Agentes 'herejes' al asalto de animales y plantas
Los mecanismos de patógenos como el de las 'vacas locas' siguen desafiando a los investigadores
Priones, retrovirus y viroides son agentes patógenos lo suficientemente heterodoxos como para representar singularidades biológicas y desafiar dogmas de la biología molecular. Pueden causar estragos en animales (incluido el hombre) y plantas. Para los investigadores, que aún desconocen muchos de sus mecanismos, son un reto.
Los retrovirus pueden pasar de generación en generación sin ser detectados
E stán del otro lado de la frontera de la vida, son bastante desconocidos y no respetan las reglas de los agentes patógenos. Son muy poco convencionales y, al menos dos de ellos, han tenido la capacidad de situarse en el primer plano de la atención mundial. Tanto el VIH, el retrovirus del sida, como el prion o PrPsc, la clave del mal de las vacas locas, siguen siendo esquivos con los investigadores, que no acaban de saber cuáles son exactamente los mecanismos de funcionamiento de estos nuevos patógenos.
Una decena de expertos en estas formas de infección (priones, retrovirus y viroides) se reunieron recientemente en Madrid, convocados por la Fundación Ramón Areces, en un simposio sobre la panorámica actual de estos agentes patógenos. Aunque son muy diferentes unos de otros, sobre todo los priones, por una parte, y los paravirus, por la otra, tienen en común el mantener comportamiento biológicos no convencionales. Son agentes que suponen nuevos riesgos para la salud humana, de los animales y, en el caso de los viroides, de las plantas.
Los priones son formas aberrantes de una proteína celular, es decir, de un componente del organismo cuya función, por cierto, se desconoce. 'Parece que está implicada en el transporte de iones y en el reconocimiento celular, y, desde luego, su presencia es necesaria para que el prion se propague', dice María Gasset (CSIC). Esta proteína, la PrP celular, experimenta un metabolismo anómalo cuando se encuentra en presencia del prion, ese extraño agente patógeno que carece de carga genética.
Al principio de los años noventa, 'se decía que era imposible que no tuvieran ácidos nucleicos, que a la fuerza tenían que tener algún componente genómico', dice Gasset, que entonces estudiaba priones con Stanley Prusiner, el descubridor de estos patógenos a quien entonces se consideraba casi como un loco, pero que acabó recibiendo el premio Nobel por ello en 1997.
Los priones, formas aberrantes de una proteína común, saltaron a la fama con las vacas locas y desde ellas llegó la enfermedad a los humanos. 'Aún hay muchas cosas sin explicar sobre el mecanismo de acción de la PrP', dice Gasset. 'Por ejemplo, no sabemos crear un prion ni por qué el prion mata, no se conoce el mecanismo por el que las células acaban muriendo si los priones pueden vivir en el organismo sin ser mortales'. Y, desde luego, falta por encontrar un remedio a este mal.
En este sentido, el avance más significativo en el último año ha sido el demostrar que los priones se pueden degradar impidiendo el contacto con la PrP celular. 'Si se bloquea el contacto entre ambos, por acción sobre la forma celular, se observa que el prion tarda un promedio de 48 horas en degradarse, más que las tres horas de la forma normal, pero no tiene manera de mantenerse', explica Gasset. Este hallazgo ha permitido considerar estrategias terapéuticas convencionales, hasta entonces impensables, que están siendo investigadas.
Los retrovirus están presentes entre los humanos desde la noche de los tiempos evolutivos. De hecho, para uno de los ponentes del seminario, Jonathan Stoye (National Institute for Medical Research, Londres), 'el 5% del ADN de cualquier vertebrado está formado por estos retrovirus elementales. Y, además, esos elementos son responsables de bastantes fenómenos biológicos. Cuando estudiemos esos fenómenos, seremos capaces de comprender algunos aspectos de la compleja relación entre los retrovirus y sus huéspedes'. Y es que, como dice Esperanza Gómez-Lucía (microbióloga de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense), 'para un patógeno no es útil matar al huésped. Los retrovirus consiguen pasar inadvertidos. La selección natural ha hecho que puedan convivir'.
Eso ocurre con algunos de ellos, pero otros saltan la barrera entre especies, como ocurrió con el VIH. Lo que distingue a los retrovirus de los virus convencionales es que además de ARN, tienen una enzima, la transcriptasa inversa, por la que el ARN se convierte en ADN. Eso, que en su día también fue considerado una herejía contra el dogma establecido, ha acabado resultando cierto. Y esa es, precisamente, la peculiaridad de los retrovirus, que introducen su propio ADN en el de la célula y se intercalan dentro de un cromosoma infectándolo, de manera que pasa a la generación siguiente. 'Así', dice Gómez-Lucía, 'puede estar una temporada breve o pasar de generación en generación sin que se detecte su presencia'.
Los viroides son virus que afectan a las plantas. Son muy sencillos, muy pequeños, y su ARN está formado por muy pocas bases. Los hay que producen una enfermedad en el pepino, o en el tomate, la naranja... y tienen efectos que pueden resultar devastadores para estas plantas. Se describieron por primera vez hace 30 años y, aunque no está completamente descartado, se piensa que no afectan a los animales. 'El primero que se identificó fue el de la patata, y ahora la lista es de 28 especies de viroides', dice Ricardo Flores (Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas, Universidad de Valencia-CSIC).
Algunos de ellos, como el viroide que afecta a los naranjos, hacen que la planta sea mucho más pequeña que un naranjo normal, pero las naranjas siguen siendo del mismo tamaño, por lo que podrían permitir plantar el doble de naranjos por hectárea. 'En el caso de los cocoteros, el viroide ha tenido un efecto devastador, matando 20 millones de árboles en Filipinas. En otros casos, las plantas infectadas no presentan síntomas', dice Flores.
Los cerdos y las truchas no se infectan
Una de las cuestiones inquietantes durante la pesadilla de las vacas locas era determinar si las harinas cárnicas fabricadas en el Reino Unido con sesos y otras vísceras de ovejas enfermas, que originaron el problema, y que también habían llegado a la alimentación de otros animales podían infectar a otras especies. José Manuel Sánchez-Vizcaíno, hasta el viernes pasado director del Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA), el único laboratorio en España con un área de máxima seguridad biológica (P-4), inició un experimento para comprobar si los cerdos y algunos peces criados en piscifactoría podían haberse contagiado por el consumo de esas harinas. Para ello, trataron de infectar a cerdos y a truchas, en un proyecto financiado por la UE. 'Colocamos, en condiciones de bioseguridad, 12 cerdos para el experimento', explica Sánchez-Vizcaíno. 'Les inyectamos una especie de pasta hecha con cerebros de 49 vacas enfermas a seis de ellos en el estómago y a otros seis directamente en su cerebro. En ningún caso se contagiaron los cerdos, lo que demuestra que la barrera de especie es muy alta y difícil de cruzar'. Y es que la PrP de la vaca es más parecida a la humana que a la del cerdo; en el caso de la trucha 'todavía no se ha encontrado PrP en su sistema nervioso, y comprobamos que tampoco se infectó ninguna trucha'.
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