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Las lecciones de la historia

Jan T. Gross cuenta en Vecinos que en el pequeño pueblo de Jedwabne todo fue preparado por las autoridades. 'Más o menos a la misma hora en que los polacos eran convocados en el Ayuntamiento, los judíos recibieron la orden de reunirse en la plaza para realizar, supuestamente, ciertas labores de limpieza'. Los episodios individuales de la carnicería habían empezado ya antes.

A un muchacho judío le dieron una paliza de muerte, otros cuatro fueron atravesados con estacas, la hermosa Gitele Nadolny fue decapitada y parece que los asesinos 'se pusieron a dar patadas a la cabeza'. 'Pero los verdugos debieron de darse cuenta enseguida de que no era posible matar a 1.500 personas en un solo día mediante métodos tan rudimentarios'. Así que, después de haber sido humillados concienzudamente, los judíos fueron finalmente conducidos de la plaza a un pajar. El pajar fue regado con gasolina, lo prendieron fuego y así fueron quemados vivos casi todos los judíos de Jedwabne. Lo que vieron esos judíos, dice Gross, 'para mayor espanto y, diría yo, desconcierto suyo, fueron en todo momento rostros familiares'.

La matanza de Jedwabne fue sólo un minúsculo episodio del horror de la Segunda Guerra Mundial. Lo revelador de la historia es que muestra ese punto al que es posible llegar cuando se ha estigmatizado al enemigo y cuando se han desencadenado, y alimentado, en la población viejos odios y supuestas cuentas pendientes. Dicen que la historia se escribe para evitar caer en viejos errores. Curiosa lección cuando, poco después de leer lo que ocurre en Vecinos, se vuelve la mirada al presente y se observa la masacre que ha desencadenado el Gobierno israelí contra los palestinos (o la ciega fe del terrorista que se autoinmola para llevarse de paso al mayor número de enemigos a la otra vida).

Ese paso inadmisible

Gross habla en su libro de la fuerza de 'la institucionalización de los resentimientos'. Respecto a Hitler, en el diario que escribió en Argentina, el escritor polaco Witold Gombrowicz anotó: 'Su táctica consistió en eso: avanzar un paso más allá en la crueldad, en el cinismo, la mentira, la astucia, la valentía, ese paso que aturde, que infringe la norma, fantástico, imposible, inadmisible... proseguir allí donde otros, atemorizados, gritan: '¡Paso!'. Por eso sumergió a la nación alemana en la crueldad, y sumergió en la crueldad a Europa...'.

'Los alaridos de dolor eran insoportables', dijo uno de los supervivientes de Jedwabne. El escritor Jean Améry, que estuvo en un campo de concentración nazi, escribió en Más allá de la culpa y la expiación: 'El dolor era el que era. No hay nada que añadir. Los aspectos cualitativos de las sensaciones son incomparables e indescriptibles'. Y ésa quizá sea la lección de la historia, que el dolor de las víctimas sigue resonando. De forma insoportable.

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