La raza de los 'clasicómanos'
Las grandes clásicas de la Copa del Mundo son la esencia misma del ciclismo. Aunque cada una tiene su propia idiosincrasia, todas son como un Tour de Francia en pequeño. Algo así como un Tour resumido y comprimido en unas siete horas de enorme esfuerzo. Y por ello los especialistas en estas pruebas, los clasicómanos, han de ser corredores muy completos que aúnen cualidades muy diversas y difíciles de compatibilizar. Que por algo el más grande entre los grandes, Eddy Merckx, ganó nada menos que 32 clásicas.
La primera cualidad que distingue a los grandes clasicómanos es la resistencia, pues la duración de estas pruebas suele oscilar entre seis y siete horas y media. O expresado en calorías: ¡cerca de 8.000! Muy por encima de una etapa media del Tour.
Las clásicas son el último reducto del ciclismo heroico del siglo pasado, el de los grandes kilometrajes. En cambio, la Vuelta y el Giro evolucionan hacia etapas más cortas (de menos de cinco horas) e intensas que en el pasado. Por ello, los especialistas en las clásicas son casi los últimos románticos del ciclismo y siguen incluyendo entrenamientos de más de 200 kilómetros en su rutina semanal. Una cualidad que suele ir unida a la resistencia y a tantos kilómetros es la eficiencia o economía de pedaleo, algo esencial para mover grandes desarrollos durante tantas horas con el menor coste energético. Por ejemplo, cada litro de oxígeno que un clasicómano consume en un minuto le da para generar unos 90 vatios de potencia. Entre 5 y 10 vatios más que un corredor medio. Sólo así se pueden entender rendimientos como el del vencedor de la Amstel Gold Race en 1997, Bjarne Riis: casi 300 vatios de potencia media en algo más de siete horas. Un rendimiento en el límite de las posibilidades.
Además, las clásicas no son sólo kilómetros y más kilómetros a ritmo constante. Son frecuentes los cambios de ritmo y los momentos de sufrimiento agónico. Como el que exige cada una de las 15 paredes que tiene el Tour de Flandes. Quince verdaderos muros de unos 1.000 metros cuyas pendientes superan a veces el 20%. Cada uno de estos largos repechos significa al menos dos o tres minutos de esfuerzo máximo o supramáximo para las piernas del ciclista, durante los cuales han de generar más de 500 vatios utilizando además desarrollos muy exigentes. Lo malo de estos esfuerzos intensos y repetidos es que acaban por agotar la gasolina súper de los músculos del ciclista: el glucógeno, cuyos depósitos son muy limitados (de apenas 600 o 700 gramos en total). Haciendo un símil con el atletismo, es como si un maratoniano tuviese que hacer repetidos cambios de ritmo y sprints a lo largo de los 42 kilómetros de su prueba.
Los especialistas en Vueltas de tres semanas saben, al menos en su subconsciente, que deben guardar algo para el día siguiente, pues lo que determina el resultado final de estas pruebas es su capacidad de recuperación día a día. En cambio, las clásicas son carreras de un solo día y exigen un cambio en el chip cerebral del ciclista: al día siguiente no hay etapa, y hay que darlo absolutamente todo. Por si fuera poco, se suelen decidir al sprint. O lo que es lo mismo: una verdadera explosión de potencia (por encima de 1.000 vatios) y de cadencia (por encima de 140 revoluciones por minuto) después de más de seis horas de esfuerzo y tensión.
Afortunadamente, en España tenemos un gran especialista en estas maravillosas pruebas: Óscar Freire. Además de un gran sprinter, es un corredor muy completo. O sea, un clasicómano.
Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea de Madrid.
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