Bush en Moscú sitúan a Rusia no como superpotencia, pero sí en el centro del nuevo tablero.

La OTAN, en la cumbre de ayer, puede haber alcanzado lo que Clausewitz llamaba el punto culminante de la victoria. La cuestión es saber si a partir de ahí no va a entrar en una crisis existencial que le lleve, más allá de ser la estructura militar de las relaciones transatlánticas, a convertirse en una organización más política, con lo que competiría no sólo con la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa), sino con el desarrollo de una política exterior y de seguridad de la UE que busca una mayor autonomía de EE UU.

La Administración de Bush parece tener las ideas más claras que la Unión Europea, que hoy mismo celebra en Moscú, presidida por Aznar, su cumbre con Rusia, sin tener claro cómo encajar ese enorme país en el diseño de la ampliación de la UE al Este.

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La construcción de la casa común europea sigue pendiente. No parece, sin embargo, que la competencia por la amistad con Rusia vaya a ser un punto más de desacuerdo en las relaciones transatlánticas. Pese a las buenas palabras en la cumbre de la OTAN, en Berlín, o en París, y a la preservación de una cierta comunidad de valores básicos, nunca se habían acumulado tantos nubarrones: proteccionismo comercial de la Administración americana, aumento espectacular de las subvenciones agrícolas en EE UU cuando se pedía a Europa que redujese las suyas, enfoque bélico de la lucha global contra el terrorismo y oposición frontal de Washington a desarrollar nuevas herramientas del derecho internacional, que van desde la prohibición de las minas antipersonas hasta la Corte Penal Internacional.

En este panorama tiene algo de irreal que en un cementerio cercano a Omaha Beach, donde en 1944 murieron miles de soldados americanos y aliados, Bush comparara esos 'sacrificios que evitaron a muchos la tiranía' con las bajas padecidas por EE UU en la guerra, inconclusa, de Afganistán.

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