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ASCENSO DE LA ULTRADERECHA EN FRANCIA
Columna
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El discurso de las tortugas

Andrés Ortega

Con ser muy francés -se presentó en 1974 a su primera presidencial, pero también Chirac, Arlette y otros llevan 30 años en la palestra pública, casi tanto como el acartonado Johnny Hallyday en el mundo de la canción- el fenómeno Le Pen no es sólo francés. Su éxito puede darle alas a su partido en las legislativas en junio, a la lista Fortuym en Holanda el 15 de mayo, o a otros movimientos similares en otros países. En España o el Reino Unido, los partidos conservadores han tenido el arte de integrar a la extrema derecha en su seno.

Le Pen es un síntoma de un malestar, cuyas causas, si no se atajan, pueden hacerlo crecer. O se abordan los problemas que alimentan a la extrema derecha, o ésta lo contaminará todo, en detrimento, sobre todo, de la izquierda, más temerosa que un centro-derecha que no tiene empacho alguno en jugar al policía más duro. Las razones del malestar son varias, pero hay dos esenciales que giran en torno a la pérdida de identidad y a la inseguridad ciudadana y laboral: la inmigración, el miedo al otro. Estos miedos llevan a la política de la tortuga, que, miedosa ante una sociedad abierta, se cree protegida por su caparazón. Es sabido que Le Pen ha ganado en las zonas de mayor influjo migratorio, en el sur y en el este, y que no sólo él, sino también Chirac han contribuido a amplificar las preocupaciones por la seguridad ciudadana, que demasiado a menudo se vincula como en el caso del paro, a la inmigración desbocada.

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Hay algo más que se ha tenido poco en cuenta: los efectos de la integración europea, junto con la globalización. Es significativo que las primeras palabras de Le Pen tras lograr su hito fueran para señalar que sacaría a Francia, no exactamente de la UE, sino de 'la Europa de Maastricht', y en un tono antialemán, definiera al euro como 'moneda de ocupación'. Lo habitual es analizar el voto por el espectro político izquierda / derecha. Pero en la dimensión pro o anti-Europa casi un 40% del voto en Francia fue para candidatos contrarios a una mayor integración. Diez años después del referéndum sobre Maastricht, ganado por los pelos, Francia sigue dividida respecto a Europa, con una duda vital desde 1989 sobre lo que es en esta Europa que puede doblar en número de miembros y que ya tampoco sabe lo que es ni adónde va. El aviso estaba en el aire, pues, más que la campaña electoral de la primera vuelta, interesó el despido de Pierre Lescure de Canal + por Jean Marie Messier, el presidente de Vivendi que había declarado el fin de la 'excepción cultural francesa', a la que se aferra ahora Chirac.

Europa vive una crisis de liderazgo y de la política en democracia que se ha quedado local, cuando las principales decisiones se toman en otros ámbitos. El liderazgo no consiste en seguir a la opinión pública, sino en actuar y convencer, como hizo la generación que desarrolló la Unión Monetaria, muchas veces en contra de lo que les decía la demoscopia. La generación siguiente ha utilizado demasiado a Europa para hacer política nacional. La izquierda moderada no ha sabido utilizar estos años de dominio del Consejo Europeo para impulsar auténticas políticas europeas que respondan a estos retos desde los valores socialdemócratas y hagan retroceder el discurso antimusulmán que, de una manera totalmente irresponsable, se ha exacerbado tras el 11-S. Políticas europeas en materia de control de fronteras exteriores, de educación de inmigrantes y población receptora, y de ayuda e inversión en los países de origen contribuirían. El efecto Le Pen se ha dejado sentir ya en la decisión de no conceder ayudas a los países terceros que no combatan las migraciones ilegales. Pero mientras haya la disparidad actual en riqueza, seguirán viniendo. Es de temer que Le Pen y Cía. contribuyan a generar esa coalición social contra más Europa, cuando más necesaria es una Europa más integrada y generosa hacia el otro, que ya es parte de nosotros, a pesar de Le Pen y las tortugas.

aortega@elpais.es

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