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LA CRÓNICA
Columna
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El miedo del bebedor de fondo ante la ley seca

No sé ustedes, pero yo, desde que el Gobierno y el Govern han restringido el uso de bebidas alcohólicas, tengo una sed espantosa. Desde que me levanto hasta que me acuestan. Me lo bebería todo: lo bueno, lo excelso, lo malo y lo regular. Supongo que es la reacción normal del bebedor de fondo ante la amenaza de restricciones. Y además, las cosas prohibidas o a punto de serlo destilan siempre ese feroz atractivo al que las adolescentes menores de 18 años no sabemos ni queremos resistirnos. Y porque, como dice el personaje de un cuento de Julian Barnes (Al otro lado del Canal, Anagrama), puede que la bebida no haga que las cosas ocurran, pero hace más llevadero el dolor de que no ocurran.

Que nadie se preocupe si no sabe hablar de vinos, porque en la tienda que lleva el nombre de La Carta de Vinos nadie lo mirará mal

En esa tesitura andaba yo, a punto de precipitarme a la vía pública para atizarme un calimocho con un grupo de amigotes ampliamente nefastos, cuando quiso la fortuna que Agustí Fancelli, responsable de esta sección, me salvara del mal paso. Para empezar, cayó en mis manos cierto artículo suyo donde nos instaba a aprender a beber. A renunciar a mejunjes dudosos como el calimocho y darnos al vino. Empecé a ver la luz. Luego, a mi ángel custodio le bastó con mencionar cierta tienda especializada en vinos y ahí me precipité yo, ansiosa de empezar cuanto antes mi aprendizaje.

En el trayecto, me dije que algo tendrá el vino si desde antiguo tantas civilizaciones lo han ofrecido a los dioses para camelárselos. Por no mencionar el hecho de que, en la antigüedad, casi todos los acuerdos y tratados se firmaban con un vaso de vino en la mano. ¿Y qué me dicen de la filosofía? ¿No es lógico, como escribe Tibor Fischer en su estimulante novela Filosofía a mano armada, que naciera en un lugar donde la gente disponía de sol, un buen vaso de vino y un poco de tiempo libre?

Que nadie se preocupe si no sabe hablar de vinos con la epatante naturalidad de un James Bond, porque en la tienda que lleva el nombre de La Carta de Vinos y se halla en el número 169 de la calle de Pau Claris de Barcelona (teléfono 93 467 70 23) nadie lo mirará mal. Al contrario, la pasión que sienten Jordi Padró y Sílvia Esteve por el mundo del vino es tal que da la impresión de que podrían pasarse días enteros, cuando no semanas, hablando de todo lo que una chica como yo quería saber acerca del vino pero no se atrevía a preguntar para no quedar como una palurda. Abierto al público desde hace unos meses, este comercio tiene una filosofía diferente. Por lo pronto, en la atmósfera flota algo muy literario, como de librería de vinos, con las botellas perfectamente ordenadas en los anaqueles y dos o tres clientes solitarios que parecen enfrascados en la lectura de etiquetas con nombres tan sugerentes como Augustus o Trajanus (ambos de El Vendrell, de las bodegas Puig i Roca), mientras parecen soñar en lo que les deparará su contenido. ¿Cómo no iban a hacernos soñar unos vinos que se llaman El Vínculo, La Dehesa de los Canónigos, El Pago de los Capellanes o Convento San Francisco (uno de los mejores ribera del Duero del momento, medalla de oro en el Salón Internacional de París)? ¿Será épico el rioja que se llama Pujanza o ejercerá en el ánimo un efecto desatadamente afrodisíaco? Y esos vinos de color casi negro hechos con la variedad syrah, una uva difícil que está empezando a adaptarse a nuestras tierras y que deja un regusto áspero en el paladar, ¿tendrán cuerpo de gladiador? ¿Permitirá alguna de estas botellas a dos bebedores meterse cada uno en la mente del otro, como sucedía en la novela de Imma Monsó No se sap mai con un gewurztraminer alsaciano de una cosecha excepcional?

Pero dejémonos de arrebatos líricos -el vino surte a menudo ese efecto- y aterricemos de nuevo en esta esquina del Eixample barcelonés, que en unos pocos metros recoge 1.200 referencias y 50 denominaciones de origen entre vinos, cavas, champañas, olorosos y amontillados, con precios para todos los públicos. Los propietarios no han juzgado conveniente editar un catálogo, pero en cambio cualquiera que lo desee puede llamar y pedir día y hora para una visita personalizada. 'El vino quiere tranquilidad, que se le mime', sostiene Padró, un hombre cuya mirada está llena de bonhomía y gusto por la vida, pero que tiene, como él mismo reconoce orgullosamente, unas cejas diabólicas.

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'En los últimos 10 años ha habido un cambio importantísimo en este país. La denominación Priorat fue la primera en hacer vino de una forma distinta, seleccionando más las viñas, aplicando técnicas traídas de Francia por una generación de enólogos jóvenes y experimentando mucho para conseguir cada vez más calidad. Resultado: Priorat registró un boom que hizo que otras denominaciones se envalentonasen. Ahora mismo, la Rioja alavesa es la que está haciendo el mayor cambio generacional. Los enólogos que han tomado el relevo se atreven a hacer cosas que antes eran tabú, como utilizar variedades distintas de tempranillo, probar mezclas nuevas, etcétera. Y la sociedad ha respondido a esa búsqueda de calidad de los bodegueros. Hay una inquietud por las catas y la gente joven se interesa cada vez más por el vino'. Como yo, pienso al tiempo que me prometo muy seriamente no volver a mojar los labios en calimocho, lo que seguramente es la promesa que más fácil me resultará cumplir de toda mi vida.

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