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Columna
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¿Por qué corres, ciudadano?

La Maratón Popular no pertenece al ámbito de lo deportivo, sino al de la cultura de masas. La proporción de deportistas que intervienen en ella es mínima en relación con la de ciudadanos que corren a su estela. El deportista es sin duda uno de los héroes más característicos de la cultura de masas; por imitarlo, corren vestidos con toda esa ropa fetichista propia de las sociedades ricas en marcas.

Naturalmente, todo ello hay que hacerlo bien a la vista, ya que, si no, no ofrece compensación suficiente; así que no hay Maratón Popular que no pase por el cogollo de la ciudad y la atasque sin remedio por la misma razón que no hay verdadera fiesta si no se molesta al mayor número de gente posible. Pero si el lector (que acaba de pensar '¡Ajá, ya va éste a protestar de las variadas y pintorescas manifestaciones madrileñas amparadas por el beato Manzano!') me sigue, verá que no intento hacer ver con qué entusiasmo encabeza el Ayuntamiento de Madrid otro intento de deterioro de vida de su ciudadanía, sino que me estoy haciendo una pregunta urbana que exige respuesta: ¿por qué corre un ciudadano?, ¿por exhibicionismo?, ¿para desfogarse?, ¿para sentirse dueño de la ciudad?, ¿por emular a sus ídolos?, ¿para integrarse en la cultura de masas?

Reconozco que es todo un espectáculo ver pasar a la masa corredora desde la acera, pero es un espectáculo lastimoso. ¿Alguna vez han visto ustedes a un hormiguero completo salir arreando ante una amenaza externa? Pues eso es sólo el principio, porque, a medida que se distancian las decenas de deportistas auténticos del resto de los participantes, las carnes, los pantalones, las camisetas, los calcetines, los gestos de los corredores aficionados que esa noche se soñaron héroes... se van distanciando a su vez del cuerpo que los porta, y lo peor es que entonces las blancas, flojas y desvalidas carnes de todos ellos van apareciendo para recordarnos poco a poco, paso a paso, sin piedad alguna, que polvo somos y en polvo nos hemos de convertir.

No importa que sólo desearan, digna y honestamente, participar. Hay cosas en las que uno no participa por más ganas que tenga de estirar las piernas. El exhibicionismo que acompaña necesariamente a todo este tipo de manifestaciones es, ante todo, la demostración de una necesidad perentoria: la de sentirse alguien arropado por muchos. Ésa es, en definitiva la función del grupo. En su sentido más positivo, te reconoce como individuo al apoyarte; en el más negativo, te anula como individuo para convertirte en grupo.

La verdad es que los ciudadanos maratonianos ni se agrupan ni se identifican como individuo, sino que se descuelgan paulatinamente, pero en su conjunto están convencidos de haber ennoblecido la ciudad, haberla hecho alegre y festiva por un día, haber creado espectáculo unidos. Yo creo más bien que es un grito de disgregación e impotencia -no exento de ternura- emitido desde un peldaño más bajo en el descenso hacia la angustia del anonimato en la gran ciudad, ese 'desierto del hombre', como la calificaba Baudelaire.

'Si arrastrarse por las calles de mala manera es celebrar la viveza e ingenio colectivos de una urbe...', concluía yo, aguantando a coche parado durante una hora a que pasasen hasta las últimas hilachas humanas para poder salir de la ciudad, firmemente bloqueada por el ardoroso Ayuntamiento. Lo digo para que puedan acusarme de resentido. También pensaba, sarcástico: ¿de dónde vendrá esta tradición tan española de la Maratón Popular? ¿De la trashumancia? Y, por rizar el rizo, ¿cuántos feroches antiglobalización estaban corriendo animosamente sumados a todas las ciudades-imitación del mundo global vestidos con prendas globales en esta carrera global mientras yo los contemplo desde un atasco global? Hoy por hoy, la cultura de masas es una carrera perfectamente organizada hacia la confusión.

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