Ciclos
Hay un ciclo corto, doméstico, del olivar al molino, del molino a la tinaja, en lo umbrío de la alacena. Pero cuando el poder romano prolonga la Vía Hercúlea hasta enlazarla con Cástulo, en ese cerro que vemos, el ciclo se hace largo y el aceite empieza a caminar por las vías del imperio, deja su huella en el nombre de la Vía Layetana, se cotiza caro en Roma.
Luego vuelve el ciclo corto, se desbarata la red viaria, los mimbres del imperio, se cierra el agro sobre sí mismo y apenas quedan vestigios de esa época, la visigoda, salvo raros tesoros ocultos que estallan bajo las piedras, como el Tesorillo de Torredonjimeno, malogrado por la codicia.
El camino, que se hace corto, es un descenso a las profundidades del olivar, un orden oblicuo, patriarcal, sin orillas. Se pasan cuatro o cinco pueblos, caserones e iglesias con la heráldica labrada en piedra y la cruz de la orden de Calatrava en la cimera.
Ahí vuelve el ciclo largo, el del asedio y la agonía del reino nazarí de Granada, doblegado por la ofensiva militar de los caballeros calatravos, siete castillos en tierras de Jaén y mucha villas fortificadas, como Martos.
Desde estas tierras llevaron el peso de la ofensiva por el norte y al caer Granada ganaron tierras, cargos, bulas, privilegios. Un poder que se instala, que se proyecta en el tiempo y adopta formas insospechadas.
El cronista Henríquez de Jorquera, en 1623, reseña una fiesta de toros en la plaza granadina de Bibarrambla en la que actuó don Gabriel Téllez Girón, caballero del hábito de Calatrava, 'uno de los mejores toreadores de estos tiempos'.
Luego cambia el piñón y volvemos al ciclo corto, a la aventura romántica del caballo de vapor. Brotó en la Andalucía del XIX un ferrocarril precoz, impaciente por llevar lo que valía mucho hasta los mercados exteriores. El Tren del Vino desde Jerez a los Puertos. El Tren del Aceite, entre Puente Genil y Linares.
Un camino de hierro que duró poco, un afán emprendedor sin mucho fuelle financiero, unos puntos de sutura entre la riqueza de tierra adentro y el siglo del sufragio universal, del vapor y el émbolo.
Ahora, levantados esos puntos de sutura, lo que queda es un caminillo claro, tranquilo, sin coches, una señal tierna y reciente en la densa encarnadura del olivar.
Se pasa por las estaciones de aquel Tren del Aceite, aliviadas del reloj y de la aguja del minutero, que eso también llegó con el ferrocarril a nuestro universo, el apremio del segundo, de las prisas, que la locomotora, bestia impaciente, no esperaba a nadie y arrancaba.
Sólo hace falta una bicicleta y dos piernas. Desde Jaén a Alcaudete, por la Vía Verde, se puede pensar en Andalucía, en los imperios que cambian y el olivar que permanece. Intemporal, hermoso, nutricio. Cicloturismo.
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