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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Primavera en clase

En la hora del recreo nos reunimos tres compañeras en un cuartucho que usamos como sala de fumadores para comentar los sucesos del día. Maite cuenta que uno de sus alumnos de 12 años, Alvaro, ha dicho en clase que su padre ha ido a Madrid.

- Los madrileños son fachas-, le ha replicado David.

La profesora ha intervenido:

- En Madrid hay de todo. Aquí es donde hay fachas que, además, son asesinos.

- Todos los vascos no somos asesinos-, se ha defendido David.

Entonces Alvaro ha contraatacado:

- Parece mentira que tú digas eso, cuando eres de Ibiza.

Sandra, una rubita de pelo rizado ha preguntado:

- Profa, ¿qué es un facha?

- Es una persona que no deja que los demás opinen distinto que él.

Los chavales, tienen gustos, intereses y preocupaciones muy distintos de los profesores

- Pues yo tengo derecho a pensar lo que me dé la gana -ha afirmado David.

- Claro -le ha dicho Maite-, pero los otros tienen el mismo derecho. Por eso tenemos las elecciones; para que la mayoría decida. Las cosas no suelen ser blancas o negras.

Sandra ha concluido:

- También existe el gris-. Y han vuelto todos a los sujetos y predicados.

Mientras cambia el filtro a la melita, Pedro comenta a Maite medio en broma:

- Más vale que tengas cuidado, no te acusen de politizar la clase.

- Yo no creo que sea politizar la clase, sino más bien utilizar las famosas líneas transversales para enseñarles valores.

Pero lo cierto es que algunos profesores nos estamos haciendo algo obsesivos. Y cuidadosos de con quién hablamos. En torno a la melita del cuartucho solemos juntarnos apenas tres o cuatro a contarnos nuestras cuitas. Los chavales tienen intereses y preocupaciones muy distintos de los nuestros. Koldo es uno de los míos. Siempre ha obtenido las mejores notas. Pero esta vez ha sacado sólo un seis. Le pregunto:

- ¿Qué ha pasado? ¿Es que te has enamorado?

- Pues sí.

- Me parece muy bien que estés enamorado, pero tienes que volver a las notas de antes. Casi se me había olvidado que estamos en primavera. La vida se abre paso. Y, bueno, es comprensible. Está acabando el curso y además comienza el buen tiempo. A ellos especialmente les resulta difícil compaginar amor, estudios y bermudas en sus piernas peludas recién descubiertas. Y el profesorado, con la astenia típica de la época, suplica por un tiempo frío y lluvioso. De otra manera, ¿cómo sobrellevar esta tremenda vitalidad de los adolescentes en primavera?

En este tiempo nuestras frustraciones se hacen más evidentes. Ya es difícil, si no imposible, corregir los errores, porque el curso ya está hecho. Por eso dice Maite que hay que echar mano de las pequeñas cosas valiosas: un buen masaje, una buena película, un poco, o mucho, de Frank Sinatra mientras se corrige. Y, sobre todo, no desesperarse.

Concha se acerca a nuestra conversación. Ella no parece cansada ni nerviosa. Los resultados del grupo que acaba de corregir son lamentables, y cuando los ha comentado a sus alumnos, éstos ni se han inmutado. Ella tampoco.

- Bueno, no siempre se consiguen buenos resultados-, dice con una serenidad admirable-. No sé si algo de lo que decimos quedará en sus cabezas, pero ocurre de cuando en cuando que un ex alumno te saluda por la calle con una sonrisa cariñosa. Esto querrá decir algo ¿no?

Así que ella ha decidido aferrarse a esa sonrisa para sobrevivir en la tiza. Y creo que tiene algo de razón.

¿Podrían decir lo mismo los prohombres de esta tierra? No sé si conocerán a muchos de sus votantes. Ni si se encuentran normalmente con ellos en la calle. Y cuando las miradas se encuentran en campañas electorales, en un mitin o en la inauguración de algún batzoki, francamente, no creo que vean sonrisas como las que describe Concha. Ellos saben más de sonrisas interesadas, cumplidoras, temerosas..., aunque para sobrevivir en su tiza las maquillen de otra cosa.

Faltan pocos minutos para que toque el timbre de final del recreo. Con el ánimo algo más sereno, recogemos los vasos y nos disponemos a volver al trabajo. Sé que no servirá de mucho, pero vamos a intentarlo.

Entro en clase mezclada con mis alumnos. Me dirijo a la mesa y me encuentro con Koldo que me mira fijamente:

- Y tú, profa, ¿no estás enamorada?

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