John Elliott reivindica la historia hecha con imaginación y pasión
El hispanista afirma que 'el teléfono y los 'emilios' complicarán la tarea de los historiadores
El historiador John Elliott (Reading, 1930) ha llegado a los 71 años haciéndose preguntas sobre los grandes problemas. Embarcado en una ambiciosa 'historia comparada' de las colonizaciones española y británica de América, el hispanista defendió ayer la síntesis de la macrohistoria frente a la fragmentación, y reivindicó 'la humildad, la pasión, la empatía y un sexto sentido' como las claves de su trabajo. Con su deje castizo, pronosticó que los historiadores del futuro tendrán muy difícil hacer el relato del presente por culpa de 'los teléfonos y los emilios (e-mail)'.
Basta oírle hablar castellano con esa curiosa mezcla de términos coloquiales -emilio por e-mail- y cultos en la que no faltan las frases hechas o los participios acabados en 'ao', para darse cuenta de hasta qué punto se siente cerca de España este emérito (y flaquísimo) hispanista, hijo de un maestro de escuela y nieto de relojeros, que en plena dictadura franquista tuvo el coraje de escribir sobre el choque centro-periferia (La rebelión de los catalanes, 1598-1640) o sobre los desmanes del imperio (La España imperial).
Tras aquellos dos títulos de 1963, Elliott abrió campo con La Europa dividida, para enseguida volver a la historia biográfica del conde duque de Olivares, analizar la España de Felipe IV, reflexionar sobre la identidad colonial o matizar las luces y sombras de los Austrias.
Ayer, Elliott estuvo en la Real Academia de la Historia, de la que es miembro correspondiente, rodeado de goyas en las paredes y escoltado por una decena de académicos, entre ellos su director, Gonzalo Anes, que lo calificó como 'concienzudo, inteligente y penetrante'.
Y mediático, cabría añadir. Elliott habló de todo y no paró de soltar titulares. ¿La canonización de Isabel la Católica? '¿Y por qué no también la de Fernando?'. ¿La globalización? 'Ya empezó en el siglo XVI, con el Imperio de España y Portugal. El mestizaje, las migraciones, el mercado global de bienes y de arte ya estaban en marcha entonces'. ¿Y qué espera del bicentenario de la independencia de Iberoamérica? 'Los historiadores mexicanos han empezado por fin a reescribir la historia. Los españoles deberían contribuir también reconociendo los horrores que se cometieron durante la conquista'.
El oficio
Elliott, que ha sido profesor de Historia Moderna en Cambridge, Londres, Princeton y Oxford, ha venido para presentar el libro El oficio de historiador (Milenio), que se abre con un texto suyo (titulado como el libro) y recoge otros que varios colegas y discípulos prepararon para el homenaje celebrado cuando fue investido doctor honoris causa por la Universitat de Lleida en 1999.
La obra, que ha sido coordinada por Roberto Fernández, Antonio Passola y María José Vilalta, da una idea cabal de cómo ha visto y ve John Elliott la tarea de reconstruir el pasado.
Según explica, su labor ha estado condicionada por dos hechos básicos: primero, su interés en una nación y una civilización distintas a las suyas; segundo, por una experiencia profesional que ha coincidido con 'la ascensión y decadencia de la historiografía marxista'.
Luego, Elliott hace balance y se define como un historiador instruido por la tradición empirista británica, amante del pragmatismo, enemigo cordial de las ideas preconcebidas (inevitablemente, el historiador siempre es él, su circunstancia y su tiempo), defensor de bucear en los archivos (siempre que se tenga 'intuición para rellenar los huecos que hay en los documentos'), y partidario de intentar contar la historia total (política, economía, sociedad) sin menospreciar nunca el factor humano.
Además, reivindica una historia accesible y bien escrita, que mezcle narrativa y análisis, una mirada amplia, 'no provinciana', que trate de comprender al 'otro no grato' (Elliott toma la expresión de la historiadora australiana del Holocausto Inga Clendinnen), y que además recoja la 'visión de los vencidos' (Miguel León-Portilla) sin caer en el complejo de culpa.
Se trata, sugiere, de ayudar a dar forma al futuro desvelando los caminos eludidos (y como ejemplo cita a Ernest Lluch y su Catalunya vençuda del segle XVIII); de no confundir ficción con realidad; de dar su lugar al peso del azar y las decisiones individuales, y, sobre todo, de no caer sin red en las sugerentes trampas de la microhistoria, esto es, en un mero 'voyeurismo histórico' que tira de microscopio y termina por fragmentar en mil pedazos la necesaria 'visión de conjunto'.
¿La tarea histórica del futuro?, se pregunta. 'Recuperar la coherencia, construir una visión más global, integrando la gran cantidad de trabajo minucioso realizado en nuevas síntesis que no teman lidiar con las grandes cuestiones del cambio histórico'.
Claro que esa labor estará llena de agujeros. Algunos de los cuales se derivan de las nuevas tecnologías de la información. 'Hoy todo se dice por teléfono y por emilio. Los historiadores del futuro tendrán, por tanto, menos rastros para reconstruir este siglo que los que tuve yo para indagar en la vida del conde duque de Olivares'.
Dos proyectos
John Elliott está inmerso desde hace tiempo en dos proyectos paralelos y 'muy ambiciosos', quizá siguiendo su máxima 'sin pasión, la historia es polvo'. Uno es el montaje y coordinación (junto a Jonathan Browne) de la macroexposición El siglo de la almoneda, que será inaugurada el próximo jueves en el Museo del Prado por los príncipes de Asturias y Gales, y que trata de resumir cómo fueron las relaciones entre España y Gran Bretaña en el siglo XVII.
El otro es 'el intento de redactar' una historia comparada de la colonización española y británica en América. Elliott anunció que será un libro largo, de esencia narrativa, y que ya tiene escritos ocho o nueve capítulos.
Respecto al presente, el historiador no quiso pronunciarse sobre el problema vasco -'es demasiado complicado'-, aunque abogó por 'construir poco a poco un consenso' y quiso ser optimista: 'Si una generación no lo logra, la siguiente lo hará'.
Sobre el conflicto palestino-israelí, dejó una impresión de resignada neutralidad: 'Vale la pena pensar en la rebelión de los Países Bajos contra Felipe II', dijo. 'Fueron 80 años de guerra, y parecía imposible la reconciliación, pero al final llegó. Hay que tener paciencia'.
Babelia
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