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GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO
Columna
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El triunfo de Sharon

Es verosímil que con la visita del secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, a Israel y Palestina se instale en la zona algo similar a un alto el fuego; que el primer ministro Ariel Sharon retire sus tropas de los territorios autónomos, y que el presidente Arafat recupere la libertad de movimientos para tratar entonces de liquidar o limitar los atentados suicidas, es decir, la Intifada.

Es muy común oír que, con el peinado de muerte de los campos de refugiados y ciudades palestinas que practica desde hace dos semanas el Ejército israelí, no se consigue nada, que el terror engendra terror, y que por cada muerto palestino brotarán varios aspirantes a suicidas; también se repitió en su día hasta la saciedad que el proceso de paz era irreversible, y todo parece indicar que lo único irreversible era su destrucción. Aunque, seguramente, es verdad que el terrorismo palestino sólo puede aliviarse con medidas políticas, y por ello la Operación Muro Defensivo -nominalmente encaminada a acabar con los terroristas- no alcance a corto plazo sus objetivos, si se cumplen, de otro lado, las predicciones mencionadas de retirada y alto el fuego, Sharon habrá obtenido una considerable victoria táctica en la viscosa refriega de Tierra Santa.

El hecho de que desaparezca o no en lo inmediato el terrorismo no es decisivo para juzgar el éxito de la operación en Cisjordania, porque el Gobierno sionista aspira a mucho más que eso; aspira a la destrucción del movimiento palestino y no sólo de su fracción suicida; aspira a dar una lección de tal magnitud al pueblo en Intifada, que le haga entender a todo el que se mueva que le espera la misma suerte que a los defensores de las seis ciudades devastadas, donde lo que se ha hecho es destruir la materialidad de la Autoridad Palestina hasta la última muestra del mobiliario, mucho más que buscar terroristas.

Y sabe Sharon que, en la prosecución de ese objetivo, harán falta en el futuro operaciones similares. En la película Queimada, de Gillo Pontecorvo, Marlon Brando, el agente encargado por los plantadores de aplastar una sublevación de siervos negros en las Antillas, increpa a uno de sus patronos que le objeta, codicioso, que haya que quemar la isla para aplastar la rebelión, espetándole: '¡Pero no comprende que esta isla se llama Queimada porque hay que quemarla cada 300 años!'. Los lapsos de tiempo serán presumiblemente más breves, pero Sharon cree que ha iniciado la destrucción del movimiento palestino, y no sólo de ese avatar contemporáneo que son los suicidas de Al Aqsa. Por ello, el que hayan caído en la batalla de Yenín o de Nablús unas docenas de posibles terroristas es, para el líder israelí, menos significativo que el número de palestinos abatidos en general. Quinientos muertos es la cifra que interesa, y no la de cuántos de ellos fueran de Hamás.

Pero aunque Sharon se equivocara creyendo que ha ganado esa primera batalla porque el terrorismo no amaine especialmente, habrá acertado, en cambio, en otro aspecto crucial de la batalla. Si Arafat recupera la libertad, no le va a ser fácil negarse a tratar de imponer un alto el fuego únicamente a cambio de la retirada israelí, olvidando de esa forma la unánime exigencia de la opinión palestina: la congelación absoluta de la colonización de Cisjordania. Porque la secuencia de acontecimientos no es la que vocea Israel de atentados palestinos seguidos de represión militar, sino la de una colonización que desmiente los deseos de paz del ocupante y provoca la sucesión aciaga de atentados, a la que sigue la contundencia del Tsahal.

La acción del Ejército israelí es condenable por su envergadura; porque un Estado de derecho no responde al terror con el terror; porque los soldados no deben diseminar la muerte, haciendo un package de enemigos a los que les basta identificar como miembros del pueblo palestino, pero lo políticamente más notable es que se difumine la conexión entre usurpación de la tierra y terrorismo.

Nada justifica el atentado como forma de lucha, pero de eso a desconectarlo de la realidad, como si fuera una vesania congénita del árabe, media un gran trecho que ya han comprado EE UU, la ONU, Rusia y la UE asumiendo la gestión de Powell. Ése sería el triunfo de Sharon; el de que Arafat trate de acallar gratis la Intifada; haciendo que la sublevación se convierta, así, en un mero gesto gratuito.

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