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Columna
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Interrogatorio miserable

¿Habrá podido aguantar la mirada al espejo a la mañana siguiente, al afeitarse, el fiscal jefe de Castilla y León, José Luis García Ancos? ¿Habrá podido dormir tranquilo esa noche? ¿Tendrá valor para releer sus palabras en el interrogatorio a Nevenka Fernández, el pasado martes, en el juicio contra el alcalde de Ponferrada por acoso sexual, por no decir nada de ver u oír las cintas en las que quedó grabada su intervención? ¿Podrá respetarse a sí mismo después de su conducta? ¿De qué manera se dirigirá a su mujer y a sus hijos, a sus compañeros de trabajo? ¿Piensa de verdad que, después de lo ocurrido, puede continuar desempeñando su función no sólo en este caso en concreto, sino en general?

La verdad es que no me gustaría estar en su pellejo. Lo que el fiscal jefe hizo el pasado martes no lo va a olvidar fácilmente. Y no solamente porque una actuación tan irregular en un caso tan notorio va a tener que ser investigada y, en consecuencia, va a tener que dar explicación de la misma ante la Inspección de la Fiscalía General del Estado, sino, sobre todo, porque él no va a poder descargarse personalmente del peso que se ha echado en lo alto. Su miserable interrogatorio le va a acompañar como una sombra pegada a su cuerpo hasta el día de su muerte.

Todo el mundo sabe por propia experiencia cuando llega a una determinada edad que no hay tarea más difícil que ajustar cuentas con la propia vida, con lo que uno ha hecho a lo largo de la misma. Y no hay tarea más difícil porque nadie puede engañarse a sí mismo. Se puede intentar engañar a los demás. No es fácil conseguirlo, pero se puede intentar y, a veces, se consigue. Engañarse uno mismo, es imposible. Cuando, además, la conducta de la que uno tiene que responder ante sí mismo, como le ocurre al fiscal jefe de Castilla y León, es una conducta reciente, se ha hecho con una edad avanzada, desde una posición de autoridad, de manera premeditada, con abuso de posición dominante, atacando al débil y poniéndose al servicio del fuerte, enfrentarse con ella debe ser de las peores pesadillas a las que uno pueda tener que enfrentarse.

La conducta del fiscal jefe de Castilla y León va acompañada de todas las circunstancias agravantes imaginables. Es seguro que el interrogatorio lo ha preparado concienzudamente y no es fácil pensar que a una persona de su experiencia le traicionen los nervios o que no sea consciente del factor intimidatorio que puede tener el tono de voz, en particular cuando se dirige a una persona que se encuentra en una posición psicológica muy frágil. Alzar la voz frente a una mujer que se ha querellado por acoso sexual, no es algo inocente. Y el fiscal jefe no puede no saberlo. No puede no saber que la percibe como una prolongación del acoso al que ella entiende que se vio sometida por el alcalde y como una humillación adicional. A una persona de su experiencia esto no puede ocultársele. El interrogatorio tiene un tufillo de la obsequiosidad hacia el poder, del servidor de los poderosos que anticipa lo que entiende que se espera de él.

Es difícil encontrar una conducta tan miserable y que produzca tanta repugnancia como la del fiscal jefe de Castilla y León en este caso. La deferencia hacia el alcalde y la simultánea agresividad contra la mujer que lo denunció por acoso sexual, con una pérdida absoluta de la imparcialidad, quedará en los anales de la administración de justicia española como símbolo de conducta infame.

Lo único que cabe esperar es que las diligencias informativas abiertas por la Inspección de la Fiscalía General del Estado se tomen en serio y que no acabe prevaleciendo el 'compañerismo' en la tramitación de las mismas. El Ministerio Fiscal no debería tolerar que una conducta como ésta, en un delito tan perturbador de la igualdad en el ejercicio de los derechos como es el acoso sexual, quedara sin una respuesta. Es el 'honor' de la institución el que está en juego.

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