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Columna
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¿Podemos no ser multiculturales?

Tal vez con esto del multiculturalismo nos ocurria lo que a aquel personaje de Molière, el ridículo Monsieur Jourdain, que durante más de cuarenta años había estado hablando en prosa sin saberlo. Digo esto porque puede darnos la impresión de que el multiculturalismo es un fenómeno reciente, cuando yo me pregunto: ¿acaso podemos no ser multiculturales?; ¿acaso no lo hemos sido siempre? En concreto, ¿acaso no es desde hace mucho tiempo el País Vasco, Vasconia, Euskal Herria o los Países Vasco-Navarros una sociedad multicultural? Cuando Sabino Arana escribe en 1897: 'Entre el cúmulo de terribles desgracias que afligen hoy a nuestra amada patria, ninguna tan terrible y aflictiva, juzgada en sí misma cada una de ellas, como el roce de sus hijos con los hijos de la nación española', ¿no está manifestando sus temores ante la posibilidad de una Euskeria mestiza y sus deseos de una sociedad vasca pura? Cuando Vicente Blasco Ibáñez publica en 1904 su novela El Intruso, ¿no está describiendo las tensiones sociales generadas en el Gran Bilbao de principios del siglo XX por la inmigración a Bizkaia desde otras regiones españolas? Más aún, ¿no es en el fondo la cuestión multicultural, de conflicto de mentalidades, la que constituye el trasfondo de la primera novela de Miguel de Unamuno, Paz en la guerra, en la que narra las luchas entre carlistas y liberales en Bilbao?

Es cierto que hoy asistimos a un rebrote, casi siempre furioso, de aquellas dimensiones de la vida personal y social que el desarrollo de la Modernidad, con su énfasis en los aspectos más instrumentalmente racionales de la existencia, había recluido en el ámbito privado. Tal vez sea esta la causa de que el multiculturalismo nos parezca una novedad: mientras las diferencias se mantienen en el ámbito privado, parecen no existir; pero cuando salen al espacio público, cuando se transforman en recursos políticos y reclaman su cuota de poder, entonces se vuelven visibles y, todo hay que decirlo, molestas. Al fin y al cabo, no podemos olvidar la realista reflexión de Martiniello: la cuestión no está en reconocer la diversidad como principio, sino más bien en su reconocimiento concreto mediante el presupuesto público. Sin embargo, en un cierto sentido no hay sociedad compleja que no sea multicultural, que no sea contraste de culturas. Desde el momento mismo en que un grupo humano se encuentra con otro sus respectivas culturas se ven transformadas. Pero sólo en este encuentro y por este encuentro las culturas y las sociedades se mantienen vivas. La endogamia es la enfermedad mortal de las sociedades.

Una cultura sólo se sostiene y se desarrolla si se constituye en un sistema abierto. De lo contrario, más temprano que tarde acabará sufriendo el destino que la segunda ley de la termodinámica prevé para todo sistema cerrado, ya sea este de origen orgánico, inorgánico o social: la entropía de un sistema cerrado tiende a aumentar, con el consiguiente incremento del desorden en el interior de dicho sistema, que tenderá necesariamente a una sucesión de estados cada vez más probables sufriendo una degradación energética que acaba por condenarlo a su estado de equilibrio, que es sinónimo de muerte biológica. Sólo los sistemas abiertos, aquellos que intercambian materia, energía e información con su entorno, pueden combatir la entropía. Por eso podemos sostener con Baumann que 'las identidades culturales contemporáneas son irreductiblemente dialogantes'. Porque, además, no hay sociedad compleja cuya cultura no sea internamente plural, constituida por tradiciones diversas que, aún referidas a un tronco común, no dejan de mostrar diferencias e incluso contradicciones.

Así pues, dado que la heterogeneidad cultural -tanto inter como intracultural- es un hecho, la cuestión no es, en palabras de Miller, si uno quiere ser multiculturalista sino qué tipo de multiculturalista quiere ser uno. La cuestión no es si vamos a ser multiculturales o no, sino de qué manera lo vamos a ser. Ahí está el reto a nuestro presente y a nuestro futuro. Y hay formas de plantear la cuestión -cuando se define de entrada como problema, cuando se identifica multiculturalismo con yuxtaposición de guetos culturales- que prefiguran un futuro muy poco halagüeño.

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