EE UU culpa al ex presidente de provocar su propio derrocamiento
Washington subraya que el mandatario ordenó disparar contra civiles
La Casa Blanca, que nunca había escondido la resignación con la que soportaba la presencia de Hugo Chávez en el poder, no tardó en culparle ayer de los males que sufre el país y de la crisis que acabó con su presidencia. El Gobierno de EE UU estaba complacido, casi encantado, con el giro político en Venezuela. Con Chávez desaparece un foco de retórica antiestadounidense que crispaba personalmente a George W. Bush.
El flirteo de Chávez con Irak o Cuba y su posición contraria a la campaña militar en Afganistán sólo se toleraban en Washington por el interés comercial en torno al petróleo. El portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, no esperó a tener informaciones claras antes de dar su opinión, y lo reconoció: 'Los detalles son todavía confusos, pero sabemos que las acciones del Gobierno de Chávez son las que provocaron la crisis', aseguró. Según el portavoz, Chávez ordenó disparar contra los manifestantes pacíficos, y por eso militares y policías 'se negaron a aceptar semejante violación de los derechos humanos'.
Washington no llorará en absoluto la marcha de Chávez; cuando un periodista le preguntó a Fleischer si EE UU siente de alguna manera que un representante político elegido democráticamente sea derrocado, el portavoz respondió: 'El presidente Bush siente la pérdida de vidas humanas'.
La Casa Blanca expresó 'solidaridad con el pueblo venezolano' y prometió cooperación 'con las fuerzas democráticas para restaurar los elementos esenciales de la democracia', lo cual parecía implicar que esos elementos no habían desaparecido en las últimas horas sino en los últimos años. Fuentes del Gobierno estadounidense también remarcaron que Chávez renunció a su cargo, lo que permite no tener que valorar si los acontecimientos pueden constituir formalmente un golpe de Estado; eso evita sanciones inmediatas de EE UU y de la Organización de Estados Americanos.
Venezuela proporciona a Estados Unidos 1,5 millones de barriles de petróleo al día; sólo por eso el Gobierno de Washington apretaba los dientes y callaba cuando Chávez viajaba a Libia o Irak, cuando se volcaba con Fidel Castro, cuando no escondía su complacencia con la guerrilla colombiana o cuando condenaba la campaña militar estadounidense sobre Afganistán.
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