_
_
_
_
Reportaje:

Última salida para una joya de la prehistoria

Francia se plantea restringir radicalmente la visita a la cueva de Font de Gaume, similar a Altamira

Jacinto Antón

El macho de largas astas oscuras se inclina sobre la hembra roja, agachada, y le lame delicadamente el hocico: la ternura de los renos. Congelada en el tiempo, la conmovedora escena, una de las emblemáticas de la pintura rupestre mundial, tiene 15.000 años pero conserva la vitalidad y la emoción del lejano día en que fue realizada por una mano prehistórica. La pareja de renos de la gruta de Font de Gaume (Les Eyzies-de-Tayac, a unas dos horas y media de Toulouse) es sólo una de las maravillas artísticas que alberga el lugar, maravillas que no va a ser posible para los mortales comunes seguir disfrutando tan fácilmente mucho tiempo.

Como ya ha sucedido con los otros altos lugares del arte polícromo paleolítico -Lascaux, Altamira-, la cueva de Font de Gaume, que en la actualidad puede visitarse bastante libremente (un máximo de 200 visitantes por día, excepto miércoles y festivos, reservas al 00 33 5 53 06 90 80), está abocada a una restricción radical de visitas para asegurar su conservación. Quizá similar a la de Altamira (que permite la entrada de 8.500 personas al año). De Lascaux -cerrado- y Altamira se han realizado excelentes réplicas, 'neocuevas', para el gran público. Es posible que ése sea el destino final para todas las grandes cuevas preñadas de arte prehistórico. Las recién descubiertas, como la célebre gruta Chauvet (hallada en el Ardèche francés en 1994), que atesora un bestiario de 350 animales, no está previsto que se abran al público. 'La mejor solución para las cuevas con arte rupestre es hacer facsímiles, copias', opina en declaraciones a este diario el prehistoriador Jean Clotttes, uno de los más prestigiosos especialistas en pintura rupestre del mundo. 'Y reducir considerablemente las visitas a los originales. Eso es lo que debería hacerse con Font de Gaume, el régimen de visitas es excesivo'. Clottes subraya que Font de Gaume 'debía ser igual de espectacular que Lascaux originalmente, pero las pinturas han ido perdiendo color. Un facsímil permitiría mostrarlas con toda su belleza'. El especialista es partidario de dejar visitar en la medida de lo posible las cuevas originales, 'para estimular el interés por la prehistoria', pero siempre atentos a cualquier indicio de deterioro para cerrarlas.

Mantener abierta la cueva es un riesgo. La presencia humana altera el equilibrio
Las normas estrictas: no toquen nada, no se apoyen en las paredes, no se queden rezagados
Más información
El abad y la vagina rupestre
El inicio del arte se remonta a más de 35.000 años, indican nuevas dataciones
Tribuna:: Altamira mítica

'Sean conscientes de la excepcionalidad de la ocasión, es la última gran cueva policromada visitable, pinturas como las que van a ver ya no pueden contemplarse en ninguna parte. Abran los ojos y disfruten'. El conservador francés que guía la visita a Font de Gaume alecciona en la entrada de la gruta al grupo que vivirá la experiencia. Las normas son estrictas: no toquen nada, no se apoyen en las paredes, no se queden rezagados. El control se refuerza con la presencia de otro guía, una conservadora con maneras de estricta vigilanta, que cierra la expedición al interior de la cueva, al encuentro con las pinturas magdalenienses. La visita no es recomendable para claustrofóbicos. Pese a que no mide mucho, unos 125 metros la parte visitable, hay algún tramo de la cueva muy estrecho (el Rubicón) por el que sólo cabe una persona y puede hacerse algo opresivo. No obstante, predomina una sensación de estar en un lugar mágico, maternal, más aún por la luz leve que se derrama como miel en los corredores o brota suavemente en los lugares en que hay pinturas.

El visitante tarda en verlas. Hay en total 230, pero algunas son imposibles de discernir sin la ayuda del experto. Un bisonte que hay que agacharse para admirarlo arranca los primeros '¡oh!'. Es sólo un pequeño adelanto de lo que vendrá. Un grupo de bisontes aparece a la derecha, también bajos, extrañamente sensuales, brotando de la roca como si formaran parte de ella, sus contornos sabiamente adaptados al relieve. Sorprende la sabia distribución del sombreado, la impresión de vida. Sobre otro bisonte, a la izquierda, arriba, se sobrepone un mamut. Y se llega a la famosa imagen de los renos: tan evanescente, a causa de la lenta degradación durante milenios, que hay que fijarse mucho para ver el contorno del belfo del macho y la lengua con la que lame, eternamente, a la hembra. Es indiscutible que la imagen fue tomada del natural, vista en su día por los ojos de un cazador cromañón.

El visitante se descubre con el vello erizado, y no es sólo por el frío que reina en la caverna. 'El misterio de todo esto sigue intacto', musita el guía. Tres caballos aparecen sobre un telón estalagmítico. En otro tramo, el suelo ha sido rebajado para poner a la altura de la mirada otro friso de bisontes, cinco, polícromos. El guía apaga las luces de la galería y luego pasa la linterna sobre las figuras para simular el efecto de una antorcha: los animales parecen moverse, trotar, iniciar una estampida. Una estrecha sala guarda aún otra maravilla, Le cabinet des Bisons, una pequeña bóveda iluminada con pinturas como una mini Capilla Sixtina, versión rumiante.

Mantener abierta a tantas visitas la cueva de Font de Gaume, pese a que está meticulosamente monitorizada con controles de precisión, es un riesgo a la vista de cómo la presencia humana altera su delicado equilibrio.

El anhidrido carbónico (CO2) de la respiración humana provoca un proceso agresivo que conduce a la corrosión de la roca calcárea. Además, el exceso de condensación provocado por los visitantes (al respirar y transpirar) favorece la aparición de microrganismos y algas en las paredes que hay que limpiar anualmente. El catedrático de Prehistoria catalán Josep Maria Fullola, especialista en pintura rupestre, es taxativo: 'Font de Gaume debería estar cerrada al público desde hace muchos años, como Lascaux, o al menos tener un régimen de visitas tan estricto como el de Altamira. Es increíble que puedan entrar continuamente grupos como ocurre ahora: yo he visto horrorizado cómo unos niños tocaban una pintura en la cueva'. Para Fullola, si Font de Gaume estuviera en España, 'en Europa nos dirían de todo por tenerla abierta así'.

El director del Museo de Altamira, José Antonio Lasheras, no es tan radical: 'Creo que cualquier lugar que sea patrimonio histórico y cultural, incluidas las cuevas pintadas, debe estar abierto al público en la medida de lo posible, siempre que ello no sea un factor de riesgo para su conservación'. El director de Altamira aprovecha para deplorar que muy pocas cuevas de España con arte rupestre cuentan con métodos y criterios técnicos adecuados para discernir y controlar el daño que causan las visitas.

Una de las sensacionales pinturas polícromas de bisontes de la gruta de Font de Gaume.
Una de las sensacionales pinturas polícromas de bisontes de la gruta de Font de Gaume.CARLES RIBAS

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_