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CRÓNICAS
Columna
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Vuelve América

Juan Cruz

Nunca se fue, pero está ahora otra vez, como en los sesenta y en los setenta, con la fuerza de una creatividad imparable, con los viejos y los nuevos mezclados, con todo el sugestivo abanico de sus temas, de sus frustraciones, su rabia y su poesía.

América de nuevo, un boom incesante, de norte a sur, y ahora también en el norte. Estados Unidos comienza a teñirse definitivamente de esta lengua y ya puede verse cómo se desdibujan las fronteras, no hay otra división que la de la calidad o la de la calidad del conocimiento. Un chileno, ésa es la ilusión, también es de Venezuela, y el de Colombia es de Burgos, y el de México es de Aracataca, donde nació, por cierto, hace 75 años el hijo del telegrafista de Aracataca. No es la ilusión sólo, es la potencia de una lengua que ha vivido de espaldas a sí misma y que recibe ahora, de nuevo desde América, el índice más entusiasmado de su creatividad y de futuro.

Brecht escribió que también hará sol en los tiempos oscuros. Decía el otro día el periodista Francisco Sánchez, que sufrió persecución y tortura en Colombia, que éste es el país con más potencial de América, y en esa misma paradoja -que tiene raíz económica y utópica- está la fuente del entusiasmo por el porvenir de América Latina, en lo que se refiere a su estatura humana y a su potencialidad literaria y artística. En los años sesenta, el aglutinante de ese estado de gracia fue la revolución, quién lo diría después, y ahora, ésta es una nueva paradoja, es la crisis la que ha hecho aflorar -en Argentina, en Colombia, en tantas partes- el sentimiento de que es la voz literaria lo que de verdad les queda a los pueblos cuando estos resumen en angustia o melancolía su manera de interpretar lo que les pasó y lo que les pasa.

El número de los artistas crece y crece, avanzan ya sin tener en cuenta las viejas barreras que se ponían aquí y allá como si estuvieran en países diferentes e irreconciliables, cuando el único país, cuando la lengua en que se escribe es la misma, es el país de la imaginación. Un país imaginario que sólo vive por las reglas de su cultura interior, por las inmensas posibilidades que tienen las palabras que en un lado y en otro se dicen de la misma forma, y se sueñan igual, aunque animadas por tantos acentos diferentes. Un país de países, un país portátil, como escribió una vez, para otras fantasías, el venezolano Adriano González León.

El ensayista mexicano Carlos Monsiváis contaba el otro día, de norte a sur, las dimensiones nominales de esa vitalidad; es obvio que la prensa de estos últimos tiempos se ha ocupado de refrescar la memoria de autores viejos y de autores nuevos que ya dominan la estantería, al menos la estantería española, y ojalá que algún día también sean parte, como lo fueron los protagonistas del primer boom -a éste Carlos Fuentes lo llama bumerán- de la que también se llamará la estantería global de la literatura en lengua española. En aquella sesión en la que ponía de manifiesto -con la inteligencia silenciosa con la que nombra las cosas- esa vitalidad que ahora ya no tiene vuelta de hoja, Monsiváis desgranó algunos nombres de escritores ya fallecidos que están en el sustrato de este resurgimiento, y si no se equivoca mi memoria en su evocación estuvieron presentes Rulfo, Cortázar y Paz, y de este último narró una anécdota que debe figurar en los contornos de la que era la personalidad complejísima de uno de los grandes poetas en nuestra lengua: se reunía Paz, al final de sus días, con amigos a los que añoraba en esas horas sin tiempo y comenzó a hacer un recuento de las fallas por las que caía ya el prestigio de la poesía mundial, y después de todos los descartes que son de rigor en un poeta tan exigente, él proclamó con su voz irónica y como extranjera: 'Así que el que verdaderamente queda soy yo'.

A lo mejor un día esta literatura se sienta a pensar y a hacer recuento y llega a la conclusión de que ha perdido demasiado tiempo en la disgregación. Será entonces cuando la literatura en español, propiamente dicha, pueda afirmar de sí misma que es (como la famosa marca de cervezas) probablemente la mejor literatura del mundo.

Ojalá y probablemente.

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