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UN AUTOR SOLITARIO Y COMPROMETIDO
Columna
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Narrador

Arthur Miller es autor de dos novelas solamente. La primera, Foco, es de 1945 y constituyó su primer éxito como escritor, antes de abordar el teatro. La segunda, Una chica cualquiera, está fechada en 1992, de manera que bien puede decirse que el dramaturgo Miller, paradójicamente, abrió y cerró su extraordinaria carrera teatral con un par de narraciones. Foco es una historia acerca del paso del miedo a la dignidad. Un tal Newman, en un caluroso verano neoyorquino, es tomado por judío debido a los escrúpulos con que percibe la actitud antijudía de los miembros más activos y racistas de su barrio. En principio, trata de no boicotear la tienda de su vecino Finkelstein por un acoso que considera injusto; sin embargo, su sentido de la justicia se va apagando a medida que la agresividad contra Finkelstein aumenta. La novela comienza con un grito en la noche, una mujer que llama a la policía mientras está siendo atacada por un borracho; Newman observa desde su casa sin atreverse a intervenir, le parece que la voz tiene un acento portorriqueño, y cuando la mujer mira hacia su ventana, retrocede y echa la cortina. Lo que la novela cuenta, en medio de un calor asfixiante, es el modo en que el miedo, antes de convertirse definitivamente en cobardía, aún dispone de resortes para hacer optar a su dueño por la rebelión.

Una chica cualquiera es exactamente eso: la historia de una chica cualquiera que es sensible a causas justas, que se casa con un tipo atractivo, políticamente comprometido con la izquierda, que con el paso del tiempo muestra ser mucho más un servidor de una ideología que un hombre vital e intelectualmente libre. El desencanto deja a Janice -que así se llama la chica cualquiera- a merced de su desconcierto, su inseguridad y su pequeñez. Su marido se va a Europa a luchar, lo que equivale de hecho a la separación, que se consumará a la vuelta, y entretanto, lo que descubre Janice es, sencillamente, que ella nunca se ha estimado verdaderamente a sí misma por sí misma; y cuando intuye esta sencilla verdad, decide vivir a partir de lo que tiene en mano, es decir: a vivir por sí misma. La novela -corta- nos habla desde su madurez, cuando piensa que 'de sesenta y un años de vida, había tenido catorce buenos. No estaba mal', mientras contempla el derribo del hotel Crosby, el lugar donde tuvo una habitación que significaba independencia y ruptura.

De una a otra novela pasamos del joven autor al viejo sabio; de la potente denuncia de Foco, una narración que debe mucho a la gran novela social norteamericana, pasamos a un texto corto, decantado, sugerente, donde todo está reducido a la mínima expresión porque ha encontrado el máximo poder de expresión y ya no necesita un solo adorno para contar una preciosa historia de amor y libertad. ¿Qué ha sucedido entre medias de estos dos títulos? Pues una formidable carrera de dramaturgo y otro libro más que no deja de ser también una narración y que cuenta todo lo que falta. Vueltas al tiempo es la autobiografía de Arthur Miller. Debo decir que es una de las más poderosas autobiografías que ha dado el siglo, que contiene no sólo el relato de la aventura personal de Miller, sino también el de la creación de sus obras y, conforme a las creencias del autor, la del mundo en que él y sus obras se cocieron y modelaron. Una inteligencia implacable, una sensibilidad extraordinaria y un gran sentido de su lugar en el mundo que le tocó vivir (quizá deberíamos decir en los mundos, pues Miller ha vivido acorde con los cambios de su tiempo) convierte la autobiografía en un retrato intelectual y moral de la Norteamérica del siglo XX.

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