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Columna
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Unas reflexiones poco eufóricas

Gustau Muñoz (Valencia, 1951) es un intelectual valenciano que, discretamente, ha desarrollado una densa e intensa labor como traductor, ensayista y periodista, si no considera que esta calificación trivializa su proyección tanto en la prensa diaria como en publicaciones especializadas. Estos días acaba de aparecer su segundo libro, titulado A l'inici del segle. Un dietari de reflexións (Edicions 3i4), que comprende una serie de ellas anotadas durante los seis primeros meses del 2001 a propósito de acontecimientos más o menos relevantes de la actualidad, pero, con muy pocas excepciones, atinentes a lo que entendemos por la cuestión nacional del País Valenciano.

La crítica bibliográfica sabrá juzgar adecuadamente los méritos literarios así como los demás mimbres que ahorman esta obra, y que incluso para el lector menos dotado desvelan en su autor un rigor y saber inusuales. No está a mi alcance detenerme en estos aspectos, ni es mi propósito subrayar algunas discrepancias tan puntuales como adjetivas. Lo más llamativo de tales páginas, desde mi perspectiva y para el caso, es el desaliento que desprenden en punto a la salud del nacionalismo valenciano -ya se adivina que de izquierdas- desde cuyo criterio glosa el autor lo que pasa y nos afecta. Un corolario que probablemente no estaba en el plan de las reflexiones, pero al que por lo visto estaban abocadas por mor de la coherencia.

Sensación de desaliento o desánimo que el mismo Muñoz palpa en el entorno social y que, en un ejercicio de voluntarismo -o así nos parece-, valora como acaso excesiva. Con ello, sin duda, no pretende maquillar la realidad o hacérnosla más digestiva. En la anotación 8.2.01 admitirá sin ambages que, 'el horizonte -si hemos de ser realistas- es más bien oscuro'. El pronóstico, claro está, no se nutre de meras intuiciones, sino de hechos y factores que, además, no son novedosos. Tales son la falta de apoyo institucional, el fracaso o ausencia -salvadas unas pocas e insuficientes excepciones- de los medios audiovisuales y escritos de vocación nacionalista, y la misma desmovilización que por doquier se percibe, tanto más deprimente si contemplamos el panorama internacional, con la escalada de la derecha y la inexistencia de alternativas políticas de conjunto en el marco español y valenciano.

Verdad es -y el autor no lo soslaya- que hubo un tiempo de vino y de rosas para la recuperación de la cultura nacional valenciana, y que la misma democracia ha contribuido a ese proceso, ahora estancado y con sombrías perspectivas -digo yo- debido a los aluviones crecientes y constantes de inmigrantes y turistas. ¿Qué hacer, pues, como diría el viejo Lenin? ¿Resignarnos a la fatalidad? ¿Esperar prodigios imprevistos que sesguen el destino que se perfila? ¿Instalarnos en la precaria -i trepitjada- identidad nacional que unas minorías prolongan emulando a Sísifo? Identidad que Muñoz juzga imprescindible, pero de la que este país dimitió o fue castrado sin que ello haya impedido su pervivencia en otras coordenadas y obediencias ajenas a su origen. Quiero decir que la inmensa mayoría opta más por la calidad de vida que por su DNI histórico, aunque no sean incompatibles, obviamente. En fin, un libro que da avío para pensar y disputar.

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